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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Cristiandad (2)

Emilio de Miguel Calabia el

Los historiadores suelen presentar el intento de restauración pagana del emperador Juliano (361-363) como una acción que estaba condenada al fracaso. Heather cree que si Juliano hubiera estado más tiempo en el Trono la restauración pagana habría podido funcionar. Los principales motivos son dos. En primer lugar, había muchos conversos que no habían abandonado completamente las prácticas paganas y que habrían podido regresar al paganismo si lo hubieran visto apoyado por el Estado. En segundo lugar, desde Contantino muchos miembros de la élite se habían convertido al cristianismo para trepar, ya que los emperadores cristianos solían promover a sus correligionarios. Heather cree que con un emperador pagano muchos trepas habrían regresado al paganismo. Dado que Juliano sólo tuvo dos años para reimplantar el paganismo, nunca sabremos hasta qué punto Heather tiene razón.

Desde Nicea, el Emperador se había convertido prácticamente en la cabeza de la Iglesia. Solo él tenía la potestad de convocar concilios y podía imponer la versión dogmática que más le gustase. Así el hijo de Constantino, Constancio II, dio alas a los arrianos y persiguió a los obispos seguidores del credo niceno. Un ejemplo de quién era el que mandaba lo tenemos en la carrera del obispo San Ambrosio de Milán. La historiografía le presenta como a un campeón del cristianismo niceno al que los emperadores no se atrevían a chistarle. Esa imagen fue promovida por el propio San Ambrosio y hay motivos para pensar que menos lobos, Caperucita. La realidad es que San Ambrosio pudo tener cierta influencia con emperadores débiles, pero que no fue rival para un emperador bragado como Teodosio.

Es en este contexto en el que debemos leer “La Ciudad de Dios” de San Agustín. A lo largo del siglo IV se había producido la fusión entre la Iglesia y el Imperio, cuya muestra más palmaria había sido la involucración de los emperadores tanto en el nombramiento de los obispos como en cuestiones doctrinales. La conquista de Roma por Alarico en 410 supuso un golpe durísimo para la idea que el Imperio romano tenía de sí mismo. Por primera vez en más de 700 años, Roma la eterna, la capital del orbe, había caído en manos de un enemigo externo.

Se suele decir que San Agustín escribió “La Ciudad de Dios” para rechazar las imputaciones de que Roma había sido conquistada como castigo de los dioses por haber abrazado el cristianismo. Es cierto. Pero también lo es que San Agustín quiso disociar la ciudad divina de la terrenal tanto por motivos teológicos como por la conciencia de que no se podía dar por garantizada la perennidad del Imperio romano. El Imperio romano había dejado de ocupar una posición central en los planes de Dios para el género humano.

En 376 los godos adoptaron el cristianismo en su versión arriana. Algunos historiadores han intentado explicar su querencia por el arrianismo en que teológicamente era más sencillo de entender para unos conversos recientes que el credo niceno. Sin embargo, la explicación es más sencilla: el arrianismo era la versión del cristianismo que imperaba en el Imperio en el momento de su conversión. Poco después el cristianismo niceno se impondría definitivamente con Teodosio.

¿Por qué los godos no se adhirieron a la versión del cristianismo que se implantó en el Imperio? No lo sabemos, pero Heather cree que la actitud de los vándalos podría darnos algunas pistas válidas. El cristianismo fue un factor de cohesión para unas hordas bárbaras desunidas. Por otro lado, seguir una variante diferente de la defendida por el emperador, permitía evitar quintacolumnistas en caso de enfrentamiento con el Imperio.

Para comienzos del siglo VI Occidente era básicamente arriano. Los burgundios, los visigodos, los ostrogodos y los vándalos seguían el arrianismo. La excepción era el reino de los francos de Clodoveo, quien en 507 se había hecho bautizar según el credo niceno. Heather cree que su opción por el credo niceno fue dictada por consideraciones geopolíticas: aliarse con Constantinopla en un momento en el que sus principales rivales,- ostrogodos y visigodos-, eran arrianos.

Heather hace una lectura de las campañas de Justiniano en Occidente diferente de la habitual. La versión tradicional es que Justiniano quería restaurar el Imperio romano en Occidente y que había un plan meditado detrás de las campañas. Sin embargo, Heather estima que para 533 Justiniano, que apenas llevaba seis años en el Trono, era un gobernante muy cuestionado. La campaña contra los vándalos consistió en la búsqueda de un éxito exterior que le permitiera compensar sus fracasos en el interior. La derrota de los vándalos fue tan rápida y completa que Justiniano se puso a buscar otros objetivos y el principal era el Estado ostrogodo, el reino bárbaro más fuerte de occidente. Los resultados territoriales de las conquistas de Justiniano fueron efímeros. Para el 650 la invasión musulmana del norte de África y la invasión longobarda de Italia había arrebatado a los bizantinos lo conquistado. La consecuencia más duradera de la intervención de Justiniano fue la eliminación del arrianismo en Occidente.

El Islam, que vendría a trastocar los logros de Justiniano en el siglo anterior, debió su triunfo a una serie de golpes de suerte coyunturales. El primer golpe de suerte fue que los primeros musulmanes refugiados en Medina consiguieran resistir las acometidas de La Meca. Al igual que ocurriera con los emperadores romanos, Mahoma pudo presentar estas victorias inesperadas como prueba del favor de Allah. Si las cosas hubieran terminado ahí, el Islam habría podido quedar relegado históricamente a la categoría de una religión curiosa seguida por unos cuantos pueblos árabes de la ribera del Mar Rojo. Sin embargo, se produjo una coyuntura histórica inusitada, que vino a cambiarlo todo.

Los imperios bizantino y sasánida llevaban siglos manteniendo una suerte de conflicto de baja intensidad en el que las provincias fronterizas de ambos imperios cambiaban constantemente de manos. A finales del siglo VI el conflicto se exacerbó y en 610, aprovechando los conflictos internos bizantinos, el rey sasánida Cosroes II atacó Bizancio. En diez años, los sasánidas se hicieron con las provincias bizantinas de Siria, Palestina y Egipto y llegaron a amenazar a la propia ciudad de Constantinopla. Las inexpugnables murallas de Constantinopla y una alianza con los turcos occidentales permitió a los bizantinos recuperar la iniciativa y llevar la guerra a Iraq. En 628 un golpe palaciego derrocó a Cosroes y el imperio sasánida entró en un periodo de conflictos internos. Ambos contendientes emergieron del conflicto exangües y, peor todavía, durante el mismo habían descuidado lo que ocurría en su frontera sur, en el mundo árabe, y no vieron venir la alianza tribal que estaba montando Mahoma. Cuando los guerreros musulmanes se lanzaron contra Bizancio y el imperio sasánida, se encontraron con dos Estados exhaustos, que todavía no se habían recuperado de los destrozos de 20 años de guerra.

 

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