He preferido escribir este artículo por la mañana, para que fuera del día. Del último día de paz, prosperidad y bonanza que conocieron los catalanes que habían nacido entre el lento agonizar de Franco y la coronación del rey Juan Carlos y que nunca vivieron una guerra ni nada que cuestionara su bienestar y el derecho a ir tranquilo por la calle. He preferido esperara al día, al último día agradable de nuestras vidas para notar aún la mañana, el orden plácido de este octubre que insiste en ser cálido.
Si la información que tengo no me falla y podría fallarme y espero que me falle, esta tarde sobre las 18h, el presidente de la Generalitat declarará la independencia de Cataluña. La va a declarar envuelta de cursis apelaciones a la mediación y al diálogo, pero la va a declarar y el Gobierno no va a tener más remedio que inhabilitarle. A él y a todo su Govern. No creo que procedan a detenerle, por lo menos hasta que no lo mande la orden de un juez. Pero sí quedará apartado de sus funciones y el Gobierno irá tomando paulatinamente -y con bastantes dificultades- el control de la Generalitat. Tiene el control económico, tomará el control de unos Mossos divididos y apagará TV3. El caos en las calles, con manifestaciones, altercados y sucesivas huelgas generales no va a faltar. Tampoco el intento callejero de tomar las infraestructuras decisivas como el aeropuerto, el puerto y cortar la B-30 para impedir el paso de mercancías. Sabotear Cataluña para colapsar España: esta es la estrategia independentista. Ayer Eulàlia Reguant, de la CUP, llamaba a organizar un corralito.
El caos, la confusión, la agitación y la incertidumbre se instalarán a partir de esta tarde especialmente en Barcelona y también en otras zonas de Cataluña. El Gobierno estará solo asumiendo su mayor desafío, con todas las limitaciones que ello implica. Serán días terribles, autodestructivos. La última esperanza es que la sangre no llegue al río: y como mínimo por lo que parece hasta esta hora, el Gobierno procurará primar la eficacia a la gesticulación.
Es plácida, como tantas otras, anodina la mañana de hoy en Barcelona. Voy a pasarla leyendo el nuevo diario de Valentí Puig, “La bellesa del temps”, que va de 1990 a 1993. Me interesan especialmente sus días londinenses.
Nunca he tenido otro afán de posteridad que el del día siguiente pero si por cualquier error o vulgaridad este artículo fuera leído dentro de mucho tiempo, tendrían todos que saber que en esta ciudad se vivía muy bien, tal vez demasiado bien: tan bien que hasta nos olvidamos de lo bien que vivíamos.
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