Salvador Sostres el 24 may, 2021 Pilar Rahola era el tercer sueldo de La Vanguardia y su audiencia se había desplomado. Más de 100.000 euros anuales por cuatro artículos a la semana, y tenía un cada vez más reducido y marginal núcleo de lectores, hasta el punto de que cuando la empresa le comunicó que iba a prescindir de sus servicios, filtró la noticia a su digital afín, el orgánico El Nacional, de Pepe Antich, con la idea de que se armaría una revuelta y no pasó absolutamente nada. Muy decepcionada, y en contra de lo que tenía pensado, que era no dar explicaciones hasta junio, escribió tres tweets para darse importancia haciéndose la represaliada política e insultando al grupo de comunicación que tan generosamente la había retribuido durante los últimos doce años. Tampoco pasó nada. Ninguna reacción consignable más allá de los aspavientos de los pocos exaltados que al procés aún le quedan. La total indiferencia con que incluso el grueso del independentismo reaccionó al cese, daba la razón al director de La Vanguardia, Jordi Juan, en su argumento cuantitativo. Además, también es cierto que las columnas de Rahola habían perdido cualquier calidad -si es que alguna vez la tuvieron- y se habían convertido en meros panfletos de la causa perdida de Carles Puigdemont. De hecho, entre los políticos independentistas de una cierta relevancia -si es que hablar en términos de relevancia de los líderes independentistas no empieza a ser un exceso- sólo el expresidente fugado, la presidenta del Parlament, Laura Borràs, y el también expresidente Quim Torra expresaron su por otra parte tímido apoyo a la activista. Cierra la idea de que la decisión fue empresarial y periodística, y no política, que ayer por la mañana Rahola participó como cada lunes en la tertulia de las mañanas de Jordi Basté, en Rac1, la radio del Grupo Godó. Eso sí, Rahola quiso sacar el tema y acertadamente el programa le hizo ver que no era razonable abrir un debate sobre las decisiones de la empresa. Rahola lleva tres días descubriendo lo poco importante que es, y en realidad lo poco importantes que somos los columnistas. Cualquier tentación de creer que somos ídolos o héroes se desvanece el día que nos echan y la vida sigue igual. Escribimos, a veces nos leen, y cuando nos apagan, o nos apagamos, tal vez alguien habla de nosotros con nostalgia, pero al día siguiente ya no le importamos a nadie. Como así tiene que ser. El victimismo ideológico con que la agitadora pretende ahora disimular su pobre decadencia no sólo es falso sino que además es ridículo. Ni el director de La Vanguardia, ni su editor, Javier Godó, se dieron cuenta el sábado de que Rahola era independentista. Siempre lo ha sido, y así se dedicó a la política, primero desde Esquerra Republicana, y luego fundando su propio partido (el PI, Partit per la Independència) y así ha podido escribir lo que ha querido durante 12 años. Atribuir el cese de Rahola a su independentismo es no entender que Rac1 es una radio de tono marcadamente independentista y que convive perfectamente en la dinámica del grupo. Javier Godó no es un editor sectario, pero a su hijo Carlos, tirar el dinero por la ventana, no le parece la mejor idea del mundo. Y esto es exactamente lo que La Vanguardia llevaba un tiempo haciendo con la que en otros tiempos fue su columnista más leída. Lo que sí es cierto es que doña Pilar se ha valido de su relación política, primero con Artur Mas y luego con Carles Puigdemont, para forzar su contratación y permanencia en los medios de comunicación. Es verdad que cuando en el transcurso de estos años su puesto se ha tambaleado, como todos nos tambaleamos de vez en cuando, los distintos directores que ha tenido La Vanguardia, especialmente Màrius Carol y Jordi Juan, han recibido toda clase de presiones -al límite de la amenaza- para que la que los convergentes consideraban su punta de lanza conservara su columna. Pero también lo es que si ambos directores decidieron en su momento mantenerla no fue por miedo sino porque consideraron que su firma aportaba lectores al diario. Decaída la aportación, ha decaído la firma. Es significativo de un cierto cambio de aires en la nueva etapa de Junts, pilotada por Jordi Sánchez, que nadie del partido haya salido públicamente a defender a la que fue la biógrafa de Mas y la jefa de propaganda de Puigdemont. Llegó a La Vanguardia en 2009 para sustituir a Baltasar Porcel como primer columnista. El procés aún no había empezado pero el entonces director del periódico, José Antich, preparaba desde hacía tiempo el aterrizaje de Artur Mas en la Generalitat. Y mientras con una mano era capaz de enredar a José Zaragoza, secretario de organización del PSC en aquel tiempo, y hacerle creer que era su mejor amigo, invitándole los fines de semana a su casa de la Seo de Urgel; con la otra contrataba a Rahola por más de 100.000 euros y planeaba la edición en catalán de La Vanguardia con la idea hacerla aparecer coincidiendo con la llegada de Artur Mas a la presidencia de la Generalitat, para poder contar con su apoyo económico. Rahola, que en 2010 publicó una biografía no sólo autorizada sino encargada por Artur Mas, era una pieza más de este engranaje con que Antich ponía a La Vanguardia al servicio de CiU para lograr su tan ansiado poder e influencia entre la clase política catalana. Que Rahola se prestara al juego político para, como Antich, realizar su fantasía de ser alguien en la política, no significa que todos actúen igual que ella ni que sea una represaliada por pensar como piensa. Que haya tratado de conseguir y mantener trabajos por su mezcla de amistad y servidumbre con los líderes del independentismo no significa que los medios de comunicación en los que ha trabajado tengan tan poco en cuenta el talento, la calidad y el indispensable negocio de cada cosa. Que Rahola, como pudimos escuchar en varias conversaciones telefónicas, exija por motivos políticos lo que por motivos profesionales no le es concedido, no significa que los directores de los medios privados y públicos sean todos tan mezquinos como ella. Rahola no escribirá más en La Vanguardia porque tenía un sueldo de estrella y lo que escribía ya no le interesaba a nadie. Rahola, que tuvo su éxito, y su mercado, es hoy una diva en retirada. La Vanguardia es una empresa privada y ha tomado una decisión empresarial. En cambio, alguien tendría que preguntarse quién le paga el videoblog a Rahola, qué panfleto digital lo reproduce cada día, y cuánto dinero cobra este panfleto de la Generalitat y de la Diputación de Barcelona. No sea que de tanto imaginar represalias políticas que no existen, no veamos la evidencia de quién es la más hortera, comprada y vendida comisaria política de Cataluña. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 24 may, 2021