Escribió Gracián que “muchas veces las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen, sobre todo si se miran con ojos de malicia. Lo que son las cosas, lo que ocurre verdaderamente, es lo que llamamos realidad. Lo que las cosas parecen y no son es lo que denominamos apariencia. Ver las cosas con ojos de malicia es interpretar lo que son las cosas de manera siniestra y maliciosa”.
Vienen estas palabras a cuento porque la política ha alcanzado tal grado de teatralidad, de efectismo exagerado y deseoso de llamar la atención, que uno tiene por fuerza que desconfiar de lo que parece ser la realidad.
Me refiero a la que para mí es una exagerada y teatral reacción de un político tan avezado como Pablo Iglesias de abandonar el programa de la Ser porque la representante de Vox no condenó la amenaza de muerte que había recibido aquel al ser destinatario de un sobre con balas.
Amenazar es “dar a entender con actos o palabras que se quiere hacer algún mal a alguien”. La amenaza es, por tanto, el anuncio de algo que no sucedió y que, por tanto, puede hacerse realidad o no. Y es de todo punto condenable cuando se utiliza para coartar la libertad.
Pero el hecho mismo de condenar las amenazas es algo voluntario, que no puede exigirse, y si algún político no condena las amenazas contra la libertad se expone al juicio del electorado al depositar el voto.
La cuestión es que hay veces en que se ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Esto fue lo que sucedió con Pablo Iglesias que tampoco condenó el lanzamiento de piedras y adoquines contra los oradores de Vox en Vallecas. Y en el caso de Vallecas no fue algo que podía suceder o no, sino algo que sucedió y fue sufrido por las víctimas del apedreamiento.
Por eso, si miramos bien las cosas y lo hacemos con un poco de malicia uno no puede dejar de dudar sobre si este “victimismo” teatral de la izquierda radical no es algo buscado de propósito para movilizar a su propio electorado.
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