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Blogs Un poco de silencio, por favor... por Israel Viana

Santi García: «La primera vez que escuché a Fugazi pensé: ‘¡Qué mierda es esto!’»

Santi García: «La primera vez que escuché a Fugazi pensé: ‘¡Qué mierda es esto!’»
Santi García, de No More Lies / Bcore Disc
Israel Viana el

Justo en el momento en que llamo a Santi García (Sant Feliu de Guíxols, 1979), mi madre se lanza con un tiento de Manuel «Agujetas», de Jerez. En concreto, «Quien tiene pena no duerme». No es porque sea su 65 cumpleaños, ni porque esté más contenta de lo habitual. Suele cantar y lo hace muy bien, qué voy a deciros yo. Bromeo con la posibilidad de subirla a mi tartana y llevarla hasta el estudio de grabación que nuestro protagonista tiene en Sant Feliu de Guíxols: Ultramarinos Costa Brava.

—¿Grabarías un disco de flamenco si te lo pidieran?

—No lo he hecho nunca, pero claro que lo haría, ¿por qué no? Sería interesante.

Esa actitud, lanzarse a la piscina, es la que ha regido la vida de este productor catalán desde que con solo 12 años se plantó en la radio de su pueblo y le dijo al director que quería currar allí. Comenzó los domingos por la mañana a hacer prácticas en programas de radiofórmula, en el que fue su primer contacto con un estudio de grabación y con los magnetófonos de bobina abierta, mientras escuchaba sus primeros discos de punk rock y se ganaba el puesto de «chico raro» de la emisora. «Me gustaba mucho estar con los Revox, cortando y pegando cintas para sintetizar en 20 segundos una cuña publicitaria, metiéndole efectos con los vinilos de RNE. Allí hice los primeros deeleys de cinta naturales», recuerda el también guitarrista y cantante de No More Lies, su banda de toda la vida, con la que hoy comienza en Valencia una pequeña gira que, en los días sucesivos, le llevará a Madrid, Zaragoza, Guernica y Sant Feliu de Guíxols. «Voy bastante por instinto», asegura al principio de esta larga charla, que se retrasa unos minutos por estar grabando el primer trabajo de The Dog, The Cat and The Doors, un «trío ruidoso de colegas de Palafrugell».

—¿Nunca le dices que no a un grupo?

—Tengo la suerte de que casi todos los que vienen a grabar a mi estudio son de mi rollo y buscan esa actitud en el sonido que yo saco, fuerte y potente, aunque se vaya un poco del rock, del punk o del hardcore. Si digo que no, es porque el estudio ya está pillado.

—Pero a estas alturas de carrera tú siempre andarás con el calendario completo, ¿no?

—Suelo ir de nueve meses a un año en las reservas. Está guay, aunque a veces hay cosas interesantes que me gustaría hacer y no puedo por no disponer de fechas. Pero no me puedo quejar, claro.

—Dime algún proyecto interesante al que le hayas tenido que decir que no últimamente.

—El segundo disco de Copa Lotus. Les grabé el primero con Ken Stringfellows. Son muy amigos míos y me supo muy mal no poder hacerlo, pero grabarán con Paco Loco, así que muy bien, joder.

—¿Qué te llevó exactamente en 1991, siendo tan pequeño, a plantarte en la radio?

—Era el típico chaval un poco cabroncete que iba a un colegio de curas, pero no quería estudiar. Un compañero mío de clase, que ahora es un presentador muy conocido de la TV3, se metió en la radio también muy pequeño. Al escucharle pensé que yo quería hacer lo mismo. Me pasé un par de años allí experimentando cosas en el estudio de grabación, para publicidad. Y poco después, con unos 14 años, a mí y a un colega nos pusieron un programa los sábados de 20.00 a 22.00 en el que pinchábamos los grupos que queríamos y venían a tocar otros en directo. Les entrevistábamos y yo, además, me encargaba de grabarlos. Aquello coincidió con mi primera guitarra española, con mis primeros discos de punk rock, con la primera época de la sala Atzavara y con el momento en que conocí a Maxim y Roger, con los que monté No More Lies. Pronto me hice con un cuatro pistas que utilizaba para grabar los acústicos en la radio y mis propias canciones.

—¿Qué música escuchabas con 12 años?

—Como estaba en la radio me abrí a muchos tipos de música, incluido el pop comercial. Pero también era el chico al que le gustaban los singles que todo el mundo dejaba aparcados en la emisora, como Primal Scream o el primer sencillo de Green Day. Recuerdo que me cayó alguna bronca por poner a Nirvana a las 9 de la mañana. Luego empecé con el punk rock y el hardcore. Bad Religion, NOFX y todo lo que venía del sello Epitaph. Y luego ya me metí en el rollo de Whasington DC, Fugazi y el sello Dischord.

—Esa fue la época en la que creo haber leído que Bcore intentó organizar un concierto de Green Day en la sala Siroco [aforo: 200 personas], antes de que pegaran el pelotazo, y tuvo que cancelarlo por no vender entradas.

—Sí, esa época debió ser. Me suena que a Jordi Bcore le ofrecieron licenciar un single de Green Day para Europa, pero no lo hizo. Con estas cosas nunca sabes…

—¿Recuerdas algunos de las bandas que pasaron por tu programa de radio?

—Recuerdo a Virtual Noise, que llegó a grabar discos para Bcore. En el 94 incluso llegamos a montar un sello discográfico en el que sacábamos casetes de los grupos de la zona e hicimos un recopilatorio de todos los que habían pasado por el programa.

—En 1991, Fugazi ya había grabado dos discos, dos epes y «13 songs». ¿Los descubriste más tarde?

—Sí, debió ser en la época del instituto. Lo que me pasó con Fugazi fue curioso, porque yo era fan de Minor Threat y un día me acerqué a una tienda de discos de Sant Feliu porque alguien me dijo que Ian Mackaye tenía un grupo nuevo. En el catálogo solo tenían alguna cinta de ellos, «In On The Kill Taker», y la pedí. Yo me esperaba que fuera un rollo hardcore, tu-pa-tu-pa, tipo Minor Threat. Cuando me llegó a los dos meses, pensé: «¡Pero qué mierda es esto! ¡Qué raro, esto no es tu-pa-tu-pa!». Pero como me había gastado 900 pesetas, tuve que amortizarlas y empecé a llevarlo al local de ensayo de No More Lies y a escucharlo una y otra vez. Al final acabamos todos haciéndonos muy fans de Fugazi, a entender un poco lo que hacían, a verlo con otra perspectiva y a abrirnos un poco la mente. Fue un puñetazo bastante guapo para todos nosotros a nivel musical.

—¿No tienes la sensación de que esa forma de escuchar música se ha perdido un poco con internet? Me refiero al hecho de darle varias oportunidades a un disco que te había costado adquirir.

—Yo intento mantenerme al día en cuanto a los grupos que salen, también porque mis clientes me enseñan música. Y eso me flipa. Pero si es verdad que con la música que voy descubriendo ahora me cuesta mucho que me sorprenda. Cuando llego a casa, a veces me cojo un disco The Byrds que aún no había escuchado, aunque lo tuviera hace tiempo, y le doy vueltas. Es algo que me gusta hacer con álbumes más clásicos. Pero sí que está claro que para los chavales más jóvenes esto ha cambiado. Ahora, si quieres ir al día, no puedes profundizar tanto como antes por la cantidad de discos que se publican.

—Más tarde combinaste la hostelería con la grabación de grupos, ¿verdad?

—La radio era un hobby. Hice un par de años de Formación Profesional, pero no quería estudiar, así que me puse a trabajar con mis padres en su restaurante, Els Estanys, mientras grababa. Llegó un momento, con 18 o 19 años, en el que tuve que dejar la cocina, porque ya tenía mucho curro con las producciones.

—¿Ya cobrabas entonces?

—Cada año me peleaba con mis padres porque me gastaba todo lo que ganaba en la cocina en un compresor o un micro de bombo. Mi madre me decía: «¿Qué coño vas a hacer con eso? Te vas a pasar todo el invierno sin un duro». Esas eran las discusiones que yo tenía siempre al principio, porque al principio cobraba muy poco o nada, lo hacía para hacerles un favor a los colegas. Y si me daban algo pues lo utilizaba para pillar alguna cosilla más de equipo, como un ocho pistas por 200.000 pesetas. Me me entusiasmaba y aún me entusiasma el hecho de meterme con un grupo a grabar. Es lo que más me gusta del mundo, pero fue totalmente accidental, nunca me lo planteé, sino que me encontré ahí dentro de la movida. Igual eso es lo bonito de todo.

Fechas de la gira de No More Lies

—¿Qué te dijeron tus padres de que te lanzaras a la producción?

—No lo tenían claro. Decían que me sacara un título, muy típico de los padres de la dictadura, que tuvieron que ponerse a trabajar muy jóvenes y no pudieron estudiar. Pero siempre fui la oveja negra de la familia. Me apoyaron, pero con miedo. Entonces me fui a Barcelona con dos amigos que iban a estudiar una carrera. Yo iba un poco a la aventura, sabiendo que podía trabajar unas horas en Bcore y otras en el estudio Locate 0, con Xavi Navarro. Allí empecé a grabar a bandas como Standstill o Half Foot Outside, que me fueron abriendo otras puertas.

—¿No te asustaste?

—Qué va, porque, además, la hostelería en la Costa Brava es muy cabrona. Veía a mis padres esclavos de su trabajo, pasarlo mal. Yo estaba en la cocina preparando un sofrito o una paella y mi cabeza siempre estaba dando vueltas a las canciones. Y me flipa la cocina, pero no ese tipo de hostelería que hay aquí en la Costa Brava, que es la que han vivido mis padres de mucho sacrificio. Y las han pasado canutas, por lo que a veces pienso que, a lo mejor, tanto esfuerzo no ha merecido la pena… No sé. Para mí fue como una liberación.

—¿Qué sensación te producía grabar los primeros discos de grupos con los que se deban a conocer?

—Para mí esto sigue siendo lo mejor de mi trabajo. La mayor satisfacción es hacer un disco que funciona y que ayuda a crecer a un grupo o que, incluso, acaba influenciando a otros. Para mí eso no tiene precio. Me pasó con Standstill, Nothink o The Unfinished Sympathy, pero también con grupos consagrados como La Habitación Roja, que vinieron aquí a hacer el séptimo álbum de su carrera, tras haber grabado con Steve Albini, y ves que les da un nuevo empujón. Eso es muy bonito esto.

—¿Un estudio es como un piso?

—El mío sí. Lo compré en 2004 tras conseguir una hipoteca en la peor época de la historia España para hacerlo. Lo pagué a precio de oro, pero ya empiezo a ver la luz. Me quedan unos tres años. He tenido curro y no me quejo, porque lo he podido pagar. Me pasó lo que a mucha gente en España, al tener que aceptar una tasación super alta en esa época.

—¿Alguna vez en todo este tiempo le has visto las orejas al lobo?

—Pues la verdad es que no, porque, desde que empecé, no he parado de trabajar. Lo único que lamento es no haberle podido dedicar más tiempo a mis hijos y mi mujer. Si alguna cosa negativa ha habido en todo este camino, es esa. Es lo que más me ha castigado. Poner por delante cosas sin darme cuenta de que te estás perdiendo otras. Viéndolo ahora con más perspectiva, pienso que igual debería haberle dedicado más tiempo a otras cosas. Pero yo siempre he pensado que es la única cosa que sé hacer y me flipa. Es lo único que me da energía para levantarme cada día: ir al estudio y encerrarme con el grupo que estoy trabajando. Es cuando soy más feliz.

—¿Y ahora, después de todo el sudor y el esfuerzo, puedes estar tranquilo?

—No, esto es una lucha diaria. Cualquier persona que se dedique a esto sabe que, además, uno no para de invertir en nuevos cacharros. Aunque trabaje y tenga curro, siempre intento ir renovando el estudio. No me veo aposentado ni me puedo relajar, aunque mi pretensión nunca fue hacerme rico con esto, sino vivir tranquilo y poder pagar las facturas.

—Empezaste grabando con cinta por fuerza, pero llegó un momento en el que tuviste que introducir la grabación digital. ¿Cuáles fueron tus sensaciones?

—Fueron increíbles, pensé que era brutal. En cinta siempre había grabado de una manera un poco precaria, con cacharros que iban perdiendo calidad, aunque estuvieran calibrados. Y de golpe sale el digital, donde el sonido que entraba por la mesa se escuchaba igual tras grabarlo. Luego con los años me compré un par de Studers para las grabaciones analógicas, un capricho que en la época eran como la pata negra, con el que grabaron los Beatles, pero soy super fan de la grabación digital.

—¿Cómo decides ahora si grabas analógica o digitalmente?

– Depende del grupo. Es una cuestión de tiempo y de gustos. Para grabar en cinta hay que tocar muy bien y tienes menos opciones de editar, aunque tiene un sonido de entrada muy característico y muy chulo. Pero, aunque es muy romántico, es difícil. La gente se piensa que por el hecho de grabar en cinta sonará mejor, pero no es así.

—Para ti, ¿cuanto menos intervenga un productor mejor?

—No, eso depende del tipo de producción que se tenga que hacer y de lo que pida al grupo. E incluso si me piden que meta guitarras, aunque no es mi especialidad, pues toco. Me lo paso pipa… ¡tú me dirás!

—¿Cuál fue el primer productor del que pensaste «yo quiero ser como él»?

—Siempre de pequeño fui muy fan de Andy Wallace, y aunque él principalmente mezclaba, cada disco suyo tenía un sonido característico. Fue de los primeros que fui capaz de adivinar qué discos había grabado sin mirar los créditos. «Grace», de Jeff Buckey; «Dirty», de Sonic Youth, y algunos de Bad Religion o Sepultura.

—Dime discos que suenen mal pero que te cambiaron la vida.

—Cualquier disco de Misfits o Dead Kennedys. También los primeros singles de Aina, que no se puede decir que suenen muy bien, pero me flipaban.

—¿Y discos que no te gusten y cuya producción aprecies? 

—«Hysteria», de Def Leppard, por ejemplo. Me ha pasado muchas veces con álbumes más modernos, como con los de Rihanna. Pensé: «Qué basura de disco, pero que producción más increíble, de puro riesgo y con distorsiones súper curiosas». Me pasa también con algún disco de Beyonce, que no me mola la música, pero pienso que sus producciones son mucho más arriesgadas que las del indie, que se supone deberían tener un poco de riesgo, y nada.

—Como sigas así, titulo la entrevista diciendo que crees que «Los grupos indies deberían tomar el riesgo de gente como Ariana».

—No es que deberían, cada uno hace lo que quiere. Que ya os conozco, que luego hacéis lo que queréis [ríe]. Simplemente tengo la sensación de que se arriesga más en discos «mainstream» como los de Rihanna que en algunos de grupos indies. Eso sí que lo creo.

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