Empleo el término “deteriorada” en el sentido de “pasar a un peor estado o condición”, por lo cual aplicado a las palabras es tanto como decir que son expresiones cuyo significado ha pasado –y añado por su mal uso- a una peor condición.
Como es sabido, cada palabra suele estar dotada de su significado y goza de su mejor condición cuando el pueblo la entiende y usa en su recto sentido. En este estado se encuentra la gran mayoría de las palabras que “habitan” en el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española.
Pero hay palabras que sufren un serio desgaste, ya sea porque se emplean impropiamente dándoles un significado que no se corresponde con la realidad a la que se aplica, ya porque designan una dura realidad que se prefiere suavizar sustituyéndolas por otras más amables. Como ejemplo de las primeras pongo la palabra “progresista” y de las segundas “vejez”. Veamos.
La palabra progresista significa “dicho de una persona o de una colectividad: de ideas y actitudes avanzadas”. Y “avanzada” quiere decir “que se distingue por su audacia o novedad en las artes, la literatura, el pensamiento, la política, etc.”.
Pues bien, el deterioro de este término se produce cuando se califican como “progresistas” ciertas ideas o pensamientos políticos que no son avanzados, ni audaces, ni nuevos, sino todo lo contrario. Dos ejemplos permitirán aclarar lo que digo.
En la enseñanza, parece que lo progresista, lo avanzado, debería ser apostar por la calidad y la exigencia, y, sin embargo, ahora el mensaje que se hace pasar por progresista es rebajar los niveles todo lo posible, evitando cualquier tipo de control externo (como las “denostadas” reválidas) que puede mostrar el verdadero nivel de la enseñanza. El segundo ejemplo afecta a la estructura territorial del Estado. En este ámbito, progresar es caminar desde la unidad nacional hacia la integración en espacios políticos y económicos supranacionales. Y, sin embargo, en nuestros días quieren hacernos pasar por “progresismo” la alineación con los fenómenos retrógrados de los nacionalismos periféricos.
En cuanto al eufemismo que envuelve a la vejez, de todos es conocido que se prefieren otros términos para designar esta inevitable etapa de la vida, como por ejemplo, la “tercera edad” o “nuestros mayores”. Y es que parece que llamar “viejos” a las personas de mucha edad es expresar una idea muy desfavorable de los mismos, cuando lo cierto es que emplear otras expresiones supuestamente más amables como las dos anteriormente mencionadas no produce el prodigio de rebajar la edad de los así denominados.
Por todo lo que antecede, no creo exagerar si digo que en los tiempos inciertos que vivimos, el individuo, lejos de mostrarse como es, prefiere enmascararse con todo tipo de disfraces, incluido el uso de palabras deterioradas que ayudan a mecernos en la cuna del relativismo que nos adormece.
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