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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

El viejo San Juan, un bellísimo bastión inexpugnable

El viejo San Juan, un bellísimo bastión inexpugnable
Francisco López-Seivane el

Quien recale, como yo, por primera vez en el Sheraton de San Juan, un viejo edificio de corte clásico ubicado a un paso de los muelles, verá con asombro que el vestíbulo del hotel se extiende en un casino abarrotado de ludópatas de la mañana a la noche. Todo el espacio disponible está ocupado por hileras de máquinas tragaperras a las que se accede con suma facilidad. Para mayor sorpresa, la mayoría de los clientes habituales son mujeres. Silenciosas, ajenas al mundo, escondiendo tras un gesto impasible la excitación interior que les produce la apuesta, estas mujeres solitarias se muestran tan herméticas y concentradas como los pocos hombres que se mueven entre ellas. ¿Por qué tantas féminas cuando la afición al juego ha sido tradicionalmente un vicio masculino?. “Porque a las mujeres de hoy no nos asusta asumir riesgos”, responde desafiante una mestiza oronda de mediana edad, sin apartar los ojos de dos máquinas que activa simultáneamente con ambas manos. El silencio religioso de la sala sólo se ve interrumpido ocasionalmente por el repiqueteo de las monedas en el cajetín de la máquina, una metralla de dinero que anuncia el premio y pone fiebre en la mirada del ganador. Pronto comprende uno que lo del Sheraton no es nada extraordinario, ya que en Puerto Rico, como en Las Vegas, la ley permite que cada hotel tenga en el Casino su mayor fuente de ingresos. De nuevo se hace aquí patente el contraste entre lo gringo (“¡green go!” es lo que gritaban los mexicanos a los soldados yanquis) y lo español.

Las calles del viejo San Juan están llenas de coloridos edificios con balcones, que recuerdan a España/ Foto: Fco. López-Seivane

Lo español –el idioma, la religión, el estilo de vida, los valores heredados de la madre patria- goza, hay que resaltarlo, de excelente salud en la isla y quizá sea la seña de identidad más arraigada entre una población permanentemente dividida en todo lo demás. Si hay un debate que apasione al pueblo puertorriqueño, siempre instalado en la ambigüedad, es la búsqueda de sus raíces, la definición de la “identidad nacional” como forma de autoafirmación y defensa contra la colonización cultural americana que, hasta la fecha, no ha conseguido otra cosa que arañar la pureza del idioma castellano. El spanglish -la castellanización de vocablos y expresiones ingleses-, avanza, en efecto, en la calle impulsado por una población bilingüe que se ve obligada a hablar con muchos más visitantes anglófilos que españoles.

“¿Tienes hambre, José?” -le pregunté un día a mi joven guía y conductor.

“Eso es correcto, señor”.

“¿No resultaría más fácil decir simplemente que sí?”.

“Eso es correcto, señor”.

“¿Qué te apetece comer?”.

“Pues estaría bien una picadera. Un poco de mofongo, unos sorullitos, unas alcapurrias…

“¿Y eso qué es?”

“Las alcapurrias son una masa hecha con plátanos verdes rallados, rellena de carne; el mofongo es también una bola de plátano verde machacado con aceite y ajo, que suele tomarse con caldo, y los sorullitos…”

“¡No me digas que se hacen también con plátano verde!”

“No, señor, son rollitos fritos de pasta de maíz, rellenos de queso. En Puerto Rico se estila mucho comer de picadera cuando uno sale a hanguear”.

“Vale. Entonces parquea el carro donde puedas, dale un call a tu lady y dile que no te espere esta tarde que nos vamos de picadera” –terminé, enganchado también con el spanglish.

No hay dos fachadas iguales en las calles de san juan/ Foto: Fco. López-Seivane

El viejo San Juan hierve por las tardes. No en vano tiene más locales de entretenimiento por metro cuadrado que la propia Nueva York. Una muchedumbre entreverada de locales y foráneos hormiguea por las geométricas cuadrículas, donde resulta imposible encontrar dos fachadas iguales, o dos colores idénticos. Los sanjuaneros tenían muy a gala distinguir sus viviendas de las de sus vecinos. Uno puede pasarse horas transitando por las empedradas callejuelas que van del Morro al fuerte de San Cristóbal, o que suben desde el muelle de la bahía hasta la larga muralla que bordea el océano, sin encontrar dos fachadas hermanas. Allí todo es vida, bullicio y movimiento. Cada puerta alberga un negocio. Se vende de todo, desde máscaras de carnaval a ron de primera, pero lo que predominan son los restaurantes. A lo largo de la calle San Sebastián, la más alta de todas, los pequeños locales de comidas se suceden en una amalgama de estilos que reflejan tanto la creatividad de sus dueños como las distintas influencias que convergen en la isla.

Una de las calles más emblemáticas de la ‘movida’ sanjuanera/ Foto: Fco. López-Seivane
Los bares y restaurantes aparecen siempre abarrotados de locales y turistas/ Foto: Fco. López-Seivane

Siguiendo pausadamente la calle se planta uno sin darse cuenta en la Plaza de San José, presidida por una impresionante estatua de Juan Ponce de León, el conquistador de la isla. Cristina Carreño, una escultora asturiana, la realizó en 1882 utilizando el bronce de los cañones tomados a los ingleses en el asalto de 1797, cuando una flota de sesenta navíos y más de nueve mil casacas rojas atacó sin éxito la ciudadela. Las formidables defensas diseñadas por Alejandro O’Reilly resistieron perfectamente y los ingleses fueron rechazados sin mayores problemas. La única metralla que se conserva incrustada en una pared de la fortaleza del Morro es la procedente de barcos americanos que la atacaron durante la guerra de Cuba. Apenas mellaron un par de almenas, pero bastó para que el hierro de sus obuses dejara un recuerdo perenne en la ciudad.

La estatua del descubridor de Puerto Rico, Ponce de León, se recorta contra el cielo sobre su blanco pedestal/ Foto: Fco. López-Seivane
La estatua de Colón presida la plaza del mismo nombre, donde se hallaba la antigua Puerta de Santiago/ Foto: Fco. López-Seivane

En una esquina de la plaza, pegada a la cara lateral de la iglesia de San José, una primorosa casita pintada de blanco y albero alberga el museo de Pablo Cassals, el catalán universal que vivió sus últimos años retirado en la ciudad que viera nacer a su madre. La contribución del mejor cellista del siglo XX a la música puertorriqueña fue enorme. Bajo su impulso se fundó la Orquesta Sinfónica y el Conservatorio, y se instituyó el Festival Cassals, el más prestigioso de las Américas.

Casa museo donde viviera el inmortal músico Pau Casals/ Foto: Fco. López-Seivane

El viejo San Juan es una joya irrepetible, un museo vivo, un lugar único y maravilloso, declarado con justicia Patrimonio de la Humanidad, que debiera estudiarse con mimo. Ni tan grande como La Habana ni tan antiguo como Santo Domingo, conserva, en cambio, intactas las ciclópeas murallas que sirvieron para defenderlo de los enemigos de la Corona española, ya que, no lo olvidemos, San Juan era el primer puerto donde recalaban las naves procedentes de España, y el último donde repostaban antes de iniciar su singladura de regreso, cargadas de oro y plata. Drake, Morgan, Leclerc… y un sinnúmero de piratas, bucaneros y corsarios de toda laya rondaban siempre al acecho, por eso la historia de esta ciudad es la historia de sus fuertes y defensas. La primera edificación construida en piedra con propósitos defensivos por los descendientes de Ponce de León fue la Casa Blanca. El hecho de que aún se conserve intacta es una buena noticia. Más tarde, los sanjuaneros levantaron La Fortaleza, que en la actualidad sirve de residencia al gobernador de Puerto Rico y es el edifico más antiguo de América todavía en uso. Muy cerca, la Puerta de San Juan da salida al delicioso Paseo de la Princesa, que bordea la muralla hasta los muelles. San Juan es una de las ciudades amuralladas menos claustrofóbicas que conozco. Se construyó en lo alto de la loma y las murallas sólo resultan inexpugnables desde el mar. Desde el interior, apenas suponen un cómodo parapeto que permite asomarse sin temor al infinito. Pero, aún así, es un respiro escapar por unos momentos del anillo de piedra que aprisiona el contorno de la ciudad y dejar que la vista se pierda en el horizonte mientras se respira libertad y una brisa de sal y especias.

Las murallas que rodean la ciudad son hoy un agradable paseo junto al mar/ Foto: Fco. López-Seivane

Para dimes y diretes: seivane@seivane.net

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