Hay varios modos de viajar a Sri Lanka desde España. Yo elegí Air India, que vuela directamente a Delhi y, tras una breve conexión, continúa hasta Colombo. Es un vuelo nocturno muy cómodo y con un servicio excepcional (ojo, en clase Business dan hasta un pijama) y tiene la ventaja de permitir quedarse unos días en la India sin ningún tipo de recargo.
Sri Lanka es como una lágrima desprendida del subcontinente indio que flota inmóvil en el Índico. Su historia es una sucesión de guerras entre los tamiles hindúes y los propios cingaleses, mayoritariamente budistas. Ya el Ramayana, uno de los grandes épicos del hinduismo, nos relata el artero secuestro de Sita, la esposa del dios Rama, por parte del maligno Ravana, rey de Ceilán, quien la llevó prisionera a la isla, de la que sería rescatada por el dios mono Hanuman, al frente de un poderoso ejército, en el que no faltaban las pushpakas, naves voladoras que alcanzaban una velocidad comparable a la de la luz y poseían armas tan destructivas como las actuales bombas atómicas.
La mitología del Ramayana parece anticipar el incesante e inacabado enfrentamiento histórico entre tamiles y cingaleses, que, en sus cambiantes ciclos de dominio, ha terminado por sembrar de increíbles monumentos los paisajes del viejo Ceilán, donde aún se preservan fabulosos templos hindúes, junto a asombrosos monumentos budistas. Uno de los más antiguos es el monasterio rupestre de Dambulla, donde encontró refugio un rey local derrotado por un ejército invasor. Catorce años duró su exilio antes de recuperar el trono y, en agradecimiento, decidió construir una capilla con una impresionante imagen de Buda acostado, que ahora se conoce como la cueva número 1.
Antes de seguir, habría que aclarar que el primitivo monasterio budista no era mas que el voladizo de una enorme roca de granito que se yergue sobre una colina boscosa, asomada a un paisaje espectacular. Un lugar retirado y difícilmente accesible, donde los monjes vivían y meditaban al margen del mundo y el vaivén de las guerras. Con el tiempo, la oquedad se fue tabicando en sucesivas capillas de distinto tamaño que ahora se visitan con asombro, ya que las paredes y los techos de granito dejan ver elaborados dibujos, dando la impresión en ocasiones de que estuvieran entelados con seda.
La cueva número uno es tan pequeña que casi parece un milagro que la enorme estatua de tosco granito del buda acostado quepa en ella, pero cabe y aún queda espacio para un apretado altar a sus pies con algunas imágenes más. Sin embargo, la cueva número cinco es de grandes dimensiones y hay budas y altares para parar un tren. Cada capilla fue hecha en una época y financiada por un potentado distinto. Algunas están en peores condiciones que otras y todas se encuentran a lo largo de una galería porticada que recorre todo el alero donde los primeros monjes se guarecían de los elementos y de las tentaciones del mundo. Es un conjunto ciertamente espectacular que se asienta sobre una amplia terraza asomada al infinito verde de la llanura cingalesa.
Todo sería muy bucólico si no hubiera que trepar hasta allí por una interminable escalera o, alternativamente, por una rampa de primera categoría especial, aunque, a decir verdad, el duro ascenso está amenizado por una tribu de monitos que entretienen y amenazan por igual, así que ojo avizor. Como premio por hacer cumbre, los visitantes son invitados a descalzarse para no mancillar el recinto sagrado.
Aquí lo voy a dejar por hoy. Las cuevas budistas de Dambulla, Patrimonio de la Humanidad, son una vista imprescindible que todo el mundo sabrá apreciar, pero hay muchas otras cosas en Sri Lanka que les iré contado en entregas sucesivas.
Para dimes y diretes: seivane@seivane.net
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