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Lope de Vega y el amor (y II)

Lope de Vega y el amor (y II)
Pedro Víllora el

En “El verdadero amante. Lope de Vega y el amor” (Ediciones Insólitas, 2019), José María Marco plantea una suerte de conocimiento de uno mismo a través del amor, como comentaba en la primera parte de este artículo (ver aquí).

Ese conocimiento es el de un Eros también carnal, el del deseo como parte esencial del amor. El Lope maduro concilia muy bien ambos y no cae en la tentación de ser moralista: ni en la celebración de la libertad sexual de “La viuda valenciana”, ni en el rechazo de la mera carnalidad de “La fe rompida” ni en la recuperación del equilibrio natural de “Fuente Ovejuna”. Esa madurez es también la que, según José María Marco, le permite apreciar el matrimonio y las relaciones familiares no como la tumba del erotismo sino como fundamento del orden social, lo mismo que la amistad. A ello consagra el estudio de “La vengadora de las mujeres”, “Peribáñez o el Comendador de Ocaña” o “Los prados de León”. Pero en esa madurez le llega a un Lope de 54 años su último gran amor, y así surgen las “Novelas a Marcia Leonarda” en las que José María encuentra una apuesta por la imaginación más libre y gozosa, lejos del moralismo de las “Novelas ejemplares” de Cervantes de las que las “Novelas a Marcia Leonarda” serían tan respuesta como el “Arte nuevo de hacer comedias” lo fuera a algún capítulo del Quijote. El Lope más romántico comenzaría aquí, pero también la revisión del pasado con una serenidad no exenta de melancolía. Al capítulo en que desgrana ese romanticismo le pone José María Marco un título precioso: “El universo enamorado”.

María José Alfonso en “Barrio de las Letras”. Compañía Nacional de Teatro Clásico, 2019

A estas alturas del libro, el autor se detiene para hablar de “El desatinado amor de Dios” de un Lope que fue ordenado sacerdote en 1614. En uno de sus mejores capítulos, Marco muestra cómo y por qué Lope es un extraordinario poeta religioso pero no un místico. No es Platón, sino acaso el neoplatonismo, quien sobrevuela estas páginas concretas, pero aun así vale la pena recordar lo que decía el filósofo acerca de otro de los cuatro furores divinos, el furor místico: “Tanto más bello es, según el testimonio de los antiguos, lo manía que la sensatez, pues una nos la envían los dioses, y la otra es cosa de los hombres. Pero también, en las grandes plagas y penalidades que sobrevienen inesperadamente a algunas estirpes, por antiguas y confusas culpas, esa demencia que aparecía y se hacía voz en los que la necesitaban, constituía una liberación, volcada en súplicas y entrega a los dioses. Se llegó, así, a purificaciones y ceremonias de iniciación, que daban la salud en el presente y para el futuro a quien por ella era tocado, y se encontró, además, solución, en los auténticamente delirantes y posesos, a los males que los atenazaban”.

Sin ser místico, en Lope sí existe la purificación. Sin proponer él mismo la iniciación en el misterio (aunque nunca hay que olvidar su condición de sacerdote y, por tanto, de conductor de ceremonias), sí que encuentra en la Palabra de Dios una carnalidad muy distinta a la que ha desarrollado hasta ahora, la de la Palabra hecha carne, la de Dios entendido como amor y belleza y, por tanto, como verdad, y la de la poesía tanto más verdadera en tanto que se entrega a cantar el amor de Dios.

José María Marco relaciona esta religiosidad o casi misticismo que no lo es con cierto arrepentimiento o cuanto menos revisión de su pasado y sus errores. Sobre eso construirá los dos últimos capítulos, consagrados a “La Dorotea” y las “Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos”, con “La gatomaquia” incluida, donde hay una recreación sabia y serena de sus amores de juventud. Tenemos aquí una suerte de reconocimiento de sí mismo, de sabiduría por tanto, que apetece conectar con la única de las cuatro locuras divinas que aún no he citado: el furor profético. Ciertamente, Lope está durante toda su vida preocupado por el porvenir y se entrega a saberes y pesquisas astrológicas. Sin llegar a los extremos de Calderón, la dialéctica entre la predestinación y el libre albedrío aparece con frecuencia en su devenir. Es algo que Platón no solo acepta sino que elogia, pues habla de “esa indagación sobre el futuro, que practican, por cierto, gente muy sensata, valiéndose de aves y de otros indicios, y eso, porque, partiendo de la reflexión, aporta, al pensamiento, inteligencia e información”. El furor profético habla del futuro, por supuesto, pero también sirve para reconocer e interpretar el pasado; es decir, para saber lo que no se sabe, para entender las pistas, las claves, los indicios…

Es apetecible ver “La Dorotea” o “La gatomaquia” como la relectura que hace Lope de sus propios indicios, de las señales que ha ido dejando a su paso por la vida, de su amplia y rotunda dedicación al amor. Eso es, en definitiva, lo que ha hecho José María Marco con “El verdadero amante”: no exactamente un estudio sobre Lope de Vega y el amor, como por otra parte dice con acierto el subtítulo, sino más bien un estudio del amor en Lope, de cómo Lope es Lope gracias al amor, de cómo será imposible a partir de ahora aguantar ningún tipo de acercamiento frío o desapasionado a la obra y la persona de este autor. Porque José María Marco nos ha dado un libro que no solo es bello sino que es la Belleza, que no solo es bueno sino que es el Bien, que no solo es verdadero sino que es la Verdad, por cuanto es un libro escrito desde el Amor y con el Amor.

@Pedro_Villora

 

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