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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El Imperio que tenía el Ejército más bonito del mundo (y 2)

Emilio de Miguel Calabia el

(¿Verdad que eran bonitos los uniformes del Ejército austro-húngaro?

El momento culmen de la diplomacia austriaca fue el Congreso de Viena y el sistema creado por Metternich. El punto de partida era desfavorable para Austria. Sus dos principales rivales, Prusia y Rusia, habían salido engrandecidas y muy crecidas de las guerras napoleónicas. Una Francia derrotada y vuelta a sus fronteras anteriores y una Austria exhausta por las guerras no parecían bastantes para contenerlas. Un problema adicional era el de la aparición del nacionalismo como fuerza política. Esto era letal para un imperio multiétnico como el austriaco y más cuando el germen nacionalista infectó a italianos y alemanes. El nacionalismo alemán podía ser instrumentalizado por Prusia para hacerse con el control del espacio alemán, mientras que Francia podía servirse del nacionalismo italiano para crearle problemas a Austria en el sur.

Metternich era consciente de que Austria debilitada no podía por sí misma sostener la arquitectura europea. Su objetivo fue crear un sistema de seguridad colectiva paneuropea estable, que garantizase la paz entre las potencias y diese al Imperio tiempo para recuperarse. Para la realización de este designio, Austria contaba con tres bazas. La primera era su posición central en el continente. La segunda era su estatus de potencia conservadora y mantenedora del orden tradicional, que le confería una cierta autoridad moral. La tercera era el propio Metternich, un maestro en el manejo de los tiempos. Donde diplomáticos menores se preocupaban por conseguir victorias cortoplacistas, él siempre pensaba en el largo plazo. Como a los ejércitos austriacos, no le importaba perder batallas si al final ganaba la guerra.

Los principales objetivos de Metternich en el Congreso de Viena fueron:

+ Conservar los Estados tapón que le separaban de sus rivales, los cuales habrían deseado absorberlos. Ésta era una prioridad tan grande que aceptó la pérdida de los Países Bajos austriacos y dejó que se sumaran a los Países Bajos en un gran Estado tapón al norte de Francia. En Alemania no luchó por la restauración de un Sacro Imperio Romano anacrónico e inviable, sino por una Confederación Germánica de 39 Estados de cierto tamaño, que podría resistir a Prusia por un lado y a enemigos extragermánicos (esencialmente Francia) por otro. Austria confiaba en poder ganarse a estos Estados al ser un hegemón débil que les garantizaba su seguridad.

+ Conseguir la cooperación de las grandes potencias en la tarea de mantener el orden, la paz y la estabilidad en Europa e, incidentalmente, interesarlas en el mantenimiento de Austria como una de esas grandes potencias. Ese concierto de las grandes potencias debía conseguir: 1) Contener los conflictos antes de que surgiesen; 2) Impedir la emergencia de una potencia revisionista como en su día lo fueron la Prusia de Federico II y la Francia de Napoleón. A esas dos tareas, Metternich añadía otra importantísima para Austria: frenar los movimientos nacionalistas.

Los logros de Metternich fueron considerables. Consiguió que una potencia débil como era Austria diseñase la arquitectura de seguridad europea y encima se pusiese en el centro de la misma. De alguna manera Rusia se convirtió en un socio y protector militar de Austria y Prusia se avino para cooperar en el manejo de los problemas alemanes. El sistema funcionó razonablemente bien durante los primeros treinta y ocho años y dio a Austria un período de tranquilidad en el que recuperarse de las guerras napoleónicas.

¿Por qué se rompió el sistema de Metternich y por qué Austria comenzó su inexorable declive? Mitchell afirma que fue por una combinación de factores estructurales externos y de errores decisorios internos. Los principales factores estructurales externos fueron: 1) La aparición de nuevas tecnologías, especialmente el ferrocarril, que hicieron imposible el tradicional juego austriaco de ganar tiempo y prolongar el conflicto en espera de que el juego de la diplomacia y las coaliciones se pusiese en marcha; 2) El nacionalismo que redujo la importancia de los tratados como fuentes de legitimación de la soberanía sobre los territorios. Casi tan serio como estos cambios fue el cambio de actitud que trajo la llegada de Francisco José al Trono en 1848. Francisco José abandonó la tradicional flexibilidad defensiva de los Habsburgo y optó por la intransigencia, el poder militar y la ofensiva, algo para lo que ni sus diplomáticos ni sus ejércitos estaban preparados.

Su primer error lo cometería con Rusia durante la guerra de Crimea. Desde la segunda mitad del siglo XVIII los diplomáticos austriacos habían visto con horror cómo Rusia había ido avanzando hacia el delta del Danubio y los Balcanes a costa del Imperio Otomano. El dilema para Austria es que no podía oponerse al expansionismo ruso por la fuerza de las armas, pero hacerse con esos territorios antes que los rusos no era una opción. Eran territorios subdesarrollados que hubieran embrollado aún más el complejo tapiz étnico del Imperio.

En 1853 se produjo un conflicto diplomático entre Francia y Rusia en torno al status de los cristianos en Tierra Santa. El conflicto escaló y estalló la guerra. Gran Bretaña se alineó con Francia. Austria se encontró en una encrucijada. Si tomaba partido por Rusia, se arriesgaba a que Francia atacase sus posesiones italianas. Si tomaba partido por Francia y Gran Bretaña, perdería el apoyo militar que Rusia venía dándole. El Canciller Karl Ferdinand von Buol intentó aplicar las tácticas apaciguadoras que siempre le habían dado tan buen resultado a su país y evitar de paso que Rusia consolidase su posición en las bocas del Danubio y en los Balcanes.

A medida que el conflicto se prolongaba, Buol empezó a inclinarse más hacia las potencias occidentales, ante el temor a una Rusia fuerte en los Balcanes. A finales de 1853 Austria presentó a Rusia unas condiciones moderadas a cambio de mantenerse neutral en la guerra. Rusia las rechazó en enero de 1854. Sorprendentemente Austria abandonó su contemporización habitual y en julio de 1854 dio un ultimátum a Rusia: si no se retiraba de los principados danubianos que había ocupado, Austria entraría en guerra. Para dar más credibilidad a la amenaza, Austria situó 327.000 soldados a lo largo de su frontera con Rusia. La postura austriaca determinó la derrota rusa en la guerra. Rusia tuvo que dividir sus fuerzas para hacer frente a la amenaza austriaca y no pudo destinar efectivos suficientes a Crimea.

Mitchell comenta que había cierta racionalidad en el curso de acción que siguió Buol, dadas sus opciones estratégicas, pero que hubiera debido evitar tomar partido. Una Rusia expansionista era un peligro, pero era un peligro con el que Austria llevaba viviendo desde el siglo XVIII, mientras que sus amenazas más inmediatas estaban en Italia (Francia) y Alemania (Prusia). Tradicionalmente Rusia se había mostrado dispuesta a apoyar a Austria en momentos de peligro. No manteniendo su tradicional neutralidad, Austria reemplazó una Rusia expansionista pero amiga por una Rusia expansionista y resentida.

Como símbolo de los nuevos tiempos que corrían por Viena, se empezó a dar más importancia al Ejército y se enfatizó la ofensiva, sobre el planteamiento defensivo tradicional. Se adaptaron las nuevas tecnologías que iban apareciendo, pero no se cambiaron las mentalidades conservadoras de los generales. Mientras que Prusia adoptó el nuevo fusil Dreyse, de mayor potencia y que permitía entre 10 y 12 disparos por minuto, los austriacos optaron por un modelo con menor cadencia de tiro, para que sus tropas no consumiesen demasiadas balas, y siguieron apostando por la carga a la bayoneta como en las guerras napoleónicas. Se rechazó adoptar un modelo de cañón más moderno, porque los antiguos eran más sencillos de fabricar. Donde los prusianos tenían cinco vías férreas hasta la frontera con Bohemia, Austria tenía en la zona una sola, con lo que eso implicaba en cuanto a la lentitud del despliegue de sus ejércitos en la frontera… Si la modernización del Ejército falló no fue por falta de presupuesto, sino por la mentalidad burocrática de sus generales. Del abultado presupuesto de defensa, la mitad se iba a pensiones, sueldos y gastos administrativos.

La equivocación de la orientación agresiva y militarista emprendida por Francisco José se vería en la guerra con Piamonte de 1859. La guerra fue comenzada por Austria, que sucumbió a las provocaciones piamontesas y desechó los esfuerzos mediadores británicos. Peor todavía, rompiendo con sus tradiciones, Austria entró en la guerra aislada, ya que no había hecho los preparativos diplomáticos necesarios para asegurarse el apoyo de otras potencias. Dos meses y medio les bastaron a los franco-piamonteses para derrotar a los austriacos y demostrar que la modernización de su Ejército era un bluff.

Prusia tomó buena nota de la debilidad tanto política como militar de Austria. En 1863 ambas mantuvieron una breve guerra contra Dinamarca por los ducados de Schleswig y Holstein. No hubo grandes batallas, pero curiosamente ambas salieron convencidas de que los combates habidos validaban sus estilos respectivos de hacer la guerra. En 1866 se vería quién tenía razón.

Austria llegó a la guerra austro-prusiana de 1866 muy debilitada diplomáticamente. Prusia se había trabajado la simpatía de Francia, Rusia y Piamonte, con lo que Austria no podía esperar formar coaliciones que le ayudasen a ganar la guerra; es más, tuvo que distraer fuerzas en las fronteras con Rusia y Piamonte, no le fueran a atacar por ahí aprovechando la coyuntura. Los Estados menores alemanes, aunque no les gustase Prusia, eran conscientes de que no tenían alternativa y de que Austria no podría protegerles. Prusia sólo necesitó de siete semanas, algo menos que franceses y piamonteses siete años antes, para aplastar a Austria.

Para Mitchell éste es el momento que marca el fin de Austria como gran potencia. Una combinación de cambios geopolíticos y de malas decisiones de sus gobernantes la forzaron a convertirse en el socio menor de la alianza austro-prusiana y en esas condiciones fue a la I Guerra Mundial, que acarrearía el fin del Imperio.

Como fino estratega, Mitchell saca algunas lecciones del ejemplo austriaco:

1) No puedes ser fuerte en todas partes.

2) Evita la guerra siempre que sea posible. Esta máxima es especialmente importante en el siglo XXI, dada la capacidad destructiva de los armamentos de los que disponemos. Por eso los grandes Estados han trasladado los conflictos a arenas diferentes de la militar: el ciberespacio, la economía, el comercio, el poder blando…

3) Afronta primero los problemas secundarios para poder concentrarte lo antes posible en el problema principal.

4) La complejidad es más fácil de manejar antes de un conflicto que durante el conflicto. Austria siempre procuraba hacer los deberes diplomáticos antes de que estallasen las guerras.

5) Si es posible, obliga al enemigo a luchar en su terreno antes que en el tuyo. Austria conseguía esto rodeándose de Estados tapón, que eran los que absorbían el primer choque de la guerra, antes de que el conflicto llegase a territorio austriaco.

6) Mantén Estados pequeños entre tú y tus principales rivales.

7) Prioriza las regiones que te proporcionan el mayor beneficio económico y geoestratégico. Por ejemplo, en la Guerra de Sucesión a la Corona de España, Austria al final centró sus objetivos en quedarse con la parte más rica y que podría reforzar la seguridad de su frontera sur: Italia.

8) Usa soluciones locales para abordar problemas locales. Austria aplicó esta máxima, por ejemplo, en su frontera militar en los Balcanes. Era una zona marcada por la inestabilidad, el bandidaje y el conflicto de baja intensidad. En lugar de emplear al Ejército imperial para garantizar la seguridad de la zona, recurrió a colonos guerreros, que protegían la frontera de manera eficaz y a bajo coste.

9) Apacigua a un rival para ganar tiempo, no para dilatar el problema. Cuando Austria contemporizaba y apaciguaba a un enemigo era para demorar el conflicto y ganar tiempo para mejorar su posición. Esto es muy distinto del apaciguamiento que Chamberlain hizo con Hitler en Munich en 1938.

10) Cuidado con los enemigos que usen tus problemas internos en tu contra. Son los más peligrosos.

11) La frontera más peligrosa es la financiera. Durante una buena parte de la rebelión de Flandes, los ejércitos españoles poseían la superioridad militar y tecnológica necesaria para ganar el conflicto; si no consiguieron derrotar a los holandeses fue por falta de dinero para financiar la guerra. Las guerras anglo-marathas de finales del XVIII y comienzos del XIX los ingleses las ganaron no por superioridad en el campo de batalla, sino porque ellos podían endeudarse en los mercados financieros para seguir cubriendo los costes de la guerra y los marathas no podían.

12) No basta con ser una necesidad. A menudo el Imperio Habsburgo jugó con el hecho de que el sistema europeo lo necesitaba como contrapeso a otros poderes agresivos y para dar paz y estabilidad a Europa central. Ser necesario no implica ser imprescindible.

Y terminadas las consideraciones estratégicas sólo me queda añadir que cuando uno ve “Sissi emperatriz”, escucha a Richard Strauss y lee a Stefan Zweig y a Joseph Roth, se da cuenta de lo mucho que perdimos con la desaparición del Imperio Austro-húngaro.

 

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