El impulso de escribir, que suele nacer en la adolescencia, siempre tiene dos padres: la fascinación y la vanidad. La fascinación es honesta. Nadie, a esas edades, se entrega a la literatura si no es por el impacto previo que han tenido en él las obras que ha ido leyendo. Es como un juego natural de emulación, de querer escribir uno sus propias historias, imitar, por muy torpes que sean. La vanidad se manifiesta en dos vertientes: practicar algo en lo que se tiene cierta habilidad, y, sobre todo, que lo lean los demás. El placer de la escritura es genial, pero queda incompleto sin el aplauso del lector. Descubres Robinson Crusoe de chiquitÃn y pasas de querer ser personaje a imaginarte autor, un Daniel Defoe de tu tiempo.
Por esto, nunca faltarán escritores. De hecho, es más probable un futuro distópico en el que queden más escritores que lectores, porque no hay vanidad en la lectura de un libro, sino humildad y reflexión (de hecho, hay escritores que han preferido saltarse su etapa de lector, y con total desvergüenza). Se seguirán haciendo historias. Si no hay dinero, que nunca lo ha habido, el plumilla recibirá la recompensa de su pequeño reconocimiento, que es un patrimonio inmaterial que muchas veces se exagera.
Pero, ¿y las editoriales?
En la industria del libro, salvo sonadas excepciones, todas van con el agua al cuello. Y el prestigio no paga nóminas. En este momento de surrealismo y necesidad, mi pensamiento va para ellas. Publicar tu libro no es solo tu esfuerzo: hace falta una editora que te guÃe, una correctora que corrija, ilustración, maquetación, administración, comunicación, distribución, imprenta y mil otros eslabones más. Todas estas mujeres he conocido yo en CÃrculo de Tiza, mi editorial.
Me van a permitir que lo haga. Ellas no tienen la recompensa de la vanidad, y la económica es siempre escueta. Y ahora más. En su catálogo hay mil autores mejores y más reconocidos que yo: Aznar, Gistau, Vilas, Sainz Borgo, Guerriero, Cuartango y un larguÃsimo etcétera. Pero en este momento de surrealismo y necesidad, mi pensamiento no va para el escritor. Va para las editoriales. Porque son las que, de verdad, hacen esto por amor al arte.
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En su página web se pueden comprar los libros en formato fÃsico (todos, con envÃo a casa) o ebook (la mayorÃa). En este tiempo de silencio, nada mejor que la literatura para acompañar la espera. Y, de paso, ayudar a los que la mantienen viva todo el año.
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