A lo largo del valle del Ródano, en la región suiza de Le Valais, vive una raza de vacas tan pequeñas que parecen novillas, pero tan territoriales, agresivas, fuertes y ambiciosas que no cesan de enfrentarse entre sí en disputa del liderazgo de la cabaña. Con el tiempo, estas peculiaridades de la raza herens han devenido en un formidable espectáculo de masas que apasiona por igual a ganaderos y aficionados de toda la región.. Miles de personas abarrotan las gradas portátiles en los distintos enfrentamientos eliminatorios que se van sucediendo cada domingo en distintas localidades del valle del Ródano a lo largo de la temporada de verano. Aunque existe constancia de que estos animales ya pacían en los altos valles alpinos hace dos mil años, pocos saben que fueron llevadas hasta allí desde España por los romanos. Su fortaleza y resistencia hacían de ellas una raza especialmente apta para desenvolverse en los empinados praderíos alpinos donde debían procurarse el sustento durante el estío.
Poco importaba entonces que el derroche físico de que hacían gala en sus correrías y combates fuera en detrimento de su producción lechera, que rara vez sobrepasaba los siete litros diarios, un promedio muy por debajo de los cuarenta que dan algunos ejemplares de otras razas más productivas y cuidadas. Durante siglos, las herens -negras, ligeras, musculosas- han combatido en la altura sin que sus cuidadores entendieran los motivos jerárquicos que había en juego. Poco apreciada por su baja productividad lechera y su escaso volumen de carne, la raza estaba en trance de desaparición cuando algunos especialistas comenzaron a asombrarse ante las extraordinarias aptitudes para la lucha de estos ejemplares. Se comenzó a enfrentar festivamente a las “reinas” de las distintas cabañas y pronto se extendió la fiebre por poseer a la “reina de las reinas”, la ganadora en la gran final que tiene lugar cada año en Aproz en el mes de octubre y que determina cual será la vaca que conduzca la manada hacia los inalpes, los pastos de verano, durante la gran trashumancia anual. Si las corridas de toros se tienen en España por salvadoras de esta especie de animales bravos, el ‘Combate de Reinas’ puede considerarse también la tabla de salvación de esta raza única de bovinos, muy próxima por su bravura, nobleza e inteligencia a la de nuestros toros hispanos.
Si alguien, en este punto, piensa que estamos ante otro espectáculo cruel y sangriento, como las corridas de toros, yerra de medio a medio. Y ya me apresuro a informar que, aunque los combates tienen lugar en un recinto circular cuyas dimensiones y características recuerdan ciertamente a un coso taurino, los enfrentamientos entre estos animales son un prodigio de estrategia e inteligencia que en ningún caso hieren o dañan su integridad física. Las vacas salen al ruedo de doce en doce, con el número correspondiente pintado sobre el lomo para su fácil identificación. Las más desavisadas, como los púgiles noveles, buscan fajarse enseguida con la que tienen más próxima. Muy pronto se agotan y son eliminadas. Las mejores luchadoras, en cambio, se hacen las distraídas, rehuyendo el enfrentamiento temprano, mientras estudian disimuladamente a sus adversarias y esperan a que éstas hayan gastado sus mejores energías para atacar de improviso, cargando con fuerza y determinación.
Durante los combates, las vacas no se cornean jamás. Sólo se embisten y empujan, testa contra testa, como si estuvieran uncidas por un yugo invisible. Pero la vencedora es a menudo la que más recula y mejor ahorra sus energías. Las embestidas furiosas, tal como sucede en otras vicisitudes de la vida, sólo sirven para acabar pronto con las propias fuerzas. El combate termina cuando una de las contendientes rehúye la pelea. Entonces, un jurado pide a los cuidadores que pastorean en el coso que retiren al animal. Al final, queda la vencedora, “la reina”, que siempre sale caminando con aires mayestáticos, sabedora y orgullosa de su superioridad.
Los entendidos no juzgan a las luchadoras por su estampa, tamaño o agresividad. Eso no equivoca más que al neófito. Lo que se valora es la estrategia inteligente y, finalmente, el carácter, la fuerza mental, la “personalidad”, si se quiere, que cualifican al animal para asumir el liderazgo de la cabaña. Quien tiene una “reina” tiene un tesoro. La cotización de las vencedoras en el mercado sube como la espuma, llegando a superar fácilmente los quince mil euros. Pero lo más importante es el prestigio. Los propietarios revientan de orgullo cuando algún ejemplar de su ganadería consigue la victoria. Es la culminación de muchos cuidados y cuantiosas inversiones que comienzan con la selección genética y continúan con una dieta especial y un entrenamiento semejante al de los atletas. Hasta épocas recientes, algunos administraban vino a las vacas para estimularlas antes de combatir. Otros, las atraen a la barrera ofreciéndoles comida y caricias para mantenerlas alejadas de las primeras peleas y frescas para las finales. La pasión y entrega con que éstos viven los combates es una parte muy importante del espectáculo, que, a veces, supera lo que ocurre en el ruedo. La furia con que algunos reaccionan cuando sus candidatas son eliminadas es muy superior a la que muestran los propios animales en la pelea. Las discusiones entre ganaderos, avivadas por grandes dosis de alcohol, son legendarias en la región y se comentan tanto o más que los propios combates.
En fin, si hay que sacar una moraleja de todo esto, pensemos que los machos de cualquier especie siempre se enfrentan por conseguir los favores de una hembra. Estas vacas, no. Ellas lo hacen para ser las “reinas”. ¿Te dice algo eso?
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