Emilio de Miguel Calabia el 11 feb, 2024 La visión más extendida sobre el Káiser Guillermo II es que era un belicista y un imperialista y que tuvo mucha culpa del estallido de la I Guerra Mundial. Esta visión estaba tan extendida incluso en su tiempo, que las potencias aliadas se plantearon pedir a Holanda, donde se había exiliado, que lo extraditara para juzgarlo como “el criminal y el principal responsable de la guerra”. Christopher Clark en “El Káiser Guillermo II” ofrece una visión más benévola e incluso simpática del Kaiser. Guillermo II era indeciso hasta el punto de que a veces su comportamiento político se volvía errático. Era incapaz de un esfuerzo de trabajo disciplinado y sistemático. Combinaba períodos de letargo y absentismo con ocasionales estallidos de energía. Era inseguro y esa inseguridad le llevaría a ser muy sensible a la opinión pública y a anhelar el reconocimiento ajeno. Necesitaba sentir que era el que mandaba y que los demás lo vieran. Otra consecuencia de esto era lo fácilmente manipulable e influenciable que resultaba. Se ha especulado mucho sobre el efecto que tuvo sobre su personalidad la parálisis que sufría en el brazo izquierdo como resultado del uso de fórceps en su nacimiento. Emil Ludwig, que escribió en 1926 una biografía muy popular del Káiser, afirmaba que el complejo provocado por el brazo fue decisivo en la configuración de su carácter y que le llevó a desear el poder absoluto y “a ocultar su inseguridad adoptando posturas combativas y belicosas”. No sé si se pueden inferir tantas cosas, pero lo cierto es que el complejo existía y una prueba es que Guillermo II evitaba que le hicieran fotos donde ese defecto quedase en evidencia. Aunque su padre Federico III había sido un hombre de ideas muy liberales, Guillermo II salió muy conservador. Esto cabe atribuirlo al deseo de distanciarse de su padre, a la influencia de su abuelo Guillermo I, con el que tenía mayor afinidad, y a la influencia de Bismarck, del que luego se distanciaría, pero que jugó un papel muy importante en sus inicios. Tenía una visión casi mesiánica de su dignidad imperial. Esa visión chocaba con la realidad de la vida política donde el Primer Ministro, el Parlamento, el Ejército y la opinión pública eran quienes conducían la política. Un Káiser con una personalidad distinta habría conseguido manipular el sistema en su favor, pero a Guillermo II le faltaba esa habilidad. Ello no impidió que en los comienzos de su reinado creyese que sería capaz de ese logro y que la figura del canciller se volvería redundante. Guillermo II se creía de vuelta a los tiempos de la Santa Alianza. Pensaba que la Providencia le había puesto en su cargo y que de alguna manera era el mediador entre el pueblo alemán y la divinidad. También creía que seguían los tiempos en los que los reyes dirigían el curso de la política exterior. Así, por ejemplo, pensaba que su correspondencia con su primo Nicolás II de Rusia podía influir en las relaciones bilaterales entre ambos imperios. Al menos en una cosa era moderno: en la importancia que daba al poder de la prensa. Los periódicos eran muy importantes para él como fuentes de información y de ideas. Pero también le proporcionaron muchos sinsabores. Con su narcisismo infantil, se tomaba muy a pecho las críticas y comentarios desfavorables que se le hacían. A Guillermo II le gustaba hablar en público e improvisar y que los medios recogieran sus palabras. Pero no pocas veces era su peor enemigo con afirmaciones extemporáneas que perjudicaban su imagen. Por ejemplo, con ocasión del juramento de los nuevos guardas imperiales en 1890, les advirtió que no se dejaran llevar por agitadores porque la guardia ahora “le pertenecía a él y tendrían que estar preparados para disparar a sus padres y a sus hermanos si él lo ordenaba”. De entre sus discursos más famosos destaca la arenga que lanzó a las tropas expedicionarias que partieron en 1900 para aplastar la rebelión de los bóxers en China: “Cuando os presentéis ante el enemigo, abatidlo; no tengáis piedad, no hagáis prisioneros. Igual que los hunos hace mil años (…) se hicieron famosos y aún se recuerda su grandeza, haced que el nombre de Alemania sea recordado en China del mismo modo, y que un chino jamás se atreva si quiera a levantar la vista ante un alemán.” Historia Tags Christopher ClarkEmil LudwigKaiser Guillermo II Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 11 feb, 2024