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Marcho que tengo que marchar

Marcho que tengo que marchar
Santiago Isla el

 

La vergüenza y el pudor que sobrevienen a la desnudez son tan naturales como el trance: se acaba la función, se rompe el duelo, dos extraños se miran y de repente encuentran su cara en la cara del otro. Las luces de las discotecas se encienden y parten la ficción con un guantazo. Santiaguete, son las siete de la mañana, estás borracho y ya no hay oscuridad que disimule tu torpeza.

 

El proceso se repite muchas veces a lo largo de la noche. Primero se desea una boca, una boca rayuela, una boca que hago nacer cada vez con mi deseo. Es una boca que simplemente no existe hasta mi capricho, y que eclipsa el mundo con una facilidad insultante. En esa boca está mi vida. Si la beso, compruebo que estoy besando la mía, que sabe a alcohol, o a tabaco, que es una boca con dueña y que esa dueña tiene dientes, y familia, y un perrito un poco tonto que se llama Coco.

 

Después toca andar, o coger un taxi, lo que toca seguro es hacer equilibrismo sobre un  tabú muy concreto: no se puede decir lo que se sabe, que ya se hará cuando llegue el momento. La última en mi casa. ¿Quién corre el riesgo de saltarse los pasos de una escalera tan vieja? Son muchos los que, antes que yo, pisaron esta senda. Y, aunque sea completamente innecesario, toca beber más. Y hablar, sí, pero de cualquier otro tema.

 

Las cosas caen por su propio peso. Una mentira se transforma en otra y de repente estamos en un cuarto oscuro, con la respiración agitada y el tacto a flor de piel. ¿Qué hay de la realidad? Desvestirse es complicado. Procuro hacer reír para no hacer daño. No hay cremallera que aguante más de tres chistes seguidos. Me envalentono y digo que, igual que Aute, nunca llegaré a ser Harrison Ford como amante. Pero que quiero bailar un slowly tonight.

 

Y bueno, eso. Después se desvanece todo. Entran a la vez sueño, pereza y frío. Se encienden las luces, con más fuerza que nunca, y hay silencio. Me siento gallego, muy gallego. Me siento tremendamente gallego. Me siento tan gallego que me levanto, agarro mi ropa y digo, mirando a la pared:

 

“Eu marcho que teño que marchar”

 

Y me voy.

Vida

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