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Blogs French 75 por Salvador Sostres

20 años

Salvador Sostres el

A mi amigo más joven -muy joven, 20 años- el confinamiento no le ha supuesto renunciar a nada más que a su ocio de quedar y tal.

-Ayer me aburrí tanto que hasta me entraron ganas de trabajar- me acaba de decir. Le llama “estudiar” a su modo de hacer nada.

Tiene más lecturas de las que yo tuve a su edad, lo que tampoco es que sea decir demasiado, y aunque le intuyo talento, su franca aversión a cualquier actividad le ha impedido concretarlo. No tiene ninguna estrategia, ningún plan. Sabe que tiene por delante una cantidad ilimitada de tiempo blando y agradable. A los ventimuchos verá qué hace, no tiene ningún problema por vivir con sus padres.

Es feliz de una felicidad sin propósito. Cuando yo tuve sus años, a cada piel le buscaba la herida, a cada situación, el conflicto, a cada figurita la presión que la rompía. Así empecé a escribir y ésta es la luz que me ha traído hasta aquí. Mi amigo más joven lo hace justo al revés: a cada situación le busca su comodidad, a cada piel su provecho, a cada tensión como alisarla para prolongar la inacción, la calma, el mal menor que le permita continuar sin hacer nada. Incluso confinado la semana pasada consiguió “llegar” tarde a un examen. Le escribió un sentido correo a la profesora para que le diera otra fecha, y la profesora, afligida, le contestó:

-Vive confiado y lo más tranquilo posible.

-Qué poco me conoce- me dijo al contármelo, y no puede contener la carcajada.

Yo nunca he podido vivir sin plan, sin escribir cada día, sin la angustia de pensar cómo iba a ganarme la vida, sin la prisa por competir para ser el mejor desde que tenía 9 años. Igual me perdí algo. Igual renuncié a lo que algunos llaman “vivir”. Yo creo que no, y que pude hacer todo lo que me gustaba, pero es verdad que “quedaba” poco y que en mi ansia por ir a los restaurantes había más urgencia por conocer, por probar mis límites, por rellenar la metáfora, que por el placer de estar, ni siquiera por una idea del placer. En muy pocas ocasiones sentí placer. Digo “en muy pocas ocasiones” por no mentir, pero la verdad es que no recuerdo ninguna. No recuerdo haber estado nunca lo suficientemente relajado para sentir placer. No recuerdo haber disfrutado nunca de nada sin pensar en la inminencia de otra cosa. El fracaso de mi matrimonio ha tenido mucho que ver con esto. “El blau del nostre silenci, d’on sempre neix la cançó”.

Mi amigo más joven es mucho más inteligente que la mayoría de los amigos de su edad, por lo menos de los que yo conozco. Una excelente capacidad de observación, una brillante mala leche. Una prodigiosa memoria para recordar cada plato, cada restaurante, los versos de memoria de sus poetas, mis artículos y los de Arcadi; y aunque dice que quiere escribir, no escribe, y sabe tan bien que, con su carácter, necesitará hacer algo importante para afirmarse, que a veces tiene el nervio -por no decir algo más fuerte- de hablar con la suficiencia de quien ya lo hubiera demostrado. Es una autoridad muy sobria, estilizada, creíble hasta que recuerdas que no ha hecho nada. Mi amigo Yanni, 50, gay, entró en diciembre en Dry Martini y al verme con este amigo mío y otro chico, no tardó ni cinco minutos en decirme:

-El otro es más mono, pero tu amigo me da más morbo, porque se le ve ambicioso.

El morbo no es precisamente la relación que tenemos -ya sé que es cursi aclararlo y que sólo dan explicaciones las chachas- pero por lo demás fue un diagnóstico exacto.

Ni hoy que tengo una posición, una tranquilidad, una estabilidad en el desahogo, puedo vivir en la despreocupación de mi amigo, que ni sabe ni le interesan las dificultades que va a encontrarse para dar forma a lo que parece dar por descontado. No sé si el raro fui yo, empeñándome tanto. No sé si he perdido el tiempo y la tensión me ha deformado. Sé que si no tuviera amigos muy jóvenes no entendería lo que aún es mi mundo y me estaría empezando a morir masticando el “era mejor antes”. Sólo entre los de mi edad, no podría ser ni un buen padre. Pero si volviera a los 20, volvería a concentrar toda la fuerza en un punto, y a empujar como un loco hasta que otra vez todo a mi alrededor saltara por los aires, y yo quedara en el centro, y fuera el centro de todos los pedazos.

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