Sebastián Taberna fue a la guerra en 1936, como muchos jóvenes de su generación. Le pilló en Pamplona y se alistó entre los requetés. Conducía un camión de avituallamiento que iba y venía del frente, se la pasó disparando, no con el fusil sino con una cámara Leica, porque la fotografía era su afición. Su mirada es hoy un fondo de más de cinco mil fotos inéditas, largamente atesoradas por su familia. Algunas ilustran el magnífico libro «La cámara en el macuto» (Esfera de los libros).
Pasó la guerra, la dictadura de cuarenta años y otros tantos de la democracia [aquí tienen una galería con sus fotos] Sus carretes estaban esperando este momento, en unas cajas. Ahora ya podemos contemplarlas.
Abran completamente los ojos. Miren, en la emulsión, los rostros olvidados del coraje y del miedo en el mapa rasgado de las dos Españas, luchando desde las ventiscas de Somosierra a la catedral reventada de Sigüenza y a los hielos del asalto a Teruel. Se clavan en la memoria estos soldados, prisioneros, civiles, niños, paisajes, atrapados con toda dignidad en instantáneas de gran calidad. Tanta que podemos tildar de gran reportero, casi un «Capa» español, a Taberna, infiltrado entre soldados, uno más.
Él no hace propaganda. No juzga. No lo juzguemos nosotros. Muestra lo que vio, desde los disparos a las vendas sobre las heridas. No hay alabanza de un bando, ni venganza sobre el otro. Aprendamos de la dignidad humana que asoma en estas imágenes. La de hombres y mujeres sufriendo la guerra. Incluso en los momentos festivos que apuran la sensación de estar vivos.
Asómense para no juzgar, para ver si, de una vez por todas, se nos cae la venda de los ojos: la historia debe ser algún día una lección que espante los fantasmas, sin buenos ni malos.
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