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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Reacciones en la red ante el desengaño

José Manuel Otero Lastres el

En mi Post del pasado 25 de octubre, titulado “Rastros de soledad en la red”, escribía que, aunque no lo hagan conscientemente, los que visitan habitualmente las redes sociales van dejando vestigios de sus sentimientos y preocupaciones. Entonces me referí a la soledad, hoy voy a detenerme en algunas de las reacciones que me han parecido observar de “rednautas” desengañados.

Como sugiere la propia palabra, el desengaño implica la existencia de un engaño previo, que suele producirse no tanto porque seamos excesivamente crédulos, cuanto porque tenemos una irresistible tendencia a dejarnos seducir con halagos y mentiras. Con esto no trato de censurar a los desengañados, sino dejar sentado  que, justamente porque viven muy  apegados a la realidad, los autocríticos y los humildes apenas experimentan desengaños.

Pues bien, cuando alguien ha mordido el dulce anzuelo de la lisonja y ha tenido por ciertas y merecidas las alabanzas del malévolo seductor, está expuesto al peligro de conocer la realidad, saliéndose con ello del embriagador error en que lo había situado el engatusador. Y es que como escribió Concepción Arenal “es raro, muy raro, que nadie caiga en el abismo del desengaño sin haberse acercado voluntariamente a la orilla”.

A la vista de lo que antecede, se puede admitir que el desengaño produce un doble dolor: el de saberse engañado y el de darse de bruces contra la dura realidad. Y justamente por tratarse de un pesar duplicado es por lo que se justifican las reacciones –todas- de los desengañados.

De entre las que he creído percibir en la red, sobresalen las tres siguientes: la ira, el desdén y la melancolía. No son pocas las veces que pueden leerse en la red palabras enfurecidas de la persona desengañada que suelen incidir no tanto en el hecho del engaño cuanto en el del desengaño. Dicho más claramente, la indignación del afectado no se debe a las falsas alabanzas del adulador, sino al hecho de que le hubiera revelado que no eran sinceras ni verdaderas.

No faltan tampoco reacciones de puro desdén, esto es, muestras de indiferencia y despego que dejan entrever cierto menosprecio del desengañado hacia el engatusador. Pero antes reacciones de este tipo no dejan de asaltarme dudas sobre su sinceridad, ya que casi siempre me viene a la cabeza la fábula de la zorra y las uvas.

Las que mejor se advierten son las reacciones de melancolía. Es cuando el desengañado atraviesa anestesiado la bruma del dolor y se dedica a vagar por el mar de la tristeza tratando de evitar –o al menos de suavizar- el desconsuelo que le produce haber caído en la cuenta de la mentira del halago inmerecido.    

 

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