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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

De amigos a rivales (3)

Emilio de Miguel Calabia el

Y cuando las cosas parecían encarriladas, llega 1999, otro annus horribilis para las relaciones bilaterales. En mayo el Comité Cox emitió un informe demoledor, que afirmaba que China había venido espiando a EEUU desde los años 70 y le había robado tecnología sobre armas nucleares y tecnología sobre satélites. Y por si eso fuera poco, hubo indicios de que compañías aeroespaciales norteamericanas habían transferido tecnología aeroespacial sensible a China. Ese mismo mes de mayo se produjo el bombardeo accidental de la Embajada de China en Belgrado, que fue el momento en el que EEUU se dio cuenta de cómo el nacionalismo chino se había convertido en un factor ineludible en China.

2000: Valor de los intercambios comerciales: 116.000 millones $. Déficit norteamericano: 83.000 millones $.

A pesar de todo, Clinton firmó en 2000 la US-China Relations Act, que otorgaba a China relaciones comerciales normales con carácter permanente y allanaba el camino para que China ingresase en la Organización Mundial del Comercio. Explicando su decisión, Clinton dijo: “Cuando más liberalice su economía China, más completamente liberará el potencial de su pueblo. Y cuando los individuos tengan el poder de no sólo soñar sino de realizar sus sueños, pedirán un mayor poder de decisión.” Las expectativas de Clinton eran que China abriera sus mercados. “Por primera vez nuestras compañías podrán vender y distribuir en China productos hechos por trabajadores aquí en EEUU sin verse obligados a reubicar sus fábricas en China, a vender por medio del gobierno chino o a transferir tecnología valiosa. Podremos exportar productos sin exportar empleos.”

Como vemos, el ingreso de China en la OMC no era sólo una cuestión de promover la democracia. También se trataba de gestionar el creciente déficit comercial que EEUU tenía con China. A la altura de 2003 se estimaba que el déficit comercial y el desplazamiento de cadenas productivas a China había ocasionado la pérdida de millón y medio de empleos. La mayor parte de los empleos perdidos fueron trabajos bien pagados en el sector manufacturero. Inicialmente las industrias que sufrieron más fueron las intensivas en mano de obra y que utilizaban poca tecnología como los zapatos o los textiles. Pero más tarde las empresas más afectadas comenzaron a ser las que requerían trabajadores altamente cualificados y tecnologías avanzadas como la electrónica, los ordenadores y los equipos de comunicaciones. Además las exportaciones chinas en estos rubros fueron las que crecieron más deprisa hasta que llegaron a representar la totalidad del déficit comercial norteamericano en productos tecnológicos.

El ingreso de China en la OMC no trajo los beneficios esperados. La destrucción de empleo en EEUU continuó y hasta se aceleró. La exportación china de productos tecnológicos siguió creciendo. Las exportaciones norteamericanas subieron, pero no lo suficiente como para enjugar el déficit comercial creciente y compensar el incremento de exportaciones chinas que se produjo. De hecho, el déficit comercial norteamericano aumentó un 50% en los dos primeros años de China en la OMC. En esos dos años se destruyeron 234.000 empleos anuales, el doble que antes del ingreso de China en la OMC. Dos factores que jugaban en favor de China y que la OMC no corrigió fueron la infravaloración de su divisa y el menor respeto del medio ambiente por las empresas chinas. Sobre esto último hay que señalar que era una consecuencia de la lógica intrínseca del neoliberalismo.

En 1998 y 1999 un grupo de neoconservadores y los think tanks republicanos Heritage Foundation y The Project for a New American Century se pusieron a pergeñar las grandes líneas de la política exterior de una próxima Administración republicana. El hilo conductor era ABC (Anything but Clinton). En lo que se refiere a China opinaban que la Administración Clinton había hecho demasiadas concesiones. Un punto especial de contención era Taiwán. Estos expertos creían que debía ponerse fin a cualquier tipo de ambigüedad estratégica y anunciar taxativamente que en caso de ataque o bloqueo de la isla, EEUU acudiría a su defensa, incluidas las islas Kinmen y Matsu, próximas al continente. Sus ideas aparecerían en los discursos de Bush durante la campaña electoral. Por ejemplo: “Deberíamos ver China como un competidor, no un socio, y tratarla sin mala voluntad, pero sin ilusiones (19 de noviembre de 1999, Biblioteca Reagan en California); China es “un competidor estratégico de EEUU”, “un desafío clave para los EEUU en Asia” (agosto de 2000, Convención Nacional Republicana).

Cuando llegó al poder George W. Bush no tenía experiencia en política exterior, lo que hizo que fuera muy dependiente de Dick Cheney (vicepresidente), Colin Powell (Secretario de Estado), Donald Rumsfeld (Secretario de Defensa), Paul Wolfowitz (Subsecretario de Defensa) y Condolezza Rice (Asesora de Seguridad Nacional). Ese equipo tenía dos problemas: ninguno era un experto en China y estaban en desacuerdo sobre la política a seguir con el gigante asiático. Colin Powell creía que, aunque China no pudiera ser un socio estratégico, no era inevitable que se convirtiera en un enemigo. Donald Rumsfeld defendía una línea dura y pensaba que China era una gran amenaza para EEUU. El propio Bush y otros de su círculo no sabían a qué carta quedarse y sus acciones y declaraciones tan pronto se inclinaban del lado de la dureza, como del lado del entendimiento.

Pienso que fue en el tránsito de la Administración Clinton a la Administración Bush que China entendió algunas sobre cómo funcionan las democracias. La primera fue que un presidente no se siente necesariamente obligado por los compromisos que adquirió su predecesor. Esto es malo para sus contrapartes, pero muy bueno por otra parte, porque implica que las democracias lo tienen difícil a la hora de planificar en el largo plazo. Funcionan a golpe de citas electorales, no de objetivos a largo plazo.

El 30 de septiembre de 2001 el Departamento de Defensa publicó la Revisión de Defensa Cuatrienal, cuyo espíritu respondía a las ideas de Rumsfeld sobre China. La Revisión trasladaba el foco de seguridad de Europa a Asia-Pacífico y hablaba de un gran arco de inestabilidad, que iba de Oriente Medio al noreste de Asia, en el que había una mezcla volátil de potencias regionales en declive y en ascenso. La gran potencia en ascenso era China. El informe señalaba que mantener un equilibrio estable en Asia sería una tarea compleja, ante el riesgo de que apareciese un competidor militar con grandes recursos. En otras palabras: no podremos mantener la Pax Americana en Asia-Pacífico si una China en ascenso y con capacidades militares crecientes nos pone la proa.

 

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