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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

Kipsala, la exclusiva isla de los Gailis

Kipsala, la exclusiva isla de los Gailis
Francisco López-Seivane el

Los turistas al uso rara vez salen del casco antiguo de Riga, un escaparate de lujo donde no les falta de nada, pero se pierden muchos otros aspectos de la ciudad. La Riga monumental y modernista ya la he descrito en crónicas anteriores, así que esta vez voy a remangarme los pantalones y cruzar el Daugava. Al fin y al cabo, explorar lo desconocido es algo perfectamente congruente con el espíritu viajero. La idea me nació cuando contemplaba a vuelo de pájaro los modernos rascacielos que se recortan contra el horizonte más allá del río; y se agrandó al topar con una urna de cristal que hay frente al Castillo, al pie de las escaleras por donde descendían a ‘desbautizarse’ los neoconversos apenas se perdían en el horizonte los cruzados teutones que les habían obligado a abrazar la fe de Roma poco antes.

Vista de la otra orilla el Daugava desde el campanario de la iglesia de San Pedro/ Foto: F. López-Seivane

Dentro de la urna puede verse a un gigante con un niño sobre los hombros (ver foto de portada). Se trata de Lielais Kristpas (el Gran Cristofer), un hombretón descomunal que se encargaba de pasar a la gente de una orilla a otra del Daugava, en cuya margen derecha tenía su cabaña. Una noche mientras dormía, oyó el llanto de un niño proveniente de la otra orilla. Inmediatamente saltó de la cama en busca del pequeño. Cuando estaba a mitad de la travesía portando al niño sobre sus hombros, sintió de pronto tan gran cansancio que a duras penas pudo llegar a la cabaña y dejar al chico durmiendo antes de caer rendido. Al despertarse por la mañana descubrió una enorme cesta llena de monedas de oro donde había dormido el pequeño. Tras su muerte, las monedas fueron utilizadas para fundar la ciudad de Riga, cuyo primer edificio se levantó en el mismo lugar que había ocupado su cabaña.

Hasta aquí la leyenda. Lo que tenga de verdad, lo ignoro. Lo que parece fuera de toda duda es que Riga era en el siglo XII un asentamiento frecuentemente visitado por los caballeros teutones para cristianizar a las tribus paganas que vivían en las márgenes del Daugava. A petición del obispo alemán, en 1202 se construyó un fortaleza en la orilla septentrional del río para alojar un destacamento permanente de caballeros teutones, ya que los paganos se desbautizaban en cuanto los cruzados volvían grupas; es lo que hoy conocemos como el Castillo de Riga. Pronto comenzó a crecer una ciudad de comerciantes alemanes alrededor del Castillo, que hubo que fortificar con un amuralla y un foso, un pequeño canal que tomaba agua del río y lo devolvía al otro extremo, convirtiendo así lo que hoy es el casco histórico en una suerte de isla. Al otro lado del Daugava solo quedaban bosques y algunas cabañas. Sin un puente que salvara la anchurosa corriente, Riga pronto desbordó sus murallas hacia el norte, mientras la otra orilla era ocupada únicamente por algunos pescadores y agricultores, obligados a llevar en barca sus productos al mercado. Así fue la cosa hasta que muchos siglos después un puente unió la Plaza del Ayuntamiento con la ribera meridional, con lo que la ciudad comenzó a expandirse lentamente hacia  el oeste. Hoy día ya hay cuatro modernos puentes uniendo ambas orillas, y un montón de rascacielos y edificios de vanguardia auguran el rápido crecimiento de la margen occidental, único lugar donde aún quedan terrenos para grandes proyectos inmobiliarios.

El puente Vansu es la más importante arteria uniendo ambas orillas del río Daugava/ Foto: F. López-Seivane

Quizá el más notable de los recientes proyectos urbanísticos de Riga haya sido la transformación de las modestas casitas de madera de Kipsala (kip, carga; sala, isla), una isla pegada a la orilla occidental del río, frente al puerto de la ciudad, donde habitualmente vivían pescadores y obreros. Ahora es una urbanización de lujo, una exclusiva zona de mansiones asomadas al río, que disfrutan de unas vistas sublimes, a apenas cinco minutos en coche (o quince andando) del corazón de la ciudad. Los artífices del proyecto han sido nada menos que Maris Gailis, quien fuera el primer Primer Ministro del país tras la separación de la Unión Soviética, y su mujer, Zaiga Gailis una reputada arquitecto. “Este proyecto solo ha sido posible gracias al dinero e influencia de Maris y al talento de su mujer”, se dice en los mentideros de la capital.

Casa reformada en Kipsala/ Foto: F. López-Seivane
Otra casa reformada por Zaiga Gailis junto al río/ Foto: F. López-Seivane
Otra casa reformada por Zaiga Gailis en primera líne/ Foto: F. López-Seivane

El ex Primer Ministro de Letonia, Maris Gailis, ahora dueño y señor de la nueva Kipsala
Zaiga Gailis, la arquitecto que ha transformado la isla de Kipsala

Tentado, como Ulises, por los cantos de sirenas que provenían de la otra orilla, crucé de buena mañana el moderno puente de tirantes llamado Vansu, que une los dos extremos de la calle Valdemara. Es el más corto de todos los puentes de Riga, porque parte de su trayecto se apoya sobre la propia isla de Kipsala. En la primera salida, tomé a la derecha y comencé a caminar por un viejo camino de cantos rodados que bordea la orilla. Las vistas eran magníficas y pasé mucho tiempo contemplando a los pescadores tirando sus cañas en un banco de arena bajo el puente, contra un fondo de agujas clavándose en el cielo. A mi izquierda se sucedían las viejas casas de madera, magníficamente transformadas en auténticas mansiones y envueltas en cuidados jardines. Aunque el empedrado me entorpecía cada paso, llegué hasta una vieja fábrica de escayola reconvertida en un bloque de apartamentos de lujo por obra y gracia de la arquitecto Zaiga, que parece estar imbuida del mismo espíritu de retroprogreso que preconizaba Salvador Pániker, y que consiste en avanzar reactualizando lo viejo. Me pregunté a mi mismo si me gustaría vivir en un lugar así y la respuesta fue un rotundo ¡Si!.  Mas adentro, el corazón de la isla está ocupado por la Universidad Politécnica y muchas otras casas rodeadas de su correspondiente jardín. En el número ocho de la escondida calle Maza Balasta, donde tenía su modesta vivienda Janis Lipke, di con el museo que los Gailis han erigido en su memoria, una recreación artística del búnker donde escondió y salvó de la muerte a decenas de judíos. La extraordinaria historia de este héroe discreto y anónimo, merece un capítulo aparte y me ocuparé de ella en la próxima crónica.

Banco de arena en Kipsala/ Foto: F. López-Seivane
El puertecito deportivo de Kipsala con la Riga histórica al fondo/ Foto: F. López-Seivane

Aún me quedaron arrestos para acercarme a la Biblioteca Nacional, uno de los edificios de nuevo cuño más espectaculares y emblemáticos de esta nueva Riga, cuyo hacedor, el arquitecto Gunnar Birkert, la considera ‘un castillo de luz’. Desde cerca, sus colosales dimensiones empequeñecen al observador. En cambio, desde los miradores de la ciudad, al otro lado del río, se ve como un llamativo triángulo grisazulado, un edificio bellísimo y emblemático de esa otra Riga vanguardista que crece en silencio al otro lado del Daugava, a solo un tiro de ballesta del corazón de la ciudad. Cuando planeen su próximo viaje a esta hermosa capital del Báltico, dediquen un día a explorarla. No se arrepentirán. Si se animan a hacerlo, les recomiendo Brussels Airlines, que vuela diariamente desde Madrid a Riga, con excelentes conexiones en Bruselas. Desde Barcelona, en cambio, Air Baltic tiene vuelos directos a Riga varias veces por semana.

Las imágenes que acompañan esta crónica han sido tomadas con una cámara Fujifilm X-E2

Impresionante vista de la nueva Biblioteca Nacional, levantándose al otro lado del río/ Foto: F. López-Seivane
La Biblioteca Nacional vista desde paseo que bordea la Ciudad Vieja/ Foto: F. López-Seivane

 

 

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