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Lope de Vega y el amor (I)

Lope de Vega y el amor (I)
Pedro Víllora el

El profesor José María Marco ha publicado un excelente libro, “El verdadero amante. Lope de Vega y el amor” (Ediciones Insólitas, 2019), que cuenta con un prólogo de Gabriel Albiac volcado sobre el amor como recurso literario y el propio carácter sagrado del amor.

Desde su mismo título hasta su capítulo final, “El verdadero amante” es un libro de estirpe platónica, neoplatónica en su referencia a Marsilio Ficino para hablar del supuesto amor platónico frente a la caída en la carnalidad, y aristotélica al plantear la amistad como una forma suprema de amor en la que se funda la vertiente social, política podría decirse, del ser humano. Y es obvio que esta referencia a Aristóteles es perfectamente compatible con la afirmación del propio Lope en el “Arte nuevo de hacer comedias” de que “ya le perdimos el respeto a Aristóteles”, pues el escritor madrileño se refiere aquí en realidad al rechazo no del filósofo original sino de los aristotélicos, de quienes en el siglo XVI habían pergeñado una interpretación reguladora y normativista del arte en función más de una lectura parcial de cinco versos de la “Epístola a los Pisones” de Horacio que a un entendimiento cabal de la “Poética” de Aristóteles. Ese modelo chato atendía no solo a una preocupación clasicista sino hasta clasista, pues mantener la pureza de los géneros trágico y cómico, imitación uno de los objetos elevados y el otro de los vulgares, era tanto como impedir la misma idea del progreso social, de la mezcla de personas, fortunas, sexos y por supuesto clases. El afán de superación de Lope, que no olvida unos orígenes razonablemente acomodados dentro de su modestia y que va a ascender en consideración sin por ello llegar a ser un igual de aquellos nobles con quienes tratará habitualmente, no podía contentarse con mantenerse sujeto a unas normas que, por otra parte, había enarbolado Cervantes para atacar al propio Lope en el Quijote.

Si en la amistad aristotélica se funda, como dice José María Marco, “la posibilidad misma de la vida civil”, viene a ser también la que guía el progreso social de Lope. Se podría haber hecho un examen de su vida desde el punto de vista de las relaciones, remitiendo a la obra para justificar o ilustrar este aspecto de su biografía. Pero, dado que la amistad es una de las posibilidades del amor, el autor ha ampliado su estudio y lo ha hecho convencido de que el amor no solo mueve al mundo y las estrellas, sino que es concretamente la fuerza que impulsa el conjunto de la vida y la creación de Lope de Vega.

Platón plantea la semejanza entre el arte y el amor desde el momento en que ambos son locuras o furores divinos, junto a otras dos que son la mística y la adivinación. En “Fedro” comenta cómo la locura erótica es la más excelsa de las cuatro que otorgan los dioses, y añade que “no sé de qué modo alcanzamos, tal vez, alguna verdad, y, tal vez, también nos desviamos a algún otro sitio”. De inmediato precisa Platón, por medio de Sócrates, que el Amor es protector de los bellos muchachos, y eso nos permite recordar que la Verdad que se alcanza por medio del amor está vinculada precisamente con la Belleza y también con el Bien, estando los tres, Verdad, Belleza y Bien, bajo la égida de la Justicia. Ese es el lugar del amor que más tarde Ficino llamará platónico, y que no está necesariamente exento de encuentros físicos pero cuyo fin no es la carnalidad o el intercambio de fluidos corporales, como sí ocurre cuando “nos desviamos a algún otro sitio”, sino la capacidad de engendrar razonamientos en la persona amada.

El amor, por tanto, se relaciona con la verdad; de ahí que el título de este libro plantee un juego de conceptos que lo aleja de cierta idea biográfica de Lope de Vega como un mero conquistador y hasta en cierto modo abusador de mujeres. José María Marco no va a eludir el éxito y la facundia sexual de Lope, pero no lo va a mostrar como un depredador sino como un admirador de la fortaleza y el carácter femeninos, sobre los cuales va a construir algunos de sus mejores personajes y que le van a permitir, en el fondo, conocerse mejor a sí mismo y evolucionar a lo largo de toda su vida.

Que el arte es un vehículo para el conocimiento también lo había mostrado Platón. En “Protágoras”, hablando de la pedagogía ateniense, comenta cómo los maestros “después de que los niños aprenden las letras y están en estado de comprender los escritos como antes lo hablado, los colocan en los bancos de la escuela para leer los poemas de los buenos poetas y les obligan a aprendérselos de memoria. En ellos hay muchas exhortaciones, muchas digresiones y elogios y encomios de los virtuosos hombres de antaño, para que el muchacho, con emulación, los imite y desee hacerse su semejante”. Independientemente de que Platón considere que los textos artísticos necesitan ser interpretados, mediados, por un maestro, filósofo o, en el peor de los casos, sofista, pero no por el mismo artista, lo cierto es que son vehículo de conocimiento. El arte, como el amor, tiene esa capacidad de enseñar, nutrir y engendrar la verdad; abriéndose paso desde el pathos, estimulan el logos para perfilar el ethos.

Estudiando cómo Lope de Vega trabaja el amor en sus obras, José María Marco nos ofrece en realidad cómo el escritor se desvela a sí mismo, se conoce y se reconoce al mostrar en sus escritos su maduración como persona; es decir, como ser que ama y es amado. Obviemos el primer capítulo que tiene algo de capitulación previa o de insinuatio retórica del discurso y vayamos al segundo. Ahí se inicia el viaje amoroso del joven Lope, enamorado de Elena Osorio y creador de multitud de personajes de jóvenes alocados, pícaros, retozones, galanes y un tanto poetas. Los vemos en las obras (“Las ferias de Madrid”, “El arrogante español”…) y en los romances fronterizos. Y justamente él mismo se volvió fronterizo al ser expulsado de la corte. Es el momento en que Marco se detiene para mostrar a Belardo, un personaje que acompañará a Lope durante toda su vida y obra. Brioso, valiente, arrojado… No muy atractivo pero sí masculino e impulsivo, permitirá al autor reflexionar sobre el amor. Y lo hará desde que aparezca como un pastor arcádico que ha sufrido aquello de lo que habla.

Lope, tanto en Belardo como en muchos otros de sus personajes, incluyendo mujeres, habla de lo que sabe y eso es lo que, según expone José María Marco, hará no solo en su temprana “Arcadia” sino hasta el final de sus días. Se estaría Lope ajustando a otro de los diálogos platónicos, “Ión”, en el que Sócrates pregunta al rapsoda si, cuando recita algún pasaje especialmente conmovedor acerca de Aquiles, Andrómaca o Hécuba, se encuentra en plena conciencia o, dice, “¿…estás, más bien, fuera de ti y crees que tu alma, llena de entusiasmo por los sucesos que refieres, se halla presente en ellos, bien sea en Ítaca o en Troya o donde quiera que tenga lugar tu relato?” E Ión le responde: “¡Qué evidente es, Sócrates, la prueba que aduces! Te contestaré, pues, no ocultándote nada. En efecto, cuando yo recito algo emocionante, se me llenan los ojos de lágrimas; si es algo terrible o funesto, se me erizan los cabellos y palpita mi corazón”.

Platón utiliza el personaje del rapsoda Ión para hablar de cómo la creación depende del furor poético y no de la técnica, pero a la vez es un buen ejemplo de cómo se entendía en la Antigüedad la relación entre emoción y creatividad. En el caso de la interpretación les era imposible diferenciar entre la emoción del actor y la del personaje, y solo en la segunda mitad del siglo XVIII Diderot y Lessing son capaces de hablar seriamente de la necesidad de desarrollar una técnica interpretativa, creativa, que obligue a reflexionar y analizar las emociones del personaje desde el estudio desapasionado, hasta el extremo de proponer la paradoja de no emocionarse justamente para poder emocionar. Pero en la Antigüedad, cuando los escritores no se veían cuestionados por las precisiones del formalismo, uno escribía lo que conocía, lo que sabía, lo que era. Aristóteles hablará de talante y predisposición del artista, pero Platón recurrirá al ejemplo de las Musas. En el mismo “Ión” dirá que “cada uno es capaz de hacer bien aquello hacia lo que la Musa le dirige”. Y en “Fedro”, extendiéndose más, habla de cómo las Musas “se hacen con un alma tierna e impecable, despertándola y alentándola hacia cantos y toda clase de poesía, que al ensalzar mil hechos de los antiguos, educa a los que han de venir. Aquel, pues, que sin la locura de las musas acude a las puertas de la poesía, persuadido de que, como por arte, va a hacerse un verdadero poeta, lo será imperfecto, y la obra que sea capaz de crear, estando en su sano juicio, quedará eclipsada por la de los inspirados y posesos”. El Lope de José María Marco se muestra, pues, como un inspirado que no decide escribir sobre el amor sino que lo hace porque no tiene más remedio, porque es su motor, su locura, su vocación, su vida. Un artista que crea desde sus emociones, naturalmente amorosas, y que siguiéndolas alcanza la verdad del conocimiento de sí mismo, lo cual no deja de ser una forma de conocernos los unos a los otros.

(continuará)

@Pedro_Villora

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