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Kulunka, del fracaso al Festival de Aviñón (pasando por los Premios Max)

Kulunka, del fracaso al Festival de Aviñón (pasando por los Premios Max)
Pedro Víllora el

“Se habla poco de los fracasos”. La frase es de Iñaki Rikarte, el director de Solitudes, la obra de Kulunka Teatro que ha ganado los Premios Max al mejor espectáculo de teatro y mejor composición musical (para Luis Miguel Cobo). Rikarte dirigió también el primer espectáculo de la compañía, André y Dorine, que hasta el 29 de julio se representa en el Festival de Aviñón. “Hemos tenido varios fracasos tanto a nivel individual como colectivamente y son una parte fundamental de este oficio”.

 

“El de André y Dorine fue un proceso con ángel, con dos meses intensivos de mucho trabajo pero fácil”, recuerda Garbiñe Insausti a propósito del primer espectáculo de esta compañía, que ella misma fundó en 2010 junto a José Dault. Casi de inmediato, André y Dorine inició un camino de éxito internacional que, ocho años después, no hace más que crecer. Pero en 2014 el fracaso sobrevino: “Los ensayos del segundo espectáculo fueron mucho más duros. Se titulaba Los Nadies. Lo presentamos a unas pocas personas ya terminado, con escenografía, vestuario y música… y fracasamos. Estuvimos un año entero sin volver a tocar Los Nadies hasta que fuimos capaces de replantearnos aquella historia”.

 

Para Rikarte, “hay que reconocer que nos podemos equivocar, y que, por mucho que nos dejemos la piel trabajando, el éxito no te impide que fracases”. Y es que en Los Nadies fueron muy atrevidos: “Quisimos explorar los límites de la máscara y al final llegamos a la conclusión de que un puñado de buenas ideas no son un espectáculo; y que es importante ir de la mano del público, sobre todo cuando este tiene que completar la historia en su cabeza a medida que avanza. Si no encuentras cosas que sean inequívocas, donde todos puedan pensar lo mismo, te arriesgas a que algunos se desvíen por caminos peligrosos y terminen por no entender nada. Del fracaso de Los Nadies nació Solitudes un año después, cuando comprendimos que podíamos ser más osados que en André y Dorine pero menos que en Los Nadies”.

André y Dorine surgió cuando Garbiñe Insausti y José Dault supieron de la muerte del filósofo austriaco André Gorz, que se suicidó junto a su esposa. “Tenían 84 años –recuerda Insausti-, y en Carta a D anunciaba estas muertes con pasajes que nos conmovieron. Nos inspiraron para pensar en una historia de amor en la vejez, y, tras ver algún espectáculo europeo de máscaras, se nos ocurrió usarlas para contar una historia universal. Fue una intuición, porque no teníamos experiencia previa en el lenguaje de la máscara ni lo habíamos trabajado como alumnos de la RESAD, pero nos parecía que podría tener la belleza, emoción y poesía necesarias. Así fuimos escribiendo el proyecto y tomando algunas decisiones que nos parecían pequeñas pero que terminaron siendo importantes, como que él fuese escritor y ella chelista que padecía alzheimer. No queríamos hacer una historia sobre la enfermedad, sino que fue la razón para obligarles a recordar, a olvidar y a unirse en ese viaje hacia la muerte”. “Y un personaje en su vejez sugiere muchas cosas, tiene más carga, esconde más… y eso es interesante”, asegura el director.

 

Dault, Insausti, Rikarte y sus otros colaboradores (Edu Cárcamo, Rolando San Martín, Ikerne Giménez, Yayo Cáceres…) se metieron en un garaje a crear sin ahorros ni un colchón económico: “Ni en los mejores sueños pensábamos que recorreríamos treinta países –dice la actriz-. Nuestra ambición era pequeña y pudimos contar con una ayuda del gobierno vasco para la mitad de la producción. El resto lo pusimos entre todos y, una vez hecho el espectáculo, enviamos información a festivales extranjeros, como el de Manizales de Colombia, que fue nuestra segunda función tras el estreno en Torrejón de Ardoz. Eso generó algo que nos sobrepasó, porque nos salió Nepal y no teníamos la seguridad de que esta historia de una familia acomodada se entendiese allí donde no se reconocía el alzheimer como una enfermedad. Pero funcionó tan bien que hicimos más funciones de las previstas para generar fondos para una escuela. Y, pensando que iba a ser nuestro último viaje, aprovechamos para emprender una excursión de mes y medio por el Anapurna. Luego vino Santo Domingo, Turquía, etc. Pasaron ocho meses antes de volver a hacer otra función en España, que fue en la Feria de Puertollano. Costó arrancar en España, y pudimos rellenar ese hueco por el interés que surgió fuera”.

 

Reconoce Garbiñe que “el mayor aprendizaje en estos ocho años de gira internacional ha sido confirmar que, a pesar de las diferencias culturales, lingüísticas o sociales, cuando hablas de cosas esenciales como el amor, la vida, la familia, todos somos más parecidos de lo que creemos”.

Trabajos como André y Dorine o Solitudes, donde un mismo personaje es interpretado por distintos actores y el espectador no puede saber quién está tras la máscara, suponen una cura frente al ego. “Es consecuencia de haber escogido este lenguaje, donde el actor no tiene su momento y su monólogo sino que está al servicio de la historia. Para nosotros es una lección de humildad, porque cuando salimos del teatro nadie nos conoce”, dice la intérprete. Y añade el director: “Tenemos un objetivo común y eso permite que los actores no se planteen un punto de vista egoísta ni busquen protagonismo”.

 

Las máscaras

 

Ni Garbiñe Insausti ni José Dault tenían experiencia con máscaras (Edu Cárcamo un poco más por su estudios de teatro gestual). “En los ensayos construimos la historia y a la vez aprendimos a hablar con este nuevo lenguaje –dice Insausti-, y aún aprendemos. Iñaki desde fuera y nosotros desde dentro fuimos aprendiendo el abc de las máscaras y cómo hacer entender sin uso de la palabra”.

La propia Garbiñe comenzó a construir las máscaras: “La relación con el objeto es muy intuitiva, como la dramaturgia. De repente estás en la sala de ensayos, hace falta un doctor, imaginas cómo puede ser y lo buscas en la arcilla. Y otras veces estás en el taller explorando, surge algo y lo llevas al ensayo a ver qué pasa y si funciona”. Ella es la única responsable de su confección: “Si hubiese distintas manos en la construcción de la escultura se notaría. Mi madre tenía una tienda de bellas artes, así como un taller donde se daban clases, y mi hermana es profesora de manualidades. Gracias a eso he perdido el miedo a mancharme las manos con el barro. Ha sido un atrevimiento por mi parte, porque podía haber sido un desastre”. “Pero es la misma osadía que te lleva a formar una compañía, a coser tus trajes…”, apostilla el director, feliz de haber colaborado ya en dos ocasiones con Kulunka: “Todos nos respetamos mucho. Cada uno sabemos qué se nos da bien y cuál es nuestra parcela. Y trabajamos bien en equipo. Discutimos mucho. Hablamos mucho para encontrar la manera de contar las cosas. A la hora de dirigir se me olvida quién manda, porque manda la historia, el proyecto”.

 

“Tenemos muy claro que el director es el que debe tomar las decisiones finales, aunque sea una historia colectiva. Contratamos a Iñaki por intuición, porque tampoco había hecho nada de máscara, pero conociendo su talento nos atrevimos y dijo que sí, para nuestra sorpresa y gozo. Recuerdo que alguna vez has dicho que te asustaste…”, le comenta la productora al director, que responde: “Sí. A veces he dicho que sí a trabajos por no saber decir que no y me arrepiento enseguida: ¿Y si no se me ocurre nada?… Ahora, por no venir de la máscara hemos podido hacer algo distinto, al atrevernos a contar historias más o menos convencionales con un lenguaje que no es el habitual para estos casos. Normalmente con máscaras se hacen escenas sueltas, porque es difícil enlazar escenas con componentes discursivos como aquí, donde contamos historias completas”.


En 2016, Kulunka cambió de registro con Taxidermia de un gorrión, un magnífico texto de Ozkar Galán sobre Edith Piaf que dirigió Fernando Soto. “Estábamos muy satisfechos del trabajo con máscaras, sobre todo tras recuperarnos de las heridas de Los Nadies, pero también teníamos necesidad de contar otras historias y usar la palabra. Gran parte de la culpa la tiene Ozkar, que insistió en trabajar sobre Edith Piaf. Tuve la suerte de que un dramaturgo escribiese algo para mí, lo que no sucede siempre”, asegura quien fuese finalista al Premio Max a la mejor actriz por este papel. “Era un reto, pero no tenía la presión de hacer una imitación porque no era nuestra ambición ni queríamos hacer un biopic, sino recoger su esencia de lo que significa como símbolo para, a través de ella, contar una historia sobre los mitos, sobre la vejez, sobre cómo el público que te endiosa te puede hacer caer…”

 

André y Dorine, Solitudes, Taxidermia de un gorrión… Tres dramas (aunque con comedia incorporada), a propósito de la soledad y la degradación. “Nos ha salido así –dice Garbiñe Insausti-. Cuando creas tu compañía para hacer tus espectáculos, compartes inquietudes y vuelcas tus miedos y reflexiones en el trabajo. Es una apuesta personal y eso es muy gratificante, porque gracias a ella das sentido a cómo vives tu profesión”.

 

Son, también, montajes en constante evolución. Así lo expresa Iñaki Rikarte: “Estamos acostumbrados a hacer espectáculos en 45 días de ensayos y luego, con suerte, un año de gira y se acaban. Eso es antinatural. Nuestros espectáculos están vivos y se hacen con el público. Toda la vida ha sido así, excepto últimamente. Con Kulunka seguimos trabajando y modificando cosas. Son una creación continua y el público nos da muchísima información. El público es dramaturgo de la función, nos devuelve lo que ofrecemos y nos hace cambiar, nos redescubre el valor de lo que hacemos con su propia reacción”. El público, ese es el éxito y no los premios: “¿Quién se acuerda del premio Max del año pasado o del anterior? Si esto vale para que salga alguna función más, muy bien; pero el objetivo del trabajo jamás es el premio, sino el trabajo mismo”.

@Pedro_Villora

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