El estreno de la película Verano en diciembre, de Carolina África, no supone solo el esperanzador debut de su guionista y directora, sino la demostración de que el entusiasmo y la perseverancia son buenas compañías para alcanzar el éxito profesional. La excelencia de la película, con su visión agridulce pero finalmente amable de las relaciones familiares, debe mucho al origen dramático de la misma, una obra teatral del año 2012, galardonada con el prestigioso premio Calderón, en la que su autora creyó tanto como para crear una compañía, La Belloch Teatro, y encontrar un espacio al margen de los circuitos oficiales, con un aforo mínimo desbordado por un número cada vez mayor de espectadores admirados. Si Carolina África hubiese desfallecido ante las evidentes dificultades económicas de estrenar en semejantes condiciones, quizá hoy no estaríamos hablando de ella ni gozando de la sabiduría con que extrae situaciones llamativas de la cotidianidad. Por eso hay que agradecerle que haya sido tenaz y trabajadora; y es que el éxito depende del talento (que lo tiene, y mucho) y de la suerte, pero también del esfuerzo personal y de las ganas.
Verano en diciembre, como su autora, habla de entusiasmo y de ganas de vivir, pero también de la falta de las mismas. Presenta a una madre viuda (Carmen Machi) con tres hijas y que convive con su suegra (Lola Cordón), impedida y con alzheimer. Una de las hijas, la tercera (Victoria Luengo), habita en el domicilio familiar y se encarga de cuidar a su abuela, lo que contrasta con su propia falta de cuidados, dificultades de relación, poquedad y sensación de fracaso. La hermana mayor (Barbara Lennie), madre a su vez de una niña pequeña (Vega Bosque), es deportista, vitalista y apasionada, con algo de chica de extrarradio que no se deja avasallar. La hermana segunda (Beatriz Grimaldos) es una pintora abstracta con pocos deseos de volver al barrio y que anhela cierto peligro en las relaciones, mientras que la menor (Irene Escolar) vive muy feliz en Buenos Aires, se comunica con su familia por videollamada y lo poco que se sabe de ella es luminoso.
Las escenas entre este grupo de mujeres son siempre críticas, conflictivas, centradas en la madre cuya preocupación por las hijas es vista como invasiva por ellas y da lugar a multitud de momentos cómicos con trasfondo dramático. Pero esto ya estaba en la obra teatral, donde no había más personajes. Aquí la acción se desplaza a más lugares y personas, particularmente los hombres vinculados con ellas, y la Carolina África guionista ha conseguido caracterizarlos con muy pocos elementos, haciendo que nos apetezca saber más de ellos. Jorge Mayor es el marido ideal de la deportista: dispuesto, preocupado por su hija, habitualmente ausente por trabajo pero facilitando la vida a su esposa, que gusta de frecuentar a sus compañeras de equipo. Santi Marín es el novio a quien abandona la pintora por demasiado perfecto, demasiado bueno y deseoso siempre de complacer. Nacho Fresneda es el galerista con quien la pintora mantiene una relación de alto contenido erótico. Jorge Quesada es el atractivo y dinámico novio de la hermana menor, y finalmente Antonio Resines es el sacerdote confidente de la madre. Estos personajes masculinos abren la película para ampliar nuestro punto de vista sobre las mujeres. Lo que en la obra se intuía aquí se ve y, si bien la acidez y precisión del diálogo delata para bien su origen teatral, la estructura narrativa es propiamente cinematográfica como también lo son los numerosos recursos visuales (la planificación, el montaje paralelo, los planos detalle y hasta la inserción de un baile entre hermanas que es casi un videoclip) y sonoros, porque Verano en diciembre es una delicia tanto para el ojo como para el oído por la cantidad y calidad de sonidos, ruidos y músicas que realzan el sentido emocional de las secuencias.
Siendo Verano en diciembre una película de situaciones y personajes, la interpretación es un factor esencial para su éxito. Que todos los actores citados provengan del teatro habla del rigor con que Carolina África ha construido su reparto, al que es preciso sumar a Silvia Marsó o Jorge Kent en sendos pequeños papeles. Tener actores así para personajes tan breves habla de la sana y fértil ambición de su directora por la excelencia. Y otro tanto ocurre con los personajes principales. Es admirable la veracidad de Carmen Machi en un papel que podría tender a la parodia pero que ella nos descubre profundo y emotivo. Regocija ver a Barbara Lennie en un papel lleno de energía, comicidad y entrega a los placeres de la vida; es pura pasión. La habitualmente poderosa Victoria Luengo conmueve como nunca al mostrar una fragilidad al borde de la descomposición. Pero las mayores sorpresas, por menos conocidas, son Grimaldos y Cordón. La primera, versátil, distinguida, sugerente y fotogénica, es el gran descubrimiento de esta película mientras que la segunda tiene por fin ese papel definitivo que merecía una carrera tan larga en los escenarios como la suya.
Verano en diciembre es una película ideal para quienes creen en la familia, en la hermandad, en la amistad y en las ganas de vivir. Una película para cargarse de esperanza y ser feliz. Carolina África, que es ya uno de los mayores valores del teatro contemporáneo, puede y merece serlo también del cine.
@Pedro_Villora