Emilio de Miguel Calabia el 23 ene, 2021 La frase con la que titulo esta entrada la dijo Lord Curzon, que fue Virrey de la India: “El Imperio británico es bajo la Providencia el mayor instrumento para el bien que el mundo ha visto”. Asimismo Lord Curzon pensaba que el Imperio británico había escrito en la India la página más desprendida de la Historia y que había gobernado el Subcontinente “para el beneficio duradero de millones de seres humanos.” Lawrence James, autor de “Raj: the Making and Unmaking of British India”, escribió que el Imperio británico en la India fue “un ejercicio de autocracia benigna y un experimento en altruismo”. Niall Ferguson se maravilla con todas las aportaciones que el Imperio Británico hizo al mundo: “promovió la asignación óptima de trabajo, capital y bienes en el mundo”, “impuso las leyes occidentales, el orden y el buen gobierno alrededor del mundo”, “actuó como el agente de un gobierno relativamente poco corrupto” e “incrementó el bienestar global” [adviértase el tufillo economicista y eurocéntrico de la enumeración de Ferguson]. Y lo mejor es que, como dijo el historiador decimonónico John Robert Seeley, parecía que el Imperio británico “había conquistado y poblado la mitad del mundo por despiste”. Para saber si el Imperio británico fue esa fuerza benefactora que dicen sus defensores,- todos ellos ingleses, por cierto-, no hay como preguntarle a quienes lo sufrieron. Por ejemplo a Shashi Tharoor, autor de “Inglorious Empire. What the British Did to India.” Tharoor nos recuerda que en 1600, cuando la Compañía de las Indias Orientales (CIO) se creó, la India generaba el 23% del PIB mundial, mientras que Inglaterra generaba el 1,8%. En 1940 Gran Bretaña representaba el 10% del PIB mundial y la India había caído tan bajo que no figuraba en las estadísticas. Niall Ferguson, ese gran entusiasta del Imperio británico, reconoce que entre 1757 (fecha de la batalla de Plassey, que dio inicio al dominio británico sobre la India) y 1900, el PIB per cápita británico creció un 347%. El indio sólo un 14%. Éste es el resultado de 200 años de dominio británico. Tal vez la asignación de recursos que promovió el Imperio británico no era tan óptima como aseveraba Ferguson y el bienestar que se incrementó no fue el global, sino el británico. A comienzos del siglo XVIII la India controlaba el 25% del comercio global en textiles. Sólo las exportaciones de Bengala de textiles ascendían a 16 millones de rupias y las de seda a otros cinco millones. Los ingleses conscientemente destrozaron esa industria, sobre todo a partir de finales del siglo XVIII. Los costes de producir los textiles indios eran muy bajos y la naciente industria textil británica no podía competir con ellos. La destrucción de la industria textil india fue despiadada: la CIO se hizo con el monopolio del textil y cortó los lazos de textil indio con los mercados internacionales; aplicó tarifas del 70 y el 80% a la industria textil india, dificultando su exportación a Gran Bretaña; inundó los mercados indios con textiles producidos en Gran Bretaña. Desde comienzos del siglo XIX la India era un inmenso mercado cautivo para los textiles británicos. Lo que sucedió con el textil fue el primer y más dramático ejemplo de lo que serían los esfuerzos británicos por impedir que la India se industrializase. Otro ejemplo tiene que ver con la industria naviera y con los astilleros. Bengala era una nación marítima y sus barcos recorrían todo el ancho y largo de la Bahía de Bengala. Los británicos establecieron el monopolio de las rutas comerciales para sus propios barcos y arruinaron la industria naviera bengalí. Con los astilleros ocurrió otro tanto. La India producía barcos más baratos y de buena calidad, con los que los astilleros británicos no podían competir. Una ley de 1813 prohibió que los barcos indios de menos de 350 toneladas pudieran comerciar con el Reino Unido; de un plumazo sacaron de esa ruta comercial al 40% de los barcos indios. Al año siguiente, otra ley estableció que los barcos construidos en la India no tendrían la consideración de barcos británicos, lo que en la práctica supuso expulsarlos de las rutas comerciales con Europa y EEUU. Todas estas medidas discriminatorias hicieron que para 1850 la industria naval india estuviera muerta. Otro tanto podría decirse de la industria siderúrgica india, pero creo que el patrón se capta, ¿verdad? La desindustrialización de la India fue acompañada de su expolio. Tan pronto la CIO comenzó a tener poder político en la India, una de sus principales preocupaciones fue asegurarse de que su nueva adquisición fuera rentable. Una de las fuentes de riqueza fue la imposición a los campesinos. En el sistema tradicional, los terratenientes exigían una parte de la cosecha a los campesinos, pero, viviendo en las mismas comunidades, eran conscientes de que no debían matar a la gallina de los huevos de oro. Sus demandas eran razonables y en tiempos de necesidad estaban dispuestos a echarles una mano. Los británicos introdujeron un impuesto por la tierra, de manera que el campesino tenía que pagar tanto si el año había sido bueno, como si había sido malo. Además, ahora se le exigía que pagase en numerario, lo que llevó a muchos a una situación de endeudamiento permanente. Para terminar de empeorar las cosas, los ingleses nombraron nuevos recaudadores de impuestos que a menudo eran personas sin vínculos con la comunidad campesina a la que tenían que esquilmar y cuya única preocupación era alcanzar las cuotas que la CIO les había marcado. La situación era tal que no pocos campesinos optaron por huir de las zonas controladas por los ingleses y refugiarse en las controladas por los príncipes indios. El movimiento en dirección inversa era casi inexistente. El expolio fue tal, que un economista ha estimado que la India transfería a Inglaterra anualmente el 8% de su PNB. Cuando la carrera imperialista se aceleró a partir de la década de los 70 del siglo XIX, el dinero y los hombres indios jugarían un papel importantísimo en la defensa del Imperio. Entre 1860 y 1903 el Ejército indio fue desplegado en 16 guerras en Asia y África. Los impuestos indios pagaban las dos terceras partes de los 325.000 hombres del Ejército británico. 1.215.000 indios participaron en todos los escenarios de la I Guerra Mundial y 74.000 de ellos murieron en combate. La India contribuyó también generosamente a costear el conflicto, aunque fue una generosidad forzada por los británicos, sin opción a negarse. La suma de las contribuciones indias en dinero y en especie ascendieron a unos 146 millones de libras esterlinas de la época; 50.000 millones al cambio actual. El propio Gandhi, que todavía creía en el juego limpio y el sentido de la justicia del Imperio británico, creó una unidad de ambulancias para contribuir al esfuerzo bélico británico en el Frente Occidental. Los indios creían ingenuamente que después de su esfuerzo merecían alguna recompensa. De hecho, en 1917 el Secretario de Estado para la India, Edwin Montagu, había prometido que tras la guerra la India recibiría el estatus de Dominio, como tenían Canadá y Australia, entre otras. Lo que obtuvieron fueron las reformas Montagu-Chelmsford de 1919, que más que unas reformas fueron una tomadura de pelo. Los ingleses retenían todos los poderes y dejaban a los indios una autoridad mínima en unos cuantos asuntos menores. Echando sal en la herida, ese mismo año los británicos aprobaron la Ley Rowlatt, que reimpuso las restricciones a las libertades de expresión y de reunión que habían estado vigentes durante la guerra. La gota que colmó el vaso y que supuso un antes y un después en el sentimiento de los indios con respecto al Imperio, fue la matanza de Amritsar, en la que el General Reginald Dyer, racista y de cortas miras, tomando una multitud de hombres, mujeres y niños congregados para un mercado por una manifestación política, ordenó a sus hombres que tirasen a matar. Los ingleses reconocieron 379 muertos y 1.137 heridos; cifras no-oficiales y posiblemente más ajustadas hablan de 1,499 muertos. Lo peor no fue la matanza en sí, sino la reacción de los ingleses. Dyer nunca se arrepintió de sus acciones. Hubo una comisión de investigación, que hizo lo posible para lavar su imagen y eximirle de responsabilidades. Pero el propio Dyer era tan torpe y tan jactancioso, que el Gobierno de la India optó por enviarle de vuelta a Londres. Allí fue recibido como un héroe. El propio Rudyard Kipling le llamó “el hombre que salvó la India”. Hubo una cuestación popular en su favor, que recaudó 26.317 libras, el equivalente a un cuarto de millón de libras actuales. En comparación, cada víctima india de la masacre recibió 37 libras, 1.450 al cambio actual. Después de Amritsar, la desafección hacia el Imperio se instaló y cada vez hubo más indios a los que ya no bastaba la promesa huera de la conversión en Dominio. Lo que querían era la independencia total. 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