Como casi todos los espacios de trabajo hoy, mi oficina es abierta. No hay despachos y, salvo grupos reservados a proyectos especÃficos durante un tiempo, nadie tiene un sitio asignado y cada uno ocupa el que encuentra libre cuando llega.
Para no molestar y guardar cierta intimidad, la gente habla lo mÃnimo y todo el mundo se comunica por la mensajerÃa interna, aunque sea con el que está sentado tan solo dos mesas más allá:
hola comes por aqui hoy si a que horaSi la conversación es más larga o tiene más sustancia, hay que moverse a una sala de reunión o a la cafeterÃa. Un compañero se te acerca y te da en el hombro: “¿Podemos hablar un momento en una sala?” Cierras el ordenador, te levantas y le sigues pensando que vais a tratar sobre el proyecto que acaba de empezar, pero en realidad sólo es para comentar una cuestión irrelevante …
Es lo que tiene la oficina abierta.
Trabajé hace tiempo en una oficina en que no habÃa espacios asignados individualmente, pero la calidad y tamaño de las mesas dependÃa del rango de los trabajadores, y sólo los directores o senior managers podÃan ocupar las de madera en forma de L. Mesas calientes pero guardando la jerarquÃa, eh.
En el extremo contrario de la igualdad absoluta, un amigo me enseñó hace poco nueva la reforma realizada en sus oficinas (que ya disfrutaban de un layout abierto) para lograr el sumun de la modernidad. Como se espera que en general los empleados estén trabajando en clientes o desde su casa, sólo habÃa unas pocas mesas corridas de trabajo. La mayor parte del espacio estaba dedicado a pequeñas peceras para mantener sesiones en grupos reducidos, presenciales o telefónicas, y salas más grandes con todos los medios tecnológicos para reuniones de más envergadura. Me explica orgulloso que cada empleado se sienta en el sitio que cada dÃa está libre y nadie tiene despacho propio, ni siquiera el director general. Le miro con escepticismo.
Bueno, en realidad el director tiene permanentemente reservadas tres salas de reuniones que ocupan él y su equipo…
Ah. Acabáramos.
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