Antonio Luque no tiene nada que hacer con su hijo de 11 años: le gusta el rap. «Quizá la juventud piense que todas las melodías ya están hechas y el futuro sea ese, no sé. El caso es que se pasa todo el día viendo vídeos de batallas de gallos. Yo le digo que las rimas me parecen muy pobres e, incluso, pienso en quitarle los auriculares y ponerle yo cosas, pero lo cierto es que no ejerzo ninguna influencia sobre él», lamenta el músico sevillano, que reconoce entre risas: «Es que yo estoy más cerca de la edad de Sabina y, como él, no soporto el rap». Tampoco ha conseguido que toque la guitarra: «Dice que las cuerdas duelen y no le ha entrado el gusanillo. Y sí, ciertamente duelen», añade.
Más allá del hogar, sin embargo, Luque ha tenido un poco más de suerte bajo su alter ego de Sr. Chinarro, convirtiéndose en uno de los referentes indispensables de ese pop independiente que surgió a principios de los 90. Y vale que nunca llegó a pegar el pelotazo de Los Planetas —«si no lo he soñado, me suena que hubo por ahí alguna oferta de Universal hace ya mucho, pero a mí no me interesaba»—, aunque ha conseguido sumar la friolera de 16 discos, dejar la fábrica en la que trabajaba, resistir el aluvión de grupos «indies» de los últimos años y seguir viviendo de la música «como vive un cartero».
Este jueves 15 de junio llega al Teatro Lara (22:00 horas) con su último trabajo, «El progreso» (El Segell, 2016), tras probar la «satisfactoria y agotadora» experiencia de autoeditarse su anterior álbum, «Perspectiva Caballera» (2014).
—¿Vivir de la música no es lo que la gente piensa?
—Cuando un músico dice que vive de su música, la gente se imagina a Julio Iglesias en un yate. Pero no es así, obviamente. Yo vivo como un trabajador normal y pago la cuota de autónomos. Y si veo que durante dos meses seguidos no he ganado el dinero suficiente como para pagarla, me doy de baja y vuelvo a darme de alta cuando las cosas vayan mejor. Según Hacienda, lo puedo hacer. Espero que no me pase mucho… ¡con lo que me gusta trabajar!
—O sea, que no es tan fácil…
—Imagínate. Muchos grupos, por ejemplo, van a tocar a los festivales por 500 euros, una miseria que no les da ni para pagar el alta de autónomo ni a los músicos, tal y como hago yo. No son conscientes del valor que tienen, sobre todo en eventos donde hay tantos patrocinadores detrás. Van a pasárselo bien, cogerse una cogorza y meterse unas rayas, porque trabajan en otra cosa más allá de la banda. Hacen competencia desleal. Si eso pasa en el gremio del taxi o cualquier otro, hay guantazos, pero no en la música. Y yo me pregunto: ¿por qué no se dedican a ese otro trabajo y dejan de hundir el mío? Pues porque se convencen de que van a hacer promoción, pero, ¿te imaginas a Arcade Fire yendo a un festival sin cobrar solo para promocionarse?
—¿Cuándo comenzaste a vivir tú de la música?
—Tras publicar «El fuego amigo» (El Ejército Rojo) en 2005, un disco producido por J (Los Planetas) que llamó la atención de Mushroom Pillow. El sello me fichó para grabar después «El mundo según» (2006), un álbum que tenía algunas canciones que gustaron y que hicieron que empezara a tocar más. Ahora se trata de sacar un disco de vez en cuando con alguna canción que llegue a la gente. Y, a partir de ahí, hacer valer tus derechos como músico. Yo ya, teniendo la cama pagada, no salgo a tocar si no es porque voy a traerme dinero a casa.
—Es curioso que te hicieras profesional justo en la época en la que comenzó a caer la venta de discos a causa de internet…
—No he tenido suerte en ese sentido, no. Grabé mi primer disco, «Sr. Chinarro» (Acuarela Discos, 1994), cuando salió el CD. Y empecé a venderlos cuando salió el mp3 y la gente comenzó a piratear gratis toda la música por internet [risas].
—¿Y no te llega mucho dinero de internet?
—Bueno, hay algunos ingresos por el streaming, pero creo que deberían ser mayores. Ahí es donde tendrían que unirse los músicos para protestar, pero parece que, cuando se reúnen, están más preocupados por echarse unas risas y ver quién tiene la guitarra más americana.
—¿Fueron complicados esos 11 años que pasaron desde que grabaste tu primer trabajo hasta que comenzaste a vivir de la música?
—Tenía un trabajo muy desagradable en el departamento de producción en una fábrica y, por supuesto, fantaseaba con vivir de la música. En esa época, grabando discos como «La primera ópera envasada al vacío» (Acuarela Discos, 2001), era difícil. Tuve que hacer un álbum más accesible manteniendo la calidad, algo que no es sencillo. Ese disco fue «El fuego amigo» y, muy seguido, «El mundo según». A esto hay que unir el trabajo de Mushroom Pillow, sin los cuales no hubiera sido posible empezar a ganar un sueldo.
—¿Le has visto muchas veces las orejas al lobo desde entonces?
—Yo he tenido suerte. Lo que me hubiera gustado es dar más conciertos para los músicos que llevo, porque, claro, yo también soy autor. El caché que tiene el Sr. Chinarro es de 2ªB y el que toca la batería y el bajo lo tienen mucho más complicado. Y eso que les pago bastante, pero a veces veo que tienen problemas para llegar a fin de mes, aún compaginándolo con otras cosas. Yo lo que no puedo hacer es dar una parte de mi sueldo. Si no saco ni para el mío, nadie gana nada.
—¿Y cuál es tu caché?
—No creo que esté bien decirlo… un cero menos que los grupos que tienen un poco más de solera.
—¿Y nunca has recibido la oferta de una multinacional?
—Me suena que hace mucho tiempo hubo alguna de Universal, justo cuando entré en Mushroom Pillow. El sello, incluso, me dijo que podía intermediar por mí, pero es que a mí ni me interesaba… ni me interesa. ¿Qué va a hacer el Sr. Chinarro ahí dentro? Me perdería como una gota de pis en el océano. No creo que me hubieran hecho mucho caso. Si en los sellos pequeños me cuesta que me cojan el teléfono, imagínate en una multinacional.
—¿Cómo fue la experiencia de la autoedición en el anterior disco, «Perspectiva caballera», del que tú mismo te encargarte de la promoción?
—Fue agotadora y satisfactoria. Me salieron bastantes canas de todas las gestiones burocráticas que tuve que hacer y eso no está pagado. Tuve la suerte de que FNAC y The Orchard, una distribuidora digital, accedieron a vender el disco. Luego yo pude colocarlo en algunas tiendas más. Lo hice para demostrarme que podía hacerlo. ¿No hay un tipo que ha subido dos veces al Everest? No creo que lo hiciera porque se le olvidaran las llaves arriba.
—Pero sigues manteniendo tu sello para publicar trabajos de otros…
—Bueno, ayudé a un par de amigos a sacar sus discos, pero luego encima se cabrearon conmigo porque no triunfaron, así que ya no lo hago más. Si es necesario, en un futuro lo usaré para sacar otro álbum mío.
—¿Y en estos más de veinte años de carrera nunca has pensado en abandonar la música?
—A mi no me gusta hablar con los vecinos en el ascensor ni en el autobús, me gusta comunicarme con las canciones. Es una necesidad y el que espere que voy a dejar de hacerlas, ¡va listo! Puede que llegue el día en que ni toque y solo las cuelgue en Bandcamp, pero canciones voy a seguir haciendo.
—¿Crees que la invasión de lo que llaman música «indie» te ha beneficiado o te ha perjudicado?
—Pues no sé. Hay muchos seguidores de Love of Lesbian o Lori Meyers que, por ejemplo, llegan al Sr. Chinarro porque estos dos grupos hablan bien de mi música y no creo que eso sea malo para mí. De todas formas, yo nunca he triunfado a ese nivel ni voy a triunfar jamás.
—Aunque se suele decir que Los Planetas y tú habéis dejado que el flamenco se filtre de alguna manera en vuestra música, a mí no me queda muy claro en tu caso. ¿Tú lo ves así?
—Yo no escucho nada de flamenco y jamás me lo pongo en casa. Lo poquito que haya podido entrar ha sido con cuentagotas y sin que me haya dado cuenta, de una manera natural. Realmente no me gusta, me parece muy quejumbroso y yo lo que quiero es que el andaluz deje de quejarse y empiece a tomar medidas. Siempre «ay, ay, ay»… no sé… seguro que me oye J. y me da una colleja. Pero es que las armonías tienen así como un toque muy siniestro. Por eso a J. le quedan tan bien esas letanías en Los Planetas, porque es la esencia pura del flamenco. A mí me agobia, pero igual que tampoco no me pongo ya a los Swans en casa. Yo prefiero pasar a la acción más que quejarme, como decía en el disco de «¡Menos samba!» (Mushroom Pillow, 2012), aunque fuera un poco de coña.
—¿Y cuál es el último disco que te has puesto en casa?
—Uno de Grace Jones, a la cual me acerqué a ver en el Primavera Sound y me sorprendió. Yo pensaba que iba a ser una turra rollo «remember», como me parecieron los Beach Boys el año pasado, pero no. Y ayer escuché seguidos «Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band» y «Magical Mystery Tour», de los Beatles, aunque reconozco que los he descubierto cuando los subieron a Spotify.
—En otra entrevista para ABC dijiste que «uno siempre sabe cuando está haciendo una supercanción o una que no lo es tanto». ¿Cómo lo sabes?
—Porque cuando terminas una de esas supercanciones parece que existiera de antes e, incluso, piensas si la habrás cogido de otro sitio sin darte cuenta. Las otras las grabas, las escuchas y las vuelves a grabar, pero nunca es la misma sensación. Jamás me ha pasado que, tras darle cuatro vueltas a una canción de la que no estoy muy convencido, cambiándole incluso el ritmo, acabe funcionando. Y encima te dejas una pasta grabándola. Las que se componen y se registran rápido son las que gustan.
—Dime dos o tres supercanciones tuyas.
—La gente no es tonta y su criterio no falla. Esas supercaciones son las que más escuchan los seguidores: «Los Ángeles», «Del Montón», «El rayo verde» o «Una llamada a la acción». Todas salieron muy rápido y se grabaron del tirón. Lo difícil es hacer diez al año.
—Dime algunas que no te parezcan tan buenas…
—Las demás.
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