Seguro que en los últimos años habrás escuchado hablar de los germinados, por una lado, por todas las aplicaciones que tienen en la cocina (pasando de ser un alimento gourmet a encontrarlo en todos los supermercados) y por supuesto por todas las características nutricionales que tienen estos pequeños brotes en su interior. Sin embargo, para todos aquellos que no tengan claro que son o crean que nunca han visto estos famosos alimentos, os voy a poner un ejemplo que a todos os resultará muy familiar: el famoso experimento que hacíamos de pequeños, introduciendo lentejas con un algodón húmedo en un tarrito de cristal y observándola día tras día para ver su crecimiento.
Aunque en ocasiones pueden parecer alimentos que se han echado a perder por una mala conservación, realmente son semillas comestibles que tras haber estado en contacto con agua y luego haberse conservado en un ambiente húmedo y cálido, han empezado a brotar finos tallos y pequeñas hojitas.
Habitualmente los germinados se utilizan como topping o aderezo de recetas y platos de restaurantes de prestigio, cosa que les asigna un doble papel porque además de hacer función de la decoración perfecta para nuestras preparaciones culinarias, son un ingrediente muy nutritivo (rico en proteínas, vitaminas y minerales), ligero y versátil que se puede utilizar tanto en platos en crudo como ensaladas o en cremas, guisos y muchas recetas más.
Imagina todos los nutrientes que tiene esa pequeña semilla que está dando vida a una nueva planta, además de que el proceso de germinación es una alternativa económica para mejorar la digestibilidad de nuestros platos e incrementar su valor nutricional.
¿Por qué los germinados mejoran la digestión?
La función de las enzimas es descomponer los alimentos para que nuestro cuerpo los pueda utilizar y gracias a que su presencia en los germinados es mucho más elevada, durante el proceso de germinación se observa un incremento del agua de casi el 80%, incremento de aminoácidos por la acción de las enzimas sobre las proteínas e incremento de azúcares simples por la acción de las enzimas sobre el almidón, cosa que los convierte en alimentos muy fáciles de digerir. De hecho, un truco para aquellas personas que tienen digestiones pesadas y que quieren consumir legumbres es tomarlas germinadas en lugar de cocinadas.
Además, son muy poco calóricos y a la vez muy nutritivos, dependiendo de las variedades destacan sobre todo por ser ricos en vitaminas, sobre todo del grupo B, minerales como el calcio, selenio, zinc y magnesio, sustancias antioxidantes, mucha fibra y proteínas (claro, de origen vegetal).
También tienen mayor biodisponibilidad, minerales como el calcio se unen a las proteínas de la semilla durante este proceso siendo más accesibles para el cuerpo. Por ejemplo, los brotes de alfalfa son muy ricos en calcio, llegando a contener hasta 5 veces más que la leche.
Hay que destacar que a pesar de todas sus propiedades nutricionales no los debemos etiquetar como “super alimentos”, con una alimentación variada y equilibrada podemos conseguir los mismos beneficios, pero es verdad que pueden ser un complemento genial para enriquecer nutricionalmente nuestra alimentación y por su textura y buen sabor pueden ser el ingrediente perfecto para nuestras preparaciones, dándoles un toque novedoso y mayor beneficio nutricional de forma muy sencilla.
Si quieres, los puedes encontrar en los mercados y supermercados y si te vienes arriba puedes germinarlos en casa, que hoy en día encuentras germinadoras estupendas para hacerlos tu mism@ o puedes utilizar las técnicas de toda la vida (el algodón), las posibilidades son infinitas. Ensaladas, cremas, sobre las tostadas, en salteados harán que tus platos tengan un extra de nutrientes.
Elisa Escorihuela Navarro
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