Salvador Sostres el 17 mar, 2017 Pep Guardiola es uno de los mejores entrenadores de la Historia y sobre todo los que han conseguido derrotar a sus equipos ha sido, en gran medida, por lo mucho que han aprendido de su fútbol. No aceptarlo es de mediocres y resentidos. Pero si vivimos encadenando milagros y maravillas es porque siempre logramos ser más inteligentes de lo que éramos y contra cada artefacto sabemos inventar un artefacto nuevo que lo supere en belleza, en encanto y en potencia. En la gloria del fútbol de Pep, que a todo el mundo fascinó, está su penitencia, porque tras tantos años siendo el rival a batir, al final le han encontrado el elemento desencadenante. Veremos si es capaz de reinventarse o sólo puede administrar su agonía. También es cierto que Pep tuvo en el Barça unos extraordinarios intérpretes de su partitura, que fueron determinantes para la consecución de aquellos éxitos, que con plantillas francamente más modestas no ha conseguido reeditar ni en el Bayern ni en el City. De todos modos, aunque todo el mundo es criticable y más quien trabaja de cara al público, es mezquino y muy barato el espectáculo de las hienas corriendo a beber la sangre del león herido. Para fracasar como Josep Guardiola i Sala, antes hay que ser Josep Guardiola i Sala y haber llegado ocho temporadas consecutivas a las semifinales de la Champions. Sus defectos, que los tiene, no pueden ensombrecer su trayectoria deportiva ni es presentable que se le convierta en material de derribo porque el miércoles cayera, por primera vez en su vida, en los octavos de la única competición de clubes que realmente importa. Otra cosa son los asuntos personales. A Guardiola no le ha faltado genialidad pero le ha sobrado ese levitar tan suyo que enfadó hasta a sus propios jugadores en el Barcelona, que acabaron hartos de su narcisismo y abiertamente enfrentados con él. Ninguno de ellos desea que vuelva a entrenarles, aunque en cualquier caso sus planes no pasan por el Camp Nou. Que fuera un gran jugador y un entrenador mayúsculo, el mejor que hemos tenido después de Cruyff, no excluye que en sus apariciones públicas fuera grotesca aquella pose de Misterio de Elche cuando asciende la Virgen, o que resultara enfermiza su obsesión con la proyección pública de su imagen hasta el punto de traicionar a los que alguna vez fueron sus amigos. Sin tanta comedia no tendría tantos enemigos, ni le tendrían tantas ganas, como sucede siempre que nuestro yo pequeño nos llena el corazón y nos vacía el alma. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 17 mar, 2017