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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Bajar de las azoteas

Salvador Sostres el

Sólo existen los demás. La inteligencia, el talento, la creatividad, incluso la vanidad necesitan al otro para concretarse, para dar el salto cualitativo, para superar las dramáticas limitaciones del yo. Sólo tienes lo que puedes dar. No se puede hacer nada que merezca ni un poco la pena sin haber entendido que la única mecánica es la generosidad, el único centro, lo único que importa. Da igual con quién. No importa de qué manera. Tampoco son relevantes los delitos o las faltas en el cómputo profundo de tu humanidad si has aprendido a vivir en la dación. Es precisamente lo contrario de la generosidad, y de Dios, considerar al Hombre por sus defectos y no por sus virtudes. De todos modos, no abuses de esta frase y recuerda que en cualquier caso tienes que salir a cuenta, y que no es fácil, porque si estás leyendo este artículo significa que como yo, recibiste mucho.

Bill Gates tiene un imprescindible documental en Netflix. Todo lo que dice es fundamental y determinante, inspirador, casi increíble de tan sensacional y hermoso. Pero es sobre todo brillante el modo en que explica cómo en su fundación se ha concentrado cada vez en un problema concreto, hasta resolverlo. Como eminentemente hizo en Microsoft, su empresa. Y así ha erradicado la polio y las muertes por diarrea en África. Abrumadores cantidades de dinero y su aún más abrumadora inteligencia concentradas sobre un único problema. Toda la fuerza contra un punto negro hasta borrarlo de la faz de la Tierra.

Yo no sé dónde está África y es deficiente mi capacidad para conmoverme con lo remoto. Me vincula mucho más la generosidad de Bill Gates que los dramas que mitiga en sus destinatarios. La miseria me disgusta pero no es el punto en el que yo concentro mi fuerza, porque igualmente no tengo el dinero suficiente para erradicarla en ninguno de sus aspectos concretos. A mí lo que me motiva es upgrade. Se me da bien y tengo los recursos suficientes para intervenir en vidas concretas y mejorarlas. Yo no llego a los niños pobres sino que mejoro la vida de los chicos de clase media que mejor me caen. Mi fundación, que no existe como tal pero a la que dedico la mayor parte de mis ingresos, se ocupa de convertir las simples expectativas en la permanente víspera del milagro y la maravilla. Mi talento es cambiar en ellos el concepto de lo que es razonable. Tantos chicos de Barcelona que gracias a mí no van a conformarse nunca más con menos.

Bill Gates está muy bien, aunque no creo que con su fundación, por extraordinaria que sea, que lo es, haya resuelto más problemas, ni haya erradicado más pobreza, que con su empresa. Y sólo pudo pensar en dar cuando tuvo mucho, y lo tuvo en condiciones agradables. La generosidad, y me refiero sobre todo a la generosidad articulada de los benefactores, nace de la vida arreglada y de las comodidades. En el reportaje de Netflix se ven las dependencias del generoso empresario (valga la redundancia). Por lo tanto, para crear un mundo en que mucha gente tenga la ambición que tuvo Bill Gates de crear Microsoft, que es la que le ha permitido tener la ambición, y resolverla, de curar la polio en África, alguien tiene que ocuparse de lo que viene después de la supervivencia. Alguien tiene que bajar a los chicos de clase media de las azoteas, retirarles los botellines de la cerveza, ingresarles en Via Veneto y enseñarles todas las categorías del champán. Alguien lo hizo conmigo y aprendí que no bastaba con escribir bien, ni siquiera muy bien, y que había que jugarse la vida en cada artículo. Alguien tiene que proclamar que hay esperanza más allá de la tiranía igualitaria, alicaída, funcionaria. El lujo, el privilegio y lo que nos hace distintos son el motor del mundo, lo que merece la pena de estar vivo, lo que hace que avance el mundo y nos permite pagar los vicios menores de tanta gente que cree que lo importante es participar y que basta con empatar contra el Murcia.

La miseria sólo podemos salvarla de ella misma y es dulce y digno que muchos ricos se dediquen a ello. Pero ayudando sólo a sobrevivir seremos más, no mejores. Mi fundación, aunque técnicamente no exista, rescata a los chicos de clase media de la apatía ya sin misión de sus padres. Les ayuda a rebotar para desprenderse de lo mediano. Contribuye al asombro y al empeño que el asombro causa, genera la sed de algo más que agua. Y pone la generosidad en el centro, no por la vía de predicarla sino de mostrarla en su prodigio y su mecánica, en su esplendor fértil, en la motivación íntima. En el deseo insobornable -que tal vez no detecten aún, pero que ya subyace y quedará para siempre dentro de sus cerebros y sus corazones- de llegar a hacer algo sublime para sentir el hondo placer de regalarlo.

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