La revista de la Asociación de Directores de Escena, ADE Teatro, publica en su numero 201 la obra teatral «El dilema», escrita por Mercedes Lezcano, mucho más conocida hasta ahora como directora y también como novelista. Es extraño cómo un creador puede ser él mismo y demostrarlo por mucho que sus obras transiten por géneros variados. Y es tanto más admirable que esa familiaridad que se observa tras la diversidad tenga su correspondencia con la vida personal del artista. La lectura de «El dilema» remite indiscutiblemente a su autora. Mercedes Lezcano es una persona de extraordinaria elegancia. Lo era en escena igual que lo ha sido siempre en el ámbito de la cotidianidad, en el mundo cultural y social o en el espacio político. Hay en ella una condición pulcra, distinguida y refinada que no necesita aspavientos ni grandes gestos, que no reclama atención y sin embargo la consigue. Es serena, prudente y precisa. Lo es en sus formas, con una voz que rehúye el grito, y lo es en su lenguaje y su discurso, analítico y argumentado sin estridencias ni melodramatismos. Quizás sea dubitativa (eso lo sabrán ella y los suyos), pero transmite la seguridad de quien ha reposado lo que tiene que decir y hacer y lo expresa sin paternalismos ni condescendencias, pero asimismo sin crueldad.
En Mercedes Lezcano, la delicadeza es una virtud acompañada de tenacidad, de firmeza en trabajar en pos de la consecución de un sueño entendido como objetivo, como ideal, y no como fantasía. Hay en ella un anhelo de realidad que deja al margen todo aspecto grosero de la misma. Muestra hechos y los ilustra con sus orígenes y cierta previsión de consecuencias a corto plazo, en función del riguroso ejercicio de la lógica.

Como cualquier interesado en las artes escénicas, conocía a Mercedes Lezcano como actriz y ayudante de dirección de profesionales tan excelentes como Gerardo Malla, Adolfo Marsillach y Francisco Portes, por lo que no me extrañó que diese el paso a la dirección y la dramaturgia, lo que hizo con la adaptación de cuatro cuentos de Mercè Rodoreda. Mi querido Juan Ignacio García Garzón, en su crítica del diario ABC, escribía así a propósito de «Mujeres» (1999): «La obra de esa sensible, gran escritora que fue/es Mercè Rodoreda contiene vigorosos retratos femeninos realizados con cariñosa delicadeza en el detalle y minucioso perfilado del carácter, tanto en lo que respecta a hondura psicológica como en lo referido a perspectiva social. Para su debut en la dirección, Mercedes Lezcano ha espigado entre las narraciones de la autora catalana y escogido cuatro de esos personajes femeninos con la intención de apuntar una panorámica de la situación de la mujer en los años treinta, aunque el discurso íntimo de cada protagonista sea tan de ayer como de hoy». Para Nacho, esos monólogos eran «cuatro voces que fluyen como agua clara, remansada unas veces, alborotada otras, para dar cuenta de afectos y desazones, de pasiones y naufragios cotidianos; en todas, aun cuando en ocasiones aparezca entreverada la alegría, vibra un amargo aroma de derrota, consumada o presentida, enhebrada siempre a la sombra de un hombre». Y añadía cómo «la referencia temporal y el engarce entre una y otra historia viene dado por vía radiofónica: ráfagas de canciones y noticiarios sitúan la época (proclamación de la II República, promulgación de la ley de divorcio, sucesos de Casasviejas, comienzo de la Guerra Civil)».
Esta primera dramaturgia y dirección de Mercedes Lezcano mostraba la intimidad de los personajes en su relación con el contexto histórico del pasado reciente. Con su segunda puesta en escena, «Otoño en familia» (2000) de James Saunders, decidió hablar de su propia época, si bien esta vez la adaptación no era suya sino de Marsillach. En una entrevista que le hice para ABC cuando la obra llegó a Madrid dos años después de iniciar su gira, Mercedes respondía así acerca de qué le había interesado del texto de Saunders: «En “Otoño en familia” hay una madre y tres hijas que se reúnen en la casa familiar porque el padre está a punto de morir. No saben si va a tardar unas horas o unas semanas. En ese clima tenso y difícil hay conversaciones y reflexiones sobre muchas cosas: la búsqueda de la libertad, de la felicidad, el desencanto de las ideologías, el temor de no saber adónde vamos… Elena, la mayor, dice en un momento: “¿Cómo es posible que haya en el mundo tanta hambre, tanto dolor, tanta injusticia, tantas guerras, tanta crueldad? Todos hemos fracasado. Nada tiene sentido”. Eso y otras muchas cosas que se dicen, es cierto: estamos viendo cómo el mundo, en lugar de buscar la justicia y acabar con el hambre, está armándose. Estados Unidos quiere atacar a los países árabes para intentar acabar con la inseguridad, pero no es ese el camino. Todo eso está en la función. Uno de los personajes está desencantado del comunismo, pero al mismo tiempo otra se le ríe del capitalismo salvaje: hay como un halo de reflexión, de crítica, y eso es lo más interesante de la obra».
Me he extendido en las citas a propósito de «Mujeres» y «Otoño en familia» porque tratan de la relación entre la vida personal y familiar, la evolución de la sociedad y los conflictos ideológicos y políticos; es decir, de elementos que son igualmente relevantes en «El dilema» y que la autora ha ido desarrollando en el tiempo. En 2002, Lezcano ya hablaba del desencuentro entre Occidente y los países árabes, pero aún no se había producido la crisis mundial de 2008 ni la europea de los refugiados de 2015 ni tantos otros episodios de desmoronamiento de los sistemas democráticos o del auge de los nacionalismos de diversa índole. Los trabajos como dramaturga y directora de Mercedes Lezcano se ralentizaron (los ya citados habían sido seguidos en muy poco tiempo por «Danza macabra» de Strindberg, «Noche de Reyes sin Shakespeare» de Adolfo Marsillach entre otros) pero a partir de su muy polémica «Conversación con Primo Levi» (2005) y la inmediata «¡Viva el mestizaje!» (2006), de inequívoco título, se consolidó la persona dedicada a la política y el activismo. Cuando esa actividad política que la llevó a ser diputada en la Asamblea de Madrid entre 2007 y 2011 remitió, el compromiso siguió ahí, y la escritora que durante tanto tiempo había estado en un segundo plano resurgió con una obra extraordinaria. Digo una aunque en principio se presentase como dos: las novelas «Sólo quedaban… preguntas» (Éride Ediciones, 2018) y «La ausencia que me dejaste» (Punto de Vista Editores, 2022).

«Sólo quedaban… preguntas» se abre con una cita de Sócrates que aparece en el «Gorgias» de Platón: «Siempre es mejor sufrir la injusticia que cometerla». La novela es, en efecto, el relato de un sufrimiento: el del pueblo palestino desde el punto de vista de una periodista treintañera francesa, Sylvie, que tiene en Ramallah una historia de amor con Bilal, un maestro y activista pacífico comprometido con su gente. El tercer vértice de la historia es André, profesor universitario enamorado de Sylvie. La autora sitúa el grueso de la acción entre 2016 y 2018; es decir, al inicio del primer mandato de Donald Trump con el consecuente acercamiento entre Estados Unidos e Israel. La novela plantea la pasión creciente de la periodista especializada en relaciones internacionales por mostrar la vida en los campos de refugiados, mientras su historia con André se va desgastando conforme las comodidades parisinas le hastían. Lezcano desgrana el tiempo histórico de su relato. Los acontecimientos políticos y las revueltas sociales de esos años no son el simple marco de la acción, sino la motivación de los personajes que sufren las consecuencias de los mismos.
Sylvie se implicará tanto con los desfavorecidos asiáticos que llega a reprochársele haber olvidado que también en Europa se está fraguando el caos. Tal vez por eso, «La ausencia que me dejaste» es la novela de Europa. Lo es en los dos años anteriores al Covid-19, cuando a Sylvie se le impide entrar en Israel, donde Bilal permanece prisionero acusado de terrorismo. Louis, el padre de Sylvie recién jubilado de la diplomacia, los amigos y familiares de André (profesores, arquitectos…) y otros personajes de un entorno profesional y social semejante, mantienen las constantes de una Europa democrática, solidaria y progresista que resiste a duras penas los embates de la violencia y el odio. El amor ausente de Bilal acompaña a Sylvie mientras sabemos de las protestas contra Macron, las acciones de Netanyahu, o el eco del atentado en la sala Bataclan.
Estas dos novelas que son una están formidablemente escritas. Pese a lo dramático de los acontecimientos, Mercedes Lezcano los describe con naturalidad, sin aspavientos ni artificios. Tiene el acierto, acaso el don, de hacer que parezca sencillo lo difícil. Su prosa elegantísima revela hechos y emociones con exactitud, informando a la vez que sugiriendo, atendiendo a los detalles con sensibilidad y penetrando en los contextos con argumentación y contundencia.

Si «Sólo quedaban… preguntas» es la novela de Israel y Palestina, y «La ausencia que me dejaste» el relato de Francia y Europa, «El dilema» es la obra de España. Los magníficos diálogos de ambas novelas, donde los personajes hablan tanto y tan bien, con sentido y carácter, tienen su equivalente en esta historia que es una continuación lógica del conjunto de la obra de su autora. También aquí hay un reencuentro familiar (como el de Louis y Sylvie, por ejemplo), un jardín con huerto y un campo cercano (a los personajes de Mercedes Lezcano les encanta la naturaleza, lo telúrico, la jardinería, el contacto con la tierra…), una exposición acerca de cómo lo amistoso y lo amoroso se confunden y pueden dar lugar a matrimonios razonablemente equivocados, la necesidad de alejarse para encontrarse a uno mismo, el desconocimiento de los padres por parte de los hijos… pero ante todo existe la duda respecto al otro, el miedo al diferente, el rechazo al que viene de fuera, la afirmación de la identidad propia como recurso ante la supuesta amenaza exterior.
«El dilema» es una obra al margen de las modas: un espacio y un tiempo reconocibles, unos personajes complejos que esconden secretos y conflictos internos; unos diálogos claros, afilados e inteligentes… Es un drama realista, cuyos referentes se reconocen, y a la vez un drama familiar, puesto que casi toda la acción se produce entre los pocos miembros de una familia… Mercedes Lezcano ha asumido el noble modelo de Ibsen y O’Neill y lo ha teñido con la mirada contemporánea de quien se duele del trato a la inmigración
Mercedes Lezcano es tenaz. Está convencida, o eso creo, de que es un desperdicio reducir las posibilidades del arte y la literatura al mero pasatiempo, y así lo muestra con cada nueva creación. Si Brecht nos decía que la misión principal del teatro era divertir, inmediatamente venía la de cuestionar lo sabido. La conciencia crítica de Lezcano, unida a su talento artístico, ha dado lugar a una trayectoria impecable digna del mayor reconocimiento. Una obra como «El dilema» recupera para el teatro la gracia de las palabras bien dichas y la atractiva ambigüedad de los cuestionamientos morales de compleja valoración. Es, sí, una obra tan elegante como dura, tan comprensiva con los defectos humanos como firme y determinada en su resolución.
@Pedro_Villora
