Es cierto que los socialistas catalanes sólo pueden votar “no” a Rajoy, porque el único argumento de afirmación que les queda es el odio a la derecha, y más allá de esto el PSC no es nada ni representa nada. Si no es por oposición al PP, no le queda ni el fantasma.
De modo que Miquel Iceta tiene razón: abstenerse habría sido un suicidio para el PSC. Pero exactamente por el mismo motivo es culpable de que el socialismo catalán haya caído en este pozo de sectarismo y mediocridad en el que han acabado siendo malas todas sus opciones.
La izquierda catalana, como también en general la española, no ha sabido qué proponer desde que Felipe González se fue. Felipe fue el primer socialista que entendió que sólo se puede gobernar desde el centro, y que para poder repartir la riqueza primero hay que dejar que los empresarios la creen.
La tan celebrada tercera vía de Tony Blair la había inventado, protagonizado y desarrollado Felipe muchos años antes, favoreciendo uno de los periodos más prósperos y brillantes de la historia de España.
Desde que Felipe se fue y llegó Aznar la izquierda española sucumbió al odio y al resentimiento más estéril y miserable. Un odio que se concretó y cristalizó durante la jornada de reflexión de las elecciones generales de 2004, pero que había sido cocido a fuego lento durante muchos, demasiados años.
Los socialistas pudieron en efecto derrotar a Rajoy en 2004 y en 2008; y en Cataluña aferrarse al grotesco tripartito entre 2003 y 2010. Pero fueron incapaces de formular un proyecto político que diera sentido y profundidad a lo que hacían y que tuviera vocación mayoritaria. Y al ser su gestión desastrosa, tanto en el Gobierno como en la Generalitat, cuando perdieron el poder se quedaron desnudos, sin ideas ni proyecto, balbuceando su odio guerracivilista, trasnochado y contrario a los intereses de los españoles, incluídos los de sus propios votantes.
El problema del PSC y del PSOE es que han dejado de ser herramientas útiles. Ni han reflexionado acertadamente sobre nuestro tiempo y circunstancias, ni tienen una respuesta útil y válida como la tuvieron durante los años ochenta, y por eso confió en ellos la mayoría de los españoles.
El PSOE y el PSC llevan año siendo unos vagos, sin hacer el esfuerzo intelectual que se espera de un partido político, y limitándose a parasitar vergonzosamente a su adversario, tirando de odio y de inercia, y timando a sus votantes por la vía de excitarles las bajas pasiones en lugar de convocarlos con liderazgo y proyecto a ser mejores ellos mismos y a construir una España mejor.
La Gestora, Iceta, Pedro Sánchez, Susana Díaz o Zapatero son las mismas y nefastas consecuencias de esta dejadez intelectual y política, que por supuesto es la primera causa, igualmente, del auge de Podemos. Las incomodidades que hoy sufren los socialistas tanto en Cataluña como en el conjunto de España son consecuencia de su haber bajado tanto el listón que al final ellos mismos han acabado bajo tierra.
Por querer contentar a sus votantes, en lugar de liderarles, han rebajado tanto el concepto de lo que significa “ser de izquierdas” que se lo han regalado a Podemos, en una irresponsabilidad única en la política española desde la Segunda República.
Y pese a todos los aspavientos que ahora hagan para quejarse de la indisciplina de algunos de sus diputados en relación a la investidura de Mariano Rajoy, ellos son los primeros que han renunciado a ser un partido de orden alentando el caos por la vía de gobernar en no pocos pueblos, ciudades o comunidades con toda clase de populistas y bárbaros, valga la redundancia.
Los socialistas lo tienen difícil, es cierto. Tan difícil como ellos se lo han puesto.
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