Con mi amigo Ignasi Barba llevamos discutiendo desde hace unos días el tipo de caridad que Dios aprecia.
Él -y me parece muy bien- todo lo fía a Cáritas: yo, si diera a una organización, también daría sólo a Cáritas.
Pero pienso que dar es lo importante, y que no hace falta que sea a una organización, y que caridad -cáritas- significa amor.
No creo que Dios se fije en a quién das concretamente, sino en el gesto de dar, en el desprendimiento, en la generosidad. Dios es el resumen de todos los sentimientos, no la ventanilla del contable.
Me parece que fue sobre los 9 años cuando descubrí que no podría saciar el hambre del mundo, ni curar a los niños enfermos, ni revertir las desgracias, ni siquiera asegurar el bienestar general de mi barrio. En cambio, mirándome en el ejemplo de mi abuela, me dí cuenta de que podía trabajar duro para pagar lo mío y lo de los míos, que podía gastar el dinero ganado favoreciendo la actividad comercial y el bienestar de las familias que la producen; y que podía, también, acercar algunas de las maravillas de este mundo a personas que, con sus recursos, tal vez no las podrían conocer.
Mi forma de dar es ser todo lo generoso que puedo con mi familia y mis amigos. Comparto con ellos lo maravilloso y les financio cuando no llegan. Tengo a mis protegidos y les hago quites y benéficas. Realizo grandes gastos en los restaurantes, en los hoteles de Londres y París -también en los de Nueva York, pero mucho más de vez en cuando- y procuro que, dentro de lo posible, mi entorno viva tan bien como vivo yo.
Mi amigo Ignasi cree que esto Dios no lo valora tanto, y no es que me niegue el mérito, pero no quiere homologármelo, y me advierte con la sincera gravedad del amigo que te quiere y se preocupa, de que el Señor sólo considera caridad cuando das para penurias y catástrofes.
Es de las pocas cosas en las que no estamos de acuerdo.
Siempre he pensado que la maravilla es inspiradora y contiene el gran mensaje de Dios. El talento uno de los lenguajes de Dios, no el único, pero sí uno de ellos, y no precisamente menor, porque no creo que puedan desdeñarse ni la música de Bach ni la catedral de Siena; ni que Dios no las aprecie. ¿No habría sido caridad -amor- invitar al señor Bach a Via Veneto? ¿No es caridad llevar al Palau de la Música a un amigo no demasiado rico a escuchar La Pasión según San Mateo? ¿No está Dios involucrado en el genio creador de Ferran Adrià? ¿No fueron amor las mesas que conseguí para que mis amigos pudieran tener la experiencia trascendente de estar en El Bulli?
¿No es amor mejorar la vida de tus amigos? ¿O sólo es amor mejorar la vida de los desconocidos? ¿No es amor ayudar a alguien en su tránsito de la sombra hacia la luz? ¿O sólo es amor ayudarle a poder comer si no come?
Y además, ¿no hay camareros en Via Veneto, hombres, e incluso padres de familia, que se quedarían sin trabajo si nadie fuera al restaurante y todo lo diéramos a Cáritas? Pienso en mi querido Hortensio Ramos, barman mítico. ¿Qué sería de él si le hiciéramos todos caso a mi amigo Ignasi? ¡Tendría que ir a pedir a Cáritas! ¿Es que Dios quiere a todo el mundo menos al señor Ramos? ¿Es que Dios no está en la magnífica historia de amor que llevó al señor Monge padre a empezar de camarero raso a acabar comprando el restaurante? ¿Es que Dios sólo está en la desgracia? ¿No es divino cumplir con tu misión? ¿No son hijos de Dios los que se esfuerzan y lo consiguen? ¿Qué mal han hecho para que nuestro dinero no cuente como salvífico, cuando con nuestra visita reconocemos su calidad, su abnegación y su talento? De fondo, la gran pregunta: Bill Gates ¿cómo hace más caridad, cómo ayuda más a los pobres, con su empresa o con su fundación?
Mi querido amigo Ignasi da a Cáritas, yo hago mis quites y mis benéficas en Via Veneto, Ramos dignifica con su extraordinaria profesionalidad su oficio, el señor Monge puede pagarle gracias al amor de sus clientes, y así, además de hacer el bien, podemos comer todos como Dios manda. Pienso que es una buena solución para todos.
Hay que ser generoso. Agradecido y generoso. Hay que dar. Y no sólo dinero, sino también ilusión, alegría y esperanza. Dios está en todas partes, tiene su sentido del humor y sabe apreciar el nuestro. ¡Arriba los corazones! Dejemos este mundo -cada cual a su manera- un poco más hermoso de lo que lo encontramos, y que éste sea nuestro legado.
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