Mi dilecto Guillem Cerdà me urge para que vea el documental “Lo que me enseñó el pulpo” (Netflix), sobre un inadaptado interesado en la naturaleza que de repente se enamora de un pulpo. La línea divisoria no está entre Cataluña y España, ni entre izquierda y derecha, ni siquiera entre hombres y mujeres. Es entre la ciudad y el campo, el vasto campo que incluye el mar.
Las aproximaciones campestres son siempre cobardes, insinceras, el simulacro del hombre puesto frente a las cosas en lugar de frente a los otros hombres. Desconfía de quien huye de la ciudad, de quien la evita. El hombre inadaptado del reportaje, tras fracasar socialmente en todo, incluso en la relación con su hijo, se mete en el mar con el pretexto de que le recuerda a no sé qué huevonada de su infancia pero en realidad es porque no puede ya meterse en ningún otro lugar.
Y entonces encuentra el pulpo, o más bien la pulpo, y realiza al instante una transferencia sentimental, una personificación del pulpo que no veía desde El Rey León, y el reportaje se convierte en un resumen de las visitas diarias del submarinista a su amada invertebrada. Demediado hombre, de propósito equivocado, reportaje de vacío moral, aunque de realización muy bella y casi emocionante. Y digo casi porque es muy, muy fácil la trampa. La del hombre que sólo es su mitad.
En un momento del documental, la señora pulpo es atacada por un pez gato y Medio Hombre se inhibe con el pretexto de no intervenir en el proceso natural. Medio Hombre, que había intimado y jugado con ella, y la había acariciado, y la había visitado a diario, la abandonó a su suerte cuando fue atacada por su depredador.
Son demediados y mala gente los que huyen de la ciudad. Son peores los que van al mar a resolver sus problemas. Tus problemas te los has de solucionar tú, con tu talento, tu inteligencia y sobre todo tu higiene. Ducha, mucha ducha. En caso extremo, puedes pedir ayuda a los demás, pero sin abusar, ni olvidar que tus amigos no son los camiones de la basura de tus dramas. Medio Hombre abandona a la señora pulpo porque es incapaz de establecer vínculos, porque es un cobarde, porque no quiere comprometerse con nadie. Decir que no quiere intervenir en el círculo de la vida es una impostura cínica y mentirosa cuando durante un año has visitado cada día a Señora Pulpo y basas tu reportaje en que le has hecho creer que eres su amigo.
El animalismo y el ecologismo son formas de brutalidad. El primero en legislar sobre los “derechos” de los animales fue Hitler. Las primeras políticas medioambientalistas también las tramitó el Tercer Reich. Relacionarse con los animales es lo que hacen los que no pueden relacionarse con las personas. Obsesionarse con los animales es lo que hacen los que no saben querer a las personas. Todos hemos caído en alguna de estas transferencias alguna vez en nuestras vidas. Con un perro, con un delfín o con un pájaro. Pero luego liberamos a Willy y le devolvimos a Simba su reino, porque eran nuestro vínculo, en lugar de desentendernos para que las hienas ennegrecieran el mundo o Willy fuera troceada y vendida a peso en el mercado. Si hacemos la transferencia, concretamos la metáfora. Rascar dinero y prestigio con un documental sobre que te has enamorado de Señora Pulpo y dejar luego que la coma un pez gato es una de las demostraciones de miseria más bajas y siniestras que recuerdo. Si tienes una relación, intervienes, y tan duro como sea necesario para defenderla, así alteres el ciclo natural o el mundo entero. Si no intervienes eres un medio hombre que ni siquiera en su mitad mereces el nombre.
La única y gran línea divisoria está entre la ciudad y el campo. Los del campo presumen de auténticos, y de no tener nuestra prisa, pero no son más que unos inadaptados egoístas y mezquinos, y para ellos todos somos moluscos y excusas para no mover un dedo mientras nos matan.
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