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Cartas desde Cantón (4) Las personas-chicle

Emilio de Miguel Calabia el

Las personas-chicle son aquéllas que se te pegan igual que un chicle a la suela del zapato y de las que no te puedes desembarazar. Un tailandés lo explicaría diciendo que algo le habrás hecho en otra vida que se ha reencarnado en ésta con la misión de tocarte las narices. El tailandés te diría que tratar de desprenderse de ellos es inútil. Se trata de una relación kármica que es como un matrimonio mal avenido, casado en régimen de gananciales y con hijos: algo de lo que no te vas a poder librar.

Hay varias categorías de personas-chicle. He debido de ser muy malo en otras vidas porque a todas me las he encontrado y no una, ni dos, ni tres veces, sino infinitas. Los enumeraré:

1) Está el tonto que no para de fracasar y que trata de arrastrarte en sus fracasos. Una vez conocí a alguien que quería montar una empresa. Le faltaban 12.000 euros. Me los pidió y no me habló de devolvérmelos en algún día lejano en el que la empresa se hubiese convertido en un emporio. Eso hubiera sido plebeyo. Me dijo que si le daba esa cantidad a cambio me daría una participación en la empresa, esa empresa que yo sabía que se iba a hundir.

2) Está el que se quiere hacer amigo tuyo a toda costa, incluso en los malos días en los que ni te soportas tú a ti mismo. Parece que tiene alguna carencia en su vida que sólo le puedes llenar tú. Otra posibilidad es que te admire de alguna manera. Pero no tienes más que mirarte al espejo para eliminar esa posibilidad.

3) Está el monotemático, que no entiende que hay más cosas en la vida y que todo lo reconduce a su manía. Había en un club de juegos de guerra un individuo que estaba obsesionado con la II Guerra Mundial. Entrabas en el club y decías: “Afuera está lloviendo a cántaros” y él replicaba inmediatamente: “Para lluvia la que cayó en Montecasino el 14 de marzo de 1944”. O le preguntabas la hora y te respondía: “Las cuatro de la tarde. La misma hora en la que se rindió Varsovia el 28 de septiembre de 1939.”

4) Está el aprovechategui, que te quiere sacar algo. Como lo más habitual es que la gente quiera sacarte dinero, lo que te desconcierta con este espécimen es que no te quiere sacar unos euros. Se arrima a ti porque quiere utilizarte.

Mi gran persona-chicle en estos momentos es JL.

A JL le conocí en mi despacho de Madrid. Mea culpa, que no le vi venir. Era de los que se te sientan delante y se ponen a hilar la hebra con un desparpajo y una confianza en sí mismos impresionantes. Se ponía a contarte sus planes y abrumado por su verborrea, no te detenías a pensar si tenían algún sentido. Anticipo acontecimientos: no, no los tenían. Por ingenuidad, dejé escapar una gigantesca bandera roja: me dijo que le había expuesto esos mismos planes al Embajador Fulano y éste se los había elogiado e incluso le había dado su número de teléfono privado. No caí en que el Embajador Fulano sólo se elogia a sí mismo cada vez que pasa delante de un espejo. Tampoco me acordé de que el Embajador Fulano no da ni los buenos días, así que pensar que le había dado su número de teléfono privado a un sujeto que sufría de logorrea, resultaba inaudito. Más todavia, tenía todo el aire de ser una mentira.

JL me dijo que esa misma tarde una importantísima delegación de Cantón iba a visitar el Centro Cultural Chino en Madrid y que me esperaban anhelantes. Me doró tanto la píldora, que llegué a creerme que aquella tarde yo solito iba a determinar el curso de las relaciones culturales hispano-chinas. Aunque tenía una agenda llena y todas las tardes ocupadas, decidí que bien merecía la ocasión que sacrificase mi única tarde libre de esa semana.

Llegué al Centro Cultural Chino y allí me tuvieron esperando un rato. JL, a mi lado, me iba cantando las glorias de la delegación. La delegación llegó y subió en tromba al piso de arriba, dejándome cara del alcalde de “Bienvenido Mr. Marshall”, cuando llegan los coches de los americanos como una exhalación y pasan de largo. Nos invitaron a subir a los plebeyos, encabezados por un ufano JL. Pasamos a una habitación barroca y allí tuvimos el placer de estrechar la mano a los patricios chinos, todos salvo JL que nos fue presentando y a continuación se puso a hablar con los chinos. En ese momento entendí la jugada. Me había llevado para darse pisto, para mostrarles lo importante que era que había conseguido arrastrar a un Embajador al magno evento. Salí de allí más corrido que una mona y jurándome que nunca más dejaría que JL me tomase el pelo de esa manera.

Pero el karma es el karma y algo le habré hecho yo en otra vida a JL. Apenas llegué a Cantón me encontré con un mensaje suyo en la bandeja de entrada en el que se deshacía en elogios hacia mi modesta persona y me pedía una cita para invitarme a la entrega de diplomas en el club de constructores de maquetas de barcos con cerillas.

 

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