Maria C. Orellana el 29 sep, 2015 De vuelta de vacaciones, quedo con mi amiga Beatriz. Me cuenta que su marido se está recuperando de un ataque al corazón que sufrió en verano mientras jugaba un partido de pádel. Mi reacción es de alarma: “Pero si acaba de cumplir cincuenta… ¿tiene sobrepeso? ¿estrés laboral? ¿fuma?”. Negativo, no tiene ningún factor de riesgo. Y siempre le ha gustado mantenerse en forma. Pero hace un par de años se apuntó a un club de deporte, y pasó de salir en bicicleta algún fin de semana y quedar de vez en cuando con los amigos para un partidito, a correr maratones, hacer sesenta kilómetros en bici y jugar al pádel sin medida, aunque el termómetro marcara cuarenta grados. De hecho, cuando le dio el infarto, sus amigos pensaron que estaba sufriendo un golpe de calor y le regaron con agua fría en la ducha de los vestuarios. La historia tuvo final feliz gracias a la eficiente intervención de de los sanitarios del SAMUR, que en pocos minutos llegaron y le aplicaron in situ los primeros auxilios, para inmediatamente trasladarle al hospital donde le intervinieron de urgencia. Cuento esto porque cada vez más hombres a mi alrededor, superados los cuarenta, deciden de la noche a la mañana dedicar la mayor parte de su tiempo libre a mantenerse en forma. Todos los días reservan su tiempo para practicar deporte mientras sus parejas mujeres, con una actividad laboral fuera de casa tan intensa como la de sus maridos, no pueden faltar a sus responsabilidades diarias con sus hijos y la gestión doméstica. De vuelta a casa y después de una ducha reconfortante, quizá ayudan a sus mujeres con el detalle de poner el lavaplatos o bañar a los niños. No digo con esto que todos los hombres hagan lo mismo, faltaría más, pero más veces de lo deseable oigo hablar de buenos maridos que “ayudan” en casa y no que “comparten” las responsabilidades familiares. La mayor parte de las mujeres en esta situación lo toman con la resignación de lo inevitable e incluso con humor, como Carmen, la farmacéutica, madre de dos niñas. Al terminar la jornada laboral, su marido no falta a su cita diaria de pádel con los vecinos de la urbanización. Uno de ellos llegó a pedirle que “fuera enrollada” y le dejara jugar algún día también a las nueve, pues a veces les faltaba alguno para el segundo partido. Carmen se quedó tan asombrada que no supo qué contestarle. Recientemente, la profesora de su hija realizó una actividad en clase sobre las diferentes profesiones, preguntando a los niños a qué se dedicaban sus progenitores. Y la hija de la la farmacéutica contestó, muy segura desde sus seis años: “mamá va a la farmacia a traer dinerito… y mi papá juega al pádel”