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Celia Morán, joven y extraordinaria dramaturga

Celia Morán, joven y extraordinaria dramaturga
Pedro Víllora el

 

 

 

 

Si la Sala Nave73 se ha convertido en uno de los espacios teatrales más apetecibles de Madrid lo es, entre otras cosas, por programar a muchos dramaturgos y directores jóvenes que están contribuyendo a renovar el panorama teatral español. Es el caso de la toledana Celia Morán (Los Yébenes, 1990), autora y directora de El ombligo de la reina, que sin duda es uno de los espectáculos más atractivos y perturbadores de la temporada actual.

Morán ha terminado recientemente sus estudios de Dramaturgia en la Real Escuela Superior de Arte Dramático, la misma institución que ampara la próxima edición (junto a Editorial Fundamentos) de Tatuaje, una obra de inequívoco sabor popular que ha de suponer la consolidación de una escritora singular, con una voz realmente diferente.

 

 

Dice Celia Morán que sacó el subtítulo de Tatuaje de una frase de Francisco Umbral, según la cual consideraba a la copla homónima como “la quinta sinfonía callejera de la generación del piojo verde”. Morán es demasiado joven para haber sido una seguidora en tiempo real de los artículos y libros de Umbral, Manuel Vázquez Montalbán o Terenci Moix, ni mucho menos ha coincidido con los momentos en que a Jaime Gil de Biedma le salía la noche coplera ni ha estado en los lugares donde Félix Grande o José Manuel Caballero Bonald deslumbraban con sus saberes flamencos ni en las primeras exhibiciones del Trailer para amantes de lo prohibido o el mismo Tatuaje de Pedro Almodóvar. Pero Morán sabe, como todos estos maestros, que la frontera entre la alta y la supuesta baja cultura es irreal y que uno puede acercarse al mundo popular sin suficiencia ni paternalismos, sin ironías condescendientes ni apropiaciones neocastizas. Celia Morán es una escritora sorprendentemente honesta al trabajar con un material tentado de exceso y melodrama, y, lo que en otras manos resultaría postizo y manierista, en las suyas se revela tragicómico, grotesco, doloroso, real. A poco que uno se adentra en el conjunto de su obra reciente, la evidencia de que la autora posee un mundo propio, personalísimo y auténtico, se revela como una certeza difícil de discutir. Es la nieta literaria de los artistas mencionados y de aquellos que creen que ningún arte vocacionalmente social puede erigirse despreciando los placeres que entretienen a los menos cultivados.

Morán da a conocer Tatuaje mientras tiene en escena la ya comentada El ombligo de la reina, en un montaje dirigido por ella misma, y Aquí jodí, pero usted no tiene la culpa (2018) participa en un festival de Grecia. Tres obras tan seguidas y en las que se percibe de inmediato un aire de familia permiten configurar un imaginario creativo trabado y coherente. En todas aparece una sexualidad desbordante pero no feliz. Hombres y mujeres se huelen, se restriegan, se utilizan… Sustituyen al amor por la obsesión. No se contienen. Carecen de pudor. Se requieren entre jadeos. Se recrean en las palabras gruesas. Se definen por el olor y el tacto, la altura y la complexión, el físico.

La carnalidad atraviesa unas obras donde los personajes son cuerpos lujuriosos y en buena medida victimizados. Cuerpos agredidos, lacerados, violentados; pero también cuerpos que vibran de deseo, que se entregan al otro, que reclaman ser atendidos como presencia que sufre y goza de verdad. La apuesta de la autora por colocar al cuerpo en el centro del debate artístico tiene algo de paradójico, pues propone que la visceralidad y las emociones deben fajarse de la tiranía de la corrección lógica y aséptica, pero muestra las consecuencias bestiales del desenfreno y el arrebato desaforado.

El ombligo de la reina

Salvo la breve Aquí jodí…, que transcurre en una ciudad tomada por hordas de turistas borrachos, legionarios paganizados y mujeres-cabra partícipes de un sacrificio ditirámbico, las otras están situadas en espacios y tiempos rurales. En El ombligo de la reina hay un rito de iniciación de jóvenes que puede hacer pensar en las Fiestas Mayores de tantos pueblos donde se elige Reina y Corte. Me une a Celia Morán el interés por los pueblos castellanos donde ambos nos hemos criado y quizá por eso me resulta tan familiar la atmósfera de esta obra que está llena de tiempo, de un presente que contiene el pasado, de una modernidad que emana de la tradición sin sustituirla, como si, salvando las distancias, un Berlanga manchego hubiese fusionado Tamaño natural con Bienvenido, míster Marshall.

También Tatuaje es rural y también hay aquí materia propia de una comedia grotesca como la anterior, pero el brillo del color ha desaparecido para ofrecer un duro contraste de blancos y negros. Tatuaje es el eco de un tiempo gris. Muestra el deterioro de un mundo que se desliza por la mediocridad hasta despeñarse pero que no termina de desaparecer. Los cuerpos tatuados de culpa se ofrecen los unos a los otros, se cierran tratos sobre ellos, se cobra y se paga para no pensar; pero el estremecimiento del orgasmo imaginado no acalla las voces que se rebelan. Los cuerpos se encuentran, o no, mientras sus voces van por otro lado, observando, comentando, insinuando el drama que unió a esos cuerpos en el pasado, previendo la catástrofe.

Tatuaje es una obra de muchísima angustia. Uno sabe, desde las primeras líneas, que los personajes agonizan, que no hay futuro para ellos y que toda su estructura comenzó a desaparecer años atrás. Pero ellos hacen como si no fuese así y cantan, aman, se cuidan y trabajan para seguir viviendo. Su entorno se desmorona y ellos aún tienen fuerzas para levantarse como si cada día no pudiese ser el último.

Cuatro generaciones de una misma familia arrastran un pecado vinculado con el deseo de libertad y la libertad del deseo. De sus miembros, uno no está y el otro es un bebé, luego los otros deben trabajar dando sentido al hueco que se ha producido y procurando que el más pequeño aporte un sentido. Junto a ellos habrá un mudo con razones para hablar y un extraño cuyas razones que deben callarse. Torturados hasta lo físico, estos seis personajes participan de un ciclo dramático que cada tanto reaparece en forma de tragedia. Por eso Tatuaje, desde un calma aparente, rebosa de un tiempo trágico acumulado que en algún momento tenía que estallar. Cómo hace Celia Morán para sostener el difícil equilibrio de estas fuerzas que podrían destruirse es uno de los muchos misterios de esta obra tan rara como fascinante.

Es muy difícil encontrar la belleza de lo grotesco sin caer en el ridículo o volverse macabro. Es perturbador hacer gala de un lenguaje sucio y agresivo y que parezca elegante y natural. Es regocijante que exista una escritora como Celia Morán, tan sabia.

@Pedro_Villora

 

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