Me detengo a mirar las terrazas como con sÃndrome de abstinencia. Escudriño las caras desconocidas, los rostros sugerentes, las jetas turbias, el semblante serio y pensativo de un señor mayor. Las de mis amigos, a los que quiero, ya viven en mi memoria; aun asÃ, son de las pocas que puedo ver sin mascarilla en un entorno libre de pecado.
Echo de menos las caras ajenas. Durante el dÃa, con el teletrabajo, solo veo la mÃa reflejada en la pantalla del ordenador. Es una repetición constante esta, la del deber y luego la escritura, siempre el mismo cuarto, siempre la misma fachada tras el ventanal, siempre la misma obcecación y el sonido de teclas. La barra espaciadora es grave; las letras, más agudas.
A mediodÃa salgo a correr por el Retiro. Una chica en bikini toma el sol tumbada en la hierba, tapando los ojos con un libro que no alcanzo a distinguir. Estamos en Madrid, es 7 de octubre y hace 25 grados. Unos chicos jóvenes practican el toreo con verdadero capote. No entiendo el motivo. Me fijo concienzudamente en las caras de los otros corredores, arriesgándome a besar el suelo.
La polÃtica, cuyas idas y venidas siempre han afectado, ahora descarga su violencia veleidosa dÃa sà dÃa también: ya es difÃcil seguir el ritmo de lo que está permitido y lo que no; más difÃcil aún escapar a la sensación de estar haciendo siempre algo mal, de ser el niño bala, de vivir a un tris del castigo paterno. Apago el telediario.
Luego, por las noches, como tantos otros, quedo con alguien a beber. Es un alcoholismo moderado, el de las recién divorciadas en las series americanas. Antes las terrazas nos aguantaban la medianoche; ahora, con el nuevo toque de queda, resta la vida clandestina de las casas, que no siempre apetece tanto. Y no aporta caras nuevas.
En la cama, fantaseo con caras pasadas, y sobre todo con futuras. Futuras vidas, futuros amigos, futuras vueltas de tuerca. Asà me arropo a mà mismo. Voy dejando que el cansancio me invada. Quedo pendiente de un suspiro. Todo se pospone, me digo, antes de caer. Luego sueño que Nadal gana Roland Garros.
Vida