El novelista irlandés John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) es famoso por su perfeccionismo literario, según dicen, es el tipo de escritor que puede pasarse un día escribiendo una sola frase. De ahí ese perfeccionamiento, pero creo, que si es cierto esa exageración, merece la pena leer esas frases, por sus magníficas y elocuentes descripciones que realiza el escritor aportando así a la narración una meticulosudidad quirúrgica que hace al lector sumergirse mucho más en la lectura, quedando atrapado en una magnífica narración.
Sus libros, la mayoría escritos en primera persona, comentan que son lapidarios, intrincados, e incluso nabokovianos, o simplemente difíciles. Algunos lectores se han quejado por esto, aunque creo que están más interesados en el estilo que en la narración. Invariablemente sus escritos vienen cargados de palabras que parecen destinadas a demostrar que su vocabulario es rico.
Banville lleva años escribiendo bajo el seudónimo de Benjamin Black, que continúa utilizando exclusivamente en sus ediciones en español. Con La rubia de ojos negros (2014), en la que, por invitación de los herederos de Raymond Chandler, resucita al mítico detective Philip Marlowe, Banville muestra su lado detectivesco, de suspense o policiaco. Una de sus series más famosas es la protagonizada por su personaje llamado Quirke. A lo largo de los últimos diez años, los libros de Quirke han consolidado a Black como un maestro de la novela policíaca de alto nivel, sus novelas son el cine negro literario en la tradición de Georges Simenon o el mencionado Chandler.
Con Las hermanas Jacobs (Alfaguara) realiza la undécima entrega de la serie de misterios dublineses, en la que nos presenta con Irlanda como telón de fondo, la muerte de Rosa Jacobs, una estudiante de historia del Trinity College e impulsora del progresismo, que aparece muerta en el asiento del conductor de un coche en un garaje cerrado; un aparente suicidio por envenenamiento con monóxido de carbono, que vuelve a centrar la atención de Quirke, ya que hay algo que no le encaja del todo. Las pruebas halladas en el lugar de los hechos hacen pensar a Quirke que fue asesinada, lo que le lleva a él y a un par de detectives de la Garda a investigar más a fondo su vida.
El protagonista habitual de Banville, el melancólico patólogo forense, alcohólico a veces, al que sólo se conoce como «Dr. Quirke», considera que la muerte de Rosa Jacobs es un montaje, un intento del asesino de enmascarar un asesinato. Estos inicios son los habituales en Quirke, y cuando va avanzando la trama funciona mejor cuando el patólogo está en su peor momento, y eso es lo que Banville nos ofrece aquí, con su habitual perspicacia y elegante e inteligente prosa.
En una típica serie de misterio, esa inspirada perspicacia del protagonista, regularmente agravada con el interés, conduce espléndidamente hasta la gran revelación final. Para Quirke y su inoportuno compañero, el detective inspector John Strafford, cuyo jefe es el comisario Hackett, un viejo conocido de Quirke, en la urgencia de descifrar el quién y el porqué de la muerte de Jacobs, se desvanece cuando la caza se está intensificando. En su lugar, los enredos personales que su homicidio genera -y las consternadoras verdades políticas que expone- se deslizan como un banco de niebla, apartando el asesinato y reduciendo el desenlace del misterio, literalmente, a un epílogo en la voz del asesino.
Quirke es un personaje fascinado por el mundo misterioso de los muertos. Cada cadáver que examina es portador de un secreto privativo, la causa precisa de su muerte, un secreto cuyo cometido consiste en desentrañar. Para él, la chispa de la muerte es en todo tan vital como la chispa que genera la vida. Quirke no se consideraba un hombre valiente, ni siquiera echado para delante. Lo cierto era que nunca había tenido que poner a prueba su valentía, ni física ni de otra índole, y siempre había dado por hecho que jamás tendría que hacerlo.
Las tramas, los procedimientos policiales y las pistas no toman protagonismo principal en las novelas de Quirke, lo que se busca y encuentra es el origen de lo más profundo en ese toma y daca emocional de Quirke dentro de su estrecho círculo de amigos, familiares, colegas y adversarios. Sentimos vívidamente las constricciones impuestas por el Dublín de los años 50, pero también su familiaridad colegial y ebria. La investigación avanza a trompicones, frenética, cediendo a cada paso el toque sutil de un artista con otros objetivos en mente. Hay confesiones de culpabilidad, concesiones al género, pero ninguno de los investigadores tiene mucho que hacer para extraer ninguna de las dos cosas.
En definitiva, se trata de una especie de anticonvención en la vieja práctica de las series de misterio. Aquí, Banville deja que sus formidables impulsos de novelista tomen el timón. Parece más interesado en crear un comentario social resonante que en trazar una trama de suspense. El feliz resultado, es un maravilloso híbrido resplandeciente de prosa sugerente, que lleva al lector como si estuviera subido en una balsa navegando en un río en calma, pero que sin darse cuenta, de repente se encuentra frente a una cascada que le arrastra hasta caer por ella; junto con incisivos destellos de la vida de la alta burguesía irlandesa y sus turbias relaciones. Las desavenencias entre Quirke y Strafford son una de ellas; el patólogo católico culpa al detective protestante, injustamente, de la reciente muerte de su esposa psiquiatra, relatada en la novela anterior.
Las hermanas Jacobs (Quirke & Strafford 1) // Benjamin Black // Alfaguara // 2023 // 19,85 euros
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