En la rutina mañanera, me sorprende un aroma familiar. El olfato es una facultad que apenas deja rastro: nos molestan los olores malos y disfrutamos de los agradables, y una vez termina esa circunstancia recuperamos la neutralidad inodora de nuestra vida, que se desliza sin grandes sobresaltos. Su carácter accesorio solo lo interrumpe la estela que deja una persona, una ciudad, un objeto. Resucitamos a la gente con perfume.
La adolescencia acabó y eso lo empezamos a notar por la nariz. Las mujeres adultas son cítricas, distantes, cuando las chicas que nos gustaban antes olían siempre a melocotón. Madurar consiste en ponerle metros a las cosas.
Descubrir la vida era descubrir su olor. Madrid olía a polvo y Coruña a densidad, y esta obviedad se instalaba en mi cabeza y daba una dimensión a lo vivido. En Galicia había que digerir los romances, era un proceso lento; en Madrid, duraban apenas un segundo, y ya se despegaba con destino a lo siguiente, y a veces la velocidad levantaba un olor a tierra seca que nos rascaba la garganta.
Descubrir la vida era aprender que el sexo, esa cosa que sucedía tan ligera en la comedia, olía a fondo y a saliva, y que lo que le tiráramos encima de belleza no podía tapar lo que ofrecía de animal. Al contraste con el pudor de nuestras primeras compañeras, este olor nos afloraba un poco lo malo, era imposible esconder la perversión de sus olores, por mucho que ellas insistieran en no quitarse el sujetador.
Me obnubilaba el pelo limpio de las chicas, el olor a fruta que conocíamos por las hermanas, y que de repente también podía ser vagamente nuestro. Era la medida de nuestro compromiso, también el enemigo inquieto que se colaba en nuestra lengua adolescente. Al final ellas se lo acababan recogiendo, y ese pelo ausente prestaba su olor a la autopista del cuello.
Fue mi madre la que eligió la colonia que uso desde hace tiempo. Así que la estela que yo dejo, como las buenas decisiones de mi vida, es cosa suya. Quizás mi aroma llegue a aflorar otros recuerdos. Con un poco de suerte, una nariz femenina se parará como he hecho yo, y se pondrá un poco pensativa. En su cabeza, el anverso de mi pregunta. ¿A qué huelen los hombres? Yo, la verdad, no tengo ni idea.
Vida