A nadie se le escapa ya que, por las maravillas del lenguaje, millennial se ha convertido grosso modo en un sinónimo de superfluo, vago, blando o directamente estúpido. Mi generación solo aparece con ese título cuando se habla de “la tendencia que arrasa entre los millennials” o “la última moda millennial”, que suele ser palmarla haciendo selfies o el consumo de drogas por vía anal. Además del simplismo ramplón, muchas veces se nota cierta indulgencia, cierto tonito paternalista con el que se reivindican las generaciones pasadas como mucho más resistentes, conscientes o directamente superiores.
No por manida, esta cita teóricamente atribuida a Sócrates deja de ser oportuna:
“La juventud de hoy ama el lujo. Es maleducada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”.
Los millennials atenienses debían de estar emparentados de algún modo con los jóvenes abúlicos que hoy campan por Occidente, encareciendo el aguacate y ejerciendo de vampiros de sus sufridos padres. Quizás el choque entre lo nuevo y lo viejo, conflicto inmemorial, sea la verdadera causa de la desconfianza. Y no olvidemos que el recuerdo siempre favorece la mitificación propia: un solitario 10 convierte al viejo alumno en un prodigio retroactivo.
También los medios de comunicación y las redes sociales deforman la realidad, como los espejos del callejón del Gato. Twitter nos muestra una generación más preocupada por añadirle consonantes a los colectivos que por sacarse el título de Bachillerato. Basta darse un paseo por la realidad para saber que no es cierto: desde el chaval que sirve copas hasta la chica que revienta el Excel en Deloitte, todos tienen inquietudes similares a las de sus padres con su edad. A saber: ser felices, medrar y pasárselo bien mientras el cuerpo aguante. Como sus airados progenitores, tan liberados y geniales durante la Movida.
Con todos nuestros defectos, mi generación no es peor que la anterior. Tampoco es boba, pasota ni endeble. Los buenos son tan buenos como los antiguos mejores, y al revés. Los malos simplemente tienen mayor exposición, y hacen de interné su particular barra de bar. Que los árboles nos dejen ver el bosque.
Vida