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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

La extraordinaria historia de Janis Lipke, el Schindler de Letonia

La extraordinaria historia de Janis Lipke, el Schindler de Letonia
Francisco López-Seivane el

Pocos habrán oído su nombre antes, pero este anónimo estibador de los muelles de Riga se convirtió en un héroe discreto durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Letonia, ocupada por las fuerzas nazis, se llenó de guetos y campos de concentración. Antes había trabajado en una fábrica cárnica cercana al Matadero Central de la ciudad. Por entonces era un activista que repartía panfletos del Partido Comunista, aún sin haber pertenecido nunca a él. Tras la ocupación, aprendió alemán y consiguió un puesto de confianza en un almacén de la Luftwaffe, la fuerza aérea germana, a través de un viejo conocido polaco, a quien los alemanes habían nombrado jefe. Esos almacenes, que se levantaban a la orilla del Daugava, muy cerca del Mercado Central, eran conocidos como Casas Rojas porque estaban hechos de ladrillo. Aún están en pie.

Abajo, a la izquierda, pueden verse algunas de las Casas Rojas que la Luftwaffe utilizaba como almacenes/ Foto: F. López-Seivane

En Riga vivían en la época muchos judíos que fueron hostigados por los nazis desde el principio y terminaron siendo recluidos en un gueto próximo a las Casas Rojas. Como los almacenes necesitaban mucha mano de obra, Lipke se las arregló para conseguir que unos treinta judíos del gueto vinieran cada día a trabajar allí. Un grupo de letones y él mismo iban a buscarlos todos los días para escoltarlos hasta el almacén y, tras la jornada de trabajo, los devolvían de regreso al gueto. Siempre aprovechaban estos viajes para introducir medicinas, ropas y artículos de primera necesidad, que eran recibidos por los judíos como auténtico maná.

Janis Lipke ya retirado

En noviembre de 1941 todo cambió. Ese día se produjo la primera aktion, una auténtica masacre, un asesinato indiscrimino en masa de unos 25.000 judíos del gueto. El 8 de diciembre tuvo lugar la segunda aktion, que terminó definitivamente con el conocido como gueto grande. Los pocos supervivientes fueron trasladados al gueto pequeño antes de ser enviados a los campos de concentración de Kaiserwald. Janis Lipke, que presenció esas masacres, vio morir sin ningún motivo a muchos de los hombres con quienes trabajaba cada día y algo nació en su interior que le llevó a diseñar un plan para ayudar a escapar a cuantos pudiera de la muerte cierta que les esperaba. Poco a poco, fue involucrando a sus amigos de mayor confianza. Algunos, que vivían en los suburbios al otro lado del río, como el propio Janis, que tenía su hogar en Kipsala, no dudaron en ofrecer sus granjas para esconder a los fugados. Otro amigo, que era conductor de camiones, se prestó a transportarlos clandestinamente. Pronto fueron tantos los fugados que se vieron desbordados. Lipke tuvo que involucrar a más gente para que aceptaran judíos en sus granjas al otro lado del río, donde los nazis rara vez aparecían.

El método que utilizaba para las fugas era muy simple. Como seguían trayendo un número de judíos a trabajar en el almacén, cada día escondía a dos o tres, sustituyéndolos por trabajadores letones que, con enorme riesgo, se avenían a pegar en sus chaquetas la estrella de David que los catalogaba como miembros del gueto. Los perezosos guardias alemanes sólo contaban el número de prisioneros, sin molestarse en averiguar sus nombres, con lo que el cambio resultaba relativamente fácil. Tras el cambio de guardia, os letones podían salir del gueto con sus documentos y la excusa de que habían estado realizando cualquier trabajo o reclutando nueva mano de obra.

Llegó un momento en que eran tantos los judíos fugados que no había donde esconderlos, así que decidieron excavar un bunker en la casa de Lipke, que tenía bastante terreno y un viejo granero de madera donde guardaba los aperos y la leña. Los propios fugados se encargaron de cavar en el suelo del granero un enorme agujero de seis metros de profundidad y otros seis de lado. Tuvieron muchísimos problemas, ya que, al ser una isla, enseguida se les inundaba, pero encontraron soluciones y terminaron entibándolo, como los mineros, y forrando las paredes de madera. El búnker tenía dos plantas y una serie de literas de madera, así como un respiradero camuflado para la renovación del aire. La entrada quedaba oculta bajo una pila de leña. Para asegurar la huida en caso de que la Gestapo descubriera el escondite, habían ideado un túnel de fuga, que les llevaría lejos de la vivienda. Durante los trabajos, y después, Lipke había establecido una vigilancia permanente: su propio hijo de siete años, que siempre estaba jugando por los alrededores y había sido aleccionado para, en cuanto apareciera la policía, dar una serie de golpes en clave y decir “Viene la policía”.

Museo en memoria de Janis Lipke, diseñado por Zaiga Gailis
Granero de Lipke en la isla de Kipsala donde se construyó el búnker, con su pila de leña delante.
Pila de leña junto a la reproducción del búnker, que recuerda la que cubría la entrada del mismo/ Foto: F. López-Seivane
Dibujo del búnker realizado por el propio hijo de Lipke. Nótese abajo, a la izquierda, el túnel de huida.

Hasta 62 judíos liberaron Lipke y sus colaboradores de una muerte cierta. Con la derrota de Alemania, Letonia pasó a ser ocupada por Stalin. Las cosas no mejoraron mucho para el pueblo, en general, pero si para los judíos que ya no eran perseguidos. Algunos aprovecharon para salir del país, pero la mayoría se reunía un par de veces por año en la casa de Lipke para agradecer su ayuda y celebrar su liberación. Cuando Lipke se retiró en 1955, la comunidad judía letona se encargó de recaudar dinero entre sus miembros para que él y su mujer recibieran una pensión mensual y no les faltara de nada. También el gobierno judío le invitó en vida a visitar Israel, donde fue recibido con todos los honores por el Parlamento y las máximas autoridades del país e incluido en la Lista de Honor de los Justos,  junto a Walenberg, Oskar Schindler y otros altruistas que no dudaron en poner en riego su propia vida para salvar judíos.

Tras la independencia de la Unión Soviética, todo el énfasis del gobierno letón se centró en criticar y combatir los abusos de los rusos durante sus dos dominaciones, dejando de lado el colaboracionismo de muchos letones, que habían contribuido con entusiasmo a la causa nazi, así que la figura de Lipke quedó en un oscuro limbo. Hubo una propuesta para que el ayuntamiento construyera un monumento en el patio de su casa, incluso se hicieron planos en la vecina Universidad Politécnica, pero todo quedó en el olvido. La Municipalidad se limitó a dar su nombre a una callecita apartada del barrio de Maskavas, donde había estado el gueto, que va desde las vías del tren hasta el cementerio. El entonces Primer Ministro, Maris Gaili, decidió colocar una placa conmemorativa en la casa de los Lipke, en la calle Maza Balasta, 8, en la isla de Kipsala. Pero sería finalmente su mujer, la arquitecto Zaiga Gailes, quien se encargaría mucho después de construir en el propio patio de Maza Balasta el Museo que puede visitarse en la actualidad, una reproducción artística del búnker que salvó a muchos judíos. Lo hizo sin ninguna subvención, como una contribución al barrio que ella misma ha trasformado en una urbanización de lujo y del que ya les he hablado en mi crónica anterior. Si van alguna vez a Riga, no dejen de visitarlo.

Parte de las fotos que acompañan esta crónica han sido tomadas con una cámara Fujifilm-X-E2

Zaiga Gailes, la arquitecto que hizo posible el Museo.
Maris Gailis, ex Primer Ministro de Letonia, frente al Museo en memoria de Lipke.
Vista panorámica de la isla de Kipsala. La casa blanca de tejado rojo cerca del centro es la casa (reformada) de Lipke, que hoy pertenece a sus descendientes. La construcción oscura delante de la misma es el Museo/búnker en su memoria. Justo detrás puede verse  el Campus de la Universidad Politécnica de Riga.
Janis Lipke en sus buenos tiempos.

 

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