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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Si las mariposas hablaran

José Manuel Otero Lastres el

Si pudiéramos preguntar a las mariposas qué oyen y huelen cuando sobrevuelan el planeta Tierra y pudiéramos entender su lenguaje, sabríamos que tienen percepciones de muy variada naturaleza. Pero pienso que no les interesaría hablarnos del ruido real ni tampoco de los olores naturales que emanan del mundo, sino de los sonidos y aromas que emanan de los sentimientos y las acciones de los seres humanos que habitamos en nuestro viejo planeta.

Las mariposas que aletean sobre el primer mundo probablemente percibirán los sonidos y los olores de la abundancia. El sonido de la abundancia es ensordecedor, y los tonos que lo componen están tan mezclados unos con otros que no es fácil separarlos. Hay sonidos sublimes, como la música, que ascienden maravillosamente ejecutados y coordinados, produciendo una embriagante sensación de bienestar. Y se oyen también las risas del placer y de la vida confortable. Pero todo ello se entremezcla con las voces broncas de la avaricia, con la algarabía desconcertante del consumismo, con los gritos sordos de la vida escasa en valores espirituales, y con las nauseabundas flatulencias de la gula extrema y del despilfarro. El olor de la abundancia tampoco es nítido, se combinan, hasta confundirse, el aroma dulce y limpio de los buenos sentimientos con el hedor fétido y pestilente del odio y la envidia.

Los lepidópteros que revolotean sobre el segundo mundo nos dirían que tienen que aguzar sus sentidos para percibir la abundancia y la escasez que desprende esa parte de la Tierra. El sonido y el olor de la abundancia, ya descritos, los captan, pero como también oyen y huelen la escasez, y todos ellos ascienden bastante atenuados, no resulta fácil separarlos. Porque ni el sonido y el olor de la abundancia son allí muy intensos, y los de la escasez no son demasiado lacerantes.

La peor parte se la llevan las mariposas que sobrevuelan el tercer mundo. Y no tanto por un exceso de ruidos o de olores, sino por todo lo contrario: por la falta de ellos. Y es que en el tercer mundo, es tanta la carencia que hasta los gritos se transforman en un inmenso silencio. Porque todo lo que han reunido los habitantes de esa parte del mundo a lo largo de sus vidas –si es que se pueden llamar así- ha sido hambre, escasez, olvido, desprecio, explotación. Y por eso, lo único que les sobra es el asco y la repugnancia que sienten hacia su miseria los desaprensivos y explotadores de los otros dos mundos.

Pero del tercer mundo no solo emana el impresionante silencio del hambre extrema, sino también la ausencia de olor. Puede percibirse débilmente el maravilloso olor del amor y de la entrega de algunos heroicos ciudadanos venidos en su ayuda de los otros dos mundos. Pero llega a hacerse imperceptible porque acaba siendo devorado por la falta de olor que tiene en ese mundo la tristeza.

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