La cuarta acepción de “voluntarismo” en el Diccionario de la RAE es: “Actitud que funda sus previsiones más en el deseo de que se cumplan que en las posibilidades reales”. Aunque mis deseos son que España se recupere cuanto antes de lo que se nos viene encima, intervenciones como la de ayer del Presidente del Gobierno son un claro ejemplo de “voluntarismo”.
Sus mensajes antes los empresarios del IBEX 35 fueron esencialmente dos: que habrá una legislatura de 40 meses de duración y la reclamación de unidad para aprobar los presupuestos porque “nadie tiene derecho a no arrimar el hombro por tener otra ideología”.
El mensaje de los 40 meses de gobierno es bueno porque “promete” estabilidad. El problema es que esa promesa no depende solo de Pedro Sánchez, sino de las fuerzas parlamentarias. Mariano Rajoy con una mayoría minoritaria más estable que la actual de Sánchez no pudo evitar una moción de censura.
Y lo de la unidad y arrimar el hombro también está bien, pero parece imposible porque hay dos ideologías “presupuestarias” incompatibles: el PP y C,s propugnan unos presupuestos radicalmente diferentes a los de Unidas Podemos.
Así que me invade un fuerte desaliento, porque me da la impresión de que seguimos sin salir del voluntarismo. Es innegable la influencia que tiene la política en la economía. Para bien y para mal. Tengo la impresión de que en los últimos años ha habido una política que lastrado la eficiencia económica. Y una de las razones ha sido el exceso de voluntarismo: las previsiones del gobierno navegaban por el mar de los deseos en lugar de hacerlo por el campo de la realidad. Lo cual podría llevar a preguntarse si el presidente se dará cuenta de que “del dicho al hecho hay un trecho”. Me temo que Pedro Sánchez conoce el refrán pero que prefiere sestear en el plácido mundo de los deseos que enfrentarse con la dura realidad. Ya veremos si ésta no se revuelve contra él y le da un susto.
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