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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Una historia del Bronx

Salvador Sostres el

De entre todas las películas yo soy esta película y todos sus protagonistas a la vez. El padre que teme que la educación de su hijo se le escape de las manos, la madre un poco histérica y bastante oportunista, el niño que quiere a su padre y siente fascinación por el mafioso del barrio, y el mafioso que es un bestia y a la vez siente un profundo afecto por el chico, y todo lo que le enseña es bueno y tiene su sentido y su generosidad es desinteresada y fructífera. Soy todos los protagonistas y el aire de la película. Sin duda ayuda que Robert de Niro la protagonice y la dirija, y que se base en una novela de Chazz Palmintieri y que su personaje Sonny conduzca siempre marcha atrás y sea capaz de detectar el talento en un niño, y de abstraerse de su actividad criminal para quererle y protegerle. Todos crecemos –todos lo que merecemos un poco la pena– entre el amor protector y temeroso de nuestros padres y la fascinación por un ídolo que nos toma de la mano y nos muestra que la vida es bastante más maravillosa de lo que siempre habíamos imaginado. Algunas veces le digo a mi hija que no estoy seguro de que habiéndole tocado de padre se lleve de mí la mejor parte, e intento ser el padre y el ídolo a la vez, y de momento funciona, pero hay momentos en que las transiciones son abruptas y a la larga no sé si acabará siendo peligroso que las líneas sean tan delgadas, demasiado delgadas, demasiado fácil que una adolescente se confunda y que yo llegue tarde a poner los límites. De momento me funciona y soy a un mismo tiempo el conductor de autobús, hijo de inmigrantes que cree en la rectitud y el sacrificio, y el mafioso que se sabe todos los trucos y cómo hacer del mundo su mundo. «Mafioso» tal vez sea una palabra excesiva, o tal vez no, pero a veces mi esposa me mira y me ve un poco como a Sonny conduciendo marcha atrás, mostrándole a nuestra hija más parte de la vida de la que ella cree que a su edad le correspondería, haciendo de las normas un barquito de papel para jugar en la bañera hasta que se hunde. «Una historia del Bronx» es la historia de un niño despierto que se convierte en un adolescente bastante estúpido, de un padre que está demasiado concentrado en su esfuerzo para entender el gran gozo de la vida y de un mafioso que si todo lo hiciera como quiere al chico no acabaría siendo un talento perdido. El «talento perdido» es de hecho el gran protagonista de la película, a qué dedicamos la fuerza y la inteligencia, en quién decidimos fijarnos y qué aprendemos. Cuesta hallar el centro y no tambalearse. Cuesta definir tu personalidad y afirmarse en ella para crecer y para distinguirte. «¿Qué es mejor, que te quieran o que te teman?», le pregunta el chico a su héroe. Dios es amor pero sin el temor de Dios la Iglesia se habría desmoronado. El Infierno es el más eficaz departamento comercial del Cielo. El bien sin mal no tiene mérito, que es lo mismo que decir «sin inteligencia». No es fácil conservar la calma. El empuje de la vida cuando es extraordinaria te lleva tan rápido y tan fuerte que no te deja pensar. De mis mafiosos he aprendido que el sentimiento de impunidad es el principio del final. De mis mafiosos que siempre me quisieron de verdad, y que nunca me pidieron nada a cambio de su amor sensacional, he aprendido que cuando caen justo delante de ti, tu vida puede dejar de tener sentido si no lo tenía antes, si tú y tú solo no hiciste que lo tuviera, si no fuiste suficientemente fuerte para vivir desde tu centro poderoso y total. Los ídolos llenan de tal modo el espacio, y son en su casi divina inmensidad tan deslumbrantes y tan salvajes, que te absorbe su vacío cuando se desvanecen o se van, cuando te confiesan su debilidad o la vida se la demuestra sin que nada puedan hacer por disimularlo. Es tan dulce vivir con héroes, con alguien que da igual lo que te pase porque todo lo puede, con una mano que sientes que siempre te tomará de la mano cuando tengas miedo o te cueste continuar; es tan vibrante ver el mundo a través de una fuerza que no es la tuya, y que te parece increíblemente más fuerte, y tener la sensación –esa gran sensación– de que para vosotros no hay límite, que si no te has preocupado de ser alguien, alguien realmente importante para ti mismo, es fácil que te acabes preguntando qué sentido tiene la vida sin poderla vivir con tu mafioso de la mano. Me duele escribir «mafioso» tal como al niño le duele que se lo llamen a su ídolo. Me duele tomar como distancia de mis mafiosos porque ellos nunca la tomaron conmigo, y aunque desde luego no fueron tan mafiosos como los de la película, algo hicieron, y la verdad es que ni me importa ni les juzgo, porque nunca formó parte de nuestra relación, pero «lo suyo» fue desde luego un factor para calcular dónde estaba mi centro, quién era yo, y por qué iba a continuar pasara lo que pasara. «Una historia del Bronx» es una película que va sobre lo que eliges, sobre lo que eres a través de lo que eliges, sobre qué espacio le concedemos a la parte sucia de la vida, sobre cómo domamos a la fiera. La idea recurrente del «talento perdido» afecta a los amigos del chico, que son unos idiotas, al destino de Sonny y a la vida gris del padre. Muchas veces he escrito que proteger el talento tiene un precio, pero lo que sobre todo tiene es un coste. El precio del esfuerzo y de la libertad que hay que defender; pero sobre todo el coste de vivir al límite, de gastar en todo la fuerza por quintuplicado que gastan los demás, e insistir hasta que por la brecha de lo que se rompe hallamos su significado y su sentido, y la mayor parte de las veces lo que se rompe somos nosotros, soy yo, roto en el centro, como el padre riguroso, como el niño fascinado, como el ídolo que recoge lo que siembra y ni ser el dueño del barrio le sirve para escapar de su destino. Puede que alguien escriba de mí que fui un talento perdido –si es que alguien escribe de mí– y puede que sea cierto, y supongo que dependerá de cómo termine. De entre todas las películas, «Una historia del Bronx» es la que mejor me explica, la que mejor entiendo, la que pude ver cuando se estrenó, en 1993, y yo tenía 18, y cada vez que la he visto me ha enseñado algo de mí que aún no había comprendido. Todo sucede el límite, los tres personajes viven en el alambre y el «talento perdido», si realmente se ha perdido, depende de la compasión con que los defectos se juzguen. A mí esta compasión nunca se me termina y siempre he pensado que un hombre es sus virtudes y que el único debate serio es si sus virtudes le justifican.

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