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Buenas noches, Hendaya

Buenas noches, Hendaya
Santiago Isla el

 

Se veía desde Hondarribia una playa enorme, larga como un día sin noticias de Ponce y Soria. A su costado, viviendas individuales de principios del XX, rodeándola de perlas, caserones vascos de buen gusto, mezcla de colores blancos y vivos. En Francia, curiosamente, la imagen que nos llegaba de España era diferente: de Hondarribia se veían grandes bloques de apartamentos, rectángulos puestos en fila, un Benidorm norteño que nos recuerda, una vez más, que tenemos una patria común.

 

–Excusez-moi –me había dicho un niño, que pasaba con su bicicleta.

 

La playa invitaba al paseo. En las horas de marea baja, una extensión de arena dura y plana queda al descubierto. Uno podía entregarse solitario al placer de divagar. En un verano tan feote –y tan despegado– habrá que buscar dentro lo que no puede encontrarse fuera. Qué remedio. Difícil en nuestra extroversión mediterránea. Tanta introspección funcionaría para un sueco: luego normal que acaben todos suicidándose.

 

¿El aislamiento y la distancia descubren mi verdadero yo –ese que existe cuando no lo maquillan las continuas convenciones sociales, el ruido, la gente– o es que solo soy verdaderamente yo cuando comparto mi existencia con otros? ¿Es la vida una realidad interior o exterior? No estaba muy inspirado.

 

Llegando al final de la playa, absorto en estos dilemillas, no me di cuenta de que el paisaje a mi alrededor iba cambiando. No hablo de la arena ni las rocas: Hendaya tiene esa uniformidad grandiosa que también se encuentra en las playas de Cádiz.

 

–¿Será el otoño igual? –pensaba–. ¿Será el otoño peor?

 

En estas pasó desnudo un señor muy bajo y muy gordo, casi esférico, con un barrigón duro como una piedra. Iba andando en pasitos muy cortos. Cuando llegó al agua hizo el muerto boca arriba, dejándose flotar en toda su gloria.

 

–Putain –suspiró.

 

Luego me di cuenta de que, en ese tramo de la playa, yo era el único vestido. Nadie llevaba mascarilla, claro: en Francia no es obligatoria al aire libre. Inmediatamente pensé cómo habría sido la situación en nuestro país. Muy definitoria. Nada más español que andar con la cara tapada y la polla al aire.

 

¡Qué tiempos nos toca vivir! Habrá que tomárselo con humor, me dije, y me desnudé. Por si acaso, me apliqué un poco de crema solar.

Vida
Santiago Isla el

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