Cuando estaba en la universidad decidí hacer una pausa para ir a Londres a trabajar como au-pair. La excusa fue mejorar mi inglés, pero en realidad quería conocer otro estilo de vida y, con diecinueve años, ésta era prácticamente la única opción que contaba con el beneplácito de mis padres (que durante varios cursos habían invertido en clases particulares para nosotros).
Algunas de mis amigas también se lanzaron a su pequeña aventura en Inglaterra, bien cuidando niños en familias o, las más audaces y liberadas, incluso se atrevieron a alquilar una habitación y trabajar de camareras en un restaurante o vendiendo palomitas en un cine. Para ellas la experiencia no tuvo rédito académico, porque en sus destinos profesionales no necesitaron usar el idioma recién adquirido y en unos años lo perdieron. ¿Quién necesitaba entonces hablar o escribir en inglés trabajando en un departamento financiero, una consulta médica, un despacho de abogados, una pequeña empresa que empieza?
En el mundo global de la empresa de hoy, dominar el inglés se ha convertido en una necesidad imperiosa, sin importar el tipo de negocio. Pero el idioma que se imparte en los colegios públicos y concertados sigue teniendo un nivel lamentable. Y no parece que trabajar durante un año de au-pair o camarero sea una opción que se plantean los chicos de ahora, acostumbrados a la vida fácil de instagram y salidas nocturnas hasta las seis de la mañana, en una generación de progenitores mucho más liberales que la anterior.
Así que, salvo en los pocos casos en que los padres pueden tirar de talonario para pagar una educación bilingüe auténtica o enviarles a hacer un máster a Estados Unidos, los jóvenes que se incorporan al mundo laboral aseguran en las entrevistas que hablan inglés, pero son incapaces de mantener una conference-call con un inglés de Londres, un americano de Texas o un indio de Mumbai. O de hacer una presentación comercial con un mínimo de fluidez. O plantear y resolver un problema técnico en una reunión de trabajo.
Pues tenemos un problema, que nos está haciendo perder una enorme oportunidad de negocio al alcance de nuestras manos. Y no me refiero únicamente a la limitación para abrir empresas y comercializar productos y servicios fuera de nuestras fronteras. Los países de Europa demandan cada vez más servicios offshore, técnicos cualificados trabajando a distancia con precios competitivos, normalmente ofrecidos desde India. Con niveles salariales significativamente más bajos que nuestros vecinos del norte, desde España podríamos ofrecer nearshore barato sin diferencia horaria ni cultural, siempre que nuestros profesionales hablaran un inglés fluido.
Pero creo que para eso quedan una o dos generaciones aún, y quizá para entonces la oportunidad habrá pasado.
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