El lago Tana, el mayor de Etíopía, es un pequeño mar interior de agua dulce en un país sin mar. La capital lacustre por excelencia, Bahir Dar, no tiene nada que ver con esa imagen tópica de la Etiopía de la pobreza extrema. Se trata de una ciudad limpia, próspera y ordenada, en cuyas riveras, moteadas de umbrosos árboles, suelen congregarse los lugareños a contemplar extasiados las puestas de sol.
El lago, que en algunos puntos llega a tener una distancia de setenta y cinco kilómetros de costa a costa, cuenta con treinta islas y otros tantos monasterios. Algunas están habitadas y otras no, pero todas tienen su monasterio en lo más alto, aunque también los hay que se levantan en apartadas penínsulas. Para visitarlos, hay que hacer en ocasiones horas de navegación y trepar por senderos empinados a la umbría de antiguos cafetales. La mayoría se encuentran en un estado de conservación deplorable. Suelen ser pequeños edificios circulares que encierran un cubo en su interior, la iglesia propiamente dicha. En uno de los más remotos, el Tana Chekros, a dos horas y media de navegación y cuarenta y cinco minutos a pie, es donde se dice que el Arca de la Alianza estuvo escondida ochocientos años, antes de ser trasladada a su asiento actual en Axum.
El monasterio Ura Kidane Mehret (Nuestra Señora de la Misericordia), en la península de Zege, es de los más notables. Hay media hora de camino pedregoso, ladera arriba, desde el embarcadero hasta el cenobio. Tal vez por ser el más visitado, todo el camino está salpicado de vendedores de souvenirs que no cesan de atosigar a los esforzados visitantes. Los murales que cubren las paredes de su capilla interior reflejan escenas bíblicas y leyendas de la historia sagrada, desde la Coronación de María hasta imágenes de San Marcos alanceando a los infieles. Una manera, sin duda, de enseñar los fundamentos de la religión a gentes iletradas. Lo curioso es que los murales que se contemplan fueron pintados sobre telas de algodón que, después, se pegaron a las paredes de barro y paja del templo. No son obra de ningún artista consagrado, sino la labor callada de monjes y sacerdotes locales.
Claro que eso debió de ser en otro tiempo, porque los monjes actuales se pasan el día sentados a la puerta de sus celdas, esperando turistas para pedirles dinero, teléfonos, relojes…, lo que sea. Descorazona un poco ver que su fe se ha anquilosado y su religión consiste únicamente en pedir sin trabajar. Resulta también difícil de perdonar que auténticas joyas de arquitectura lacustre como este monasterio, fundamentales en la historia del cristianismo etíope, hayan cambiado sus originales y fantásticos tejados cónicos de paja de teff, el cereal endémico de la región, por horribles cubiertas de hierro corrugado. Ya sabemos que los tejados de paja hay que rehacerlos cada dos o tres años, pero ¿qué otra cosa tienen que hacer tantos monjes ociosos?
Kibran Gebriel es uno de los monasterios más importantes del lago, cuya iglesia data del siglo XIII, aunque hubo de ser restaurada en el XV. Cuenta con una especie de claustro circular, una suerte de deambulatorio que envuelve la iglesia propiamente dicha. Al estar más expuestos a los elementos, las frescos de las paredes han desaparecido casi por completo. Aquí se puede visitar también un torreón de piedra que hace las veces de museo, donde se conserva una buena colección de cruces de metal. Cada región o antiguo reino de Etiopía tiene una cruz característica: Axum, Gondar, Laliblela y Gebriel, que hace muy fácil asociar a su portador con ella. También hay algunos valiosos manuscritos ilustrados con dibujos polícromos, que son guardados como auténticas joyas por dos monjes, únicos habitantes del lugar.
Sorprendente resulta también que nadie puede pasar al maqdas (el santuario interior), excepto el sacerdote encargado de su custodia. ¿La razón? Todas las iglesias etíopes guardan en su sancta sanctorum una réplica del Arca de la Alianza, algo vedado a los ojos humanos, fieles o no, así que la liturgia y celebraciones tienen lugar en los pasillos que circundan el templo. Alguna día les contaré con más espacio la leyenda del Arca y su llegada a Etiopía.
Por el momento, sepan que no pocos de estos monasterios lacustres acogieron durante las guerras civiles etíopes muchos objetos de valor procedentes de templos y palacios de todo el país. Algunos conservan pequeños ‘museos’, donde pueden contemplarse elaboradas coronas y cruces cargadas de historia. Otros, fueron saqueados.
El lago Tana por el que he navegado largamente, está surcado por numerosas tankwas, unas barquitas diminutas que los pescadores construyen con haces de cañas de papiro bien atados con cuerdas. Sólo se tarda un día en construirlas y duran sólo unas semanas. Después, el papiro comienza a empaparse y se van hundiendo lentamente. Los lugareños las emplean para pescar y transportar lo inimaginable entre sus islas y Bahir Dar, la gran ciudad del lago.
Aquí me despido, mientras contemplo desde la espléndida terraza del Kuriftu Resort cómo un joven pescador, de pie sobe su frágil tankwa, lanza una y otra vez sus redes al agua.
Muchas de las imágenes que acompañan este reportaje han sido tomadas con una cámara Fujifilm X-T1GS.
Puesta de sol en el Kuriftu Resort, en Bahir Dar, el mejor lugar para contemplar las puestas de sol/ Foto: Fco. López-Seivane Imagen de portada: Una devota visita Azwa Mariam/ Foto: Fco. López-Seivane
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