Yo nunca escribo nombres sin importancia pero estos dos he decidido apuntarlos. Imma Marín, presidenta de la Asociación Internacional por el Derecho de los Niños y Niñas a Jugar en España. Ginnette Muñoz Rocha, directora académica del Instituto Superior de Estudios Psicológicos. Basta ya. De verdad. Basta.
Aparecieron ayer las dos pájaras en La Vanguardia opinando sobre lo importante que para los niños es disfrazarse. Decían cosas como que “los niños ven cómo los adultos se divierten, transgreden y se genera una gran complicidad al verlos a ellos también disfrazados”; o que “los disfraces permiten entrar en la sintonía de la fantasía, el desarrollo de los sueños, de la imaginación, de lo deseado”; para acabar justificando que “cuanto más raro te quieres disfrazar, más obligado estás a imaginar, crear y elaborar la pieza”. Y puestos ya a tirar de la cadena, este final elogio del váter: “La riqueza de poder generar un disfraz o un objeto con elementos reciclados u objetos de casa es enorme”.
A veces nos preguntamos por qué las cosas van mal y luego disfrazamos a nuestra hija. Estas dos mujeres son una amenaza para cualquier infancia digna. Es barato, y estúpido, pensar que disfrazarse es transgredir; es frívolo, inculto, y muy pobre creer un niño educado en la inteligencia y en la calidad sentirá complicidad y no vergüenza ajena viendo a su padre haciendo el idiota. Hay que proceder de todas las limitaciones, y de todas las mediocridades, para creer que disfrazando a una niña vas a estimular su imaginación, su sensibilidad o sus sueños -y no su humillación.
Es un escándalo que desde semejante miseria intelectual y espiritual, estas dos que se las dan de psicólogas, de pedagogas o de expertas, ostenten cargos que pagamos entre todos para denigrar la infancia de nuestros hijos. Disfrazarse es una majadería, pero sobre todo una debilidad. La gente que necesita huir es la gente que no está bien. Si tu imaginación se conforma con un disfraz, una oscura vida te espera. Si para “entrar en contacto con lo deseado” tienes que disfrazarte, es urgente que vayas al psiquiatra, si no quieres acabar de cabaretera en cualquier antro. El carnaval es la fiesta más lamentable del año. La de nivel más bajo. Incluso más que Fin de Año o San Juan. Es la que más grados de humillación contiene y liga con nuestro tontísimo modo de vida que las escuelas disfracen a los niños, y además con esta porquería que son los materiales reciclados -cuando nos pase la bobada del ecologismo nos dará asco haber hecho estas guarradas-, y en cambio se considere que el laicismo es una libertad y a nuestros hijos no se les enseñe lo que es la Navidad, ni la Cruz, ni el sentimiento de culpa, ni la Semana Santa, ni la esperanza.
El gran disfraz de las disfrazadoras es la ignorancia. Si su idea es que los niños y los padres empaticen en la transgresión, en lugar de disfrazarnos, ¿por qué no nos emborrachamos? ¿Por qué no nos metemos una raya? ¿Creen realmente estas dos mujeres que es presentable educar a un hijo en el lamentable nivel de imaginación y de fantasía de un disfraz? Y además, ¿de qué transgresión estamos hablando si hoy hasta la camarera más de tercera de la más ínfima cafetería se disfraza por Carnaval? Psicólogas de la cutrez, obviedades de saldo. Es más robar lo que vostras cobráis que cualquier comisión por obra pública.
Luego nos preguntamos qué va mal y por qué va mal y es por culpa de estas charlatanas. Por culpa de dementes como éstas, que perturban a los niños y sientan cátedra desde su cargo público, nocivo y fraudulento. Empezamos a disfrazarnos, a gritar que conocer las raíces de nuestra cultura y de nuestra espiritualidad (es decir, de nuestra dignidad) era fascista, y hemos acabado creyendo en la legitimidad en lugar de la legalidad, en que los animales tienen derechos, en que los hombres no tienen deberes, en que todos somos iguales, y ya con nuestros hijos convencidos de que “las niñas tienen pene y los niños tienen vulva”, nos vamos a votar a Puigdemont o a Pedro Sánchez -qué más da.
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