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Blogs French 75 por Salvador Sostres

La tienda de juguetes más triste del mundo

Salvador Sostres el

En las galerías de Mayor de Sarrià hay una tienda de juguetes que es la más triste del mundo. Es tan triste que es única en su tristeza, y yo acudo a visitarla de vez en cuando, mientras espero a que mi hija salga de Traç, su escuela de artes plásticas. Me fascina que una tienda de juguetes, que tendría que basarse en la alegría, logre ser tan deprimente. Me causa una profunda desazón contemplar el escaparate. Como La casa vacía de E.T.A. Hoffmann, me provoca una mezcla inagotable de inquietud y de fiebre. Es tal mi pesar que nunca he conseguido pasar de la puerta. No me alcanza el alma hasta tan adentro.

Incluso desde el cristal, los pensamientos más siniestros me vienen. Me bastan dos minutos para ponerme en el papel de padre desahuciado que ha perdido la custodia de su hija, y que apenas puede verla una vez al mes, y que por torpeza o falta de recursos la lleva a esta tienda justo cuando llega a visitarlo, y la niña trata de disimular el profundo disgusto que aquellos juguetes le producen e intenta fingir que alguno le interesa para no disgusar a papi y que se sienta contento comprando algo. El padre, que soy yo, sabe de sobra que su niña está actuando, pero la mira y calla y hacer ver que no se da cuenta porque no sabe qué otra cosa podría hacer para levantar la escena, ni de qué manera crear un momento agradable, emocionante para recuperar la relación con su hija, a la que hace un mes que no había visto y todas las conexiones se han perdido. Tal es la tristeza que me produce esta tienda, y así de caído me imagino. Todos mis miedos, que se resumen en que se me apague la luz con mi hija, se proyectan en la visión del truculento escaparate. Todo lo que podría derrotarme, todo lo que me hundiría se manifiesta en estos juguetes rotos, sin alma ni poesía, angustiosos como la habitación preparada a la espera del bebé que al final no pudo ser.

Los parques de atracciones abandonados, los padres que no quieren a sus hijas, las tiendas de juguetes opacos, mortecinos, sin la esperanza del niño profundo, sin alma, sin júbilo. Las muñecas que el padre tiró al patio y las miramos que no se movían hasta que oscureció y no pudimos vigilarlas, y ya no quedó nadie para vigilarlas. Lo que soñamos y procuramos y peleamos y no salió bien. Lo que tantas veces nos advirtieron y creíamos tener razón y estábamos equivocados. La tienda más triste del mundo. La oscuridad galopando siempre hacia mí y el imperio de lo oscuro acechando siempre en la frontera a la espera de cualquier descuido. La luz que al final siempre puedo salvar y el vértigo de si mañana podré salvarla.

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