José Manuel Otero Lastres el 24 ago, 2015 Hace poco escuché a alguien comentar la aparente contradicción que existe entre la antigua esclavitud y el actual rechazo de los inmigrantes “sin papeles”. La persona en cuestión recordaba que no hace muchos años había humanos que se dedicaban a capturar africanos para venderlos a ciudadanos de otros continentes para trabajaran como esclavos en sus posesiones; y reseñaba que, en cambio, hoy en día los países más desarrollados restringen severamente la inmigración de los subsaharianos “sin papeles”. Lo cual me llevó a preguntarme sobre las posibles razones de este cambio. Los mejor intencionados podrían atribuir esta evolución a una mejora intrínseca del ser humano: el hombre de hoy sería –según ellos- más bueno y compasivo con sus semejantes que el de hace apenas un par de siglos. Es posible que fuera ésta la razón –más aún me gustaría que lo fuera- pero debo confesar que lo dudo. Habrá otros que piensen que se trata de una razón de necesidad: antes en los países desarrollados se necesitaba esa mano de obra y ahora no porque sufren un paro elevado. Tampoco me parece que sea esa la explicación. Porque, aunque es verdad que en las sociedades opulentas hay paro, no lo es menos que todavía existen ciertos trabajos para los que no se encuentran operarios nacionales, ya que tales empleos son absolutamente inapropiados para tan “delicados” trabajadores. En cambio, pienso que no serán pocos los que coincidan conmigo en que la verdadera causa del cierre de las fronteras a los inmigrantes está en la generalización de los derechos humanos que incorporan las constituciones de los países más desarrollados. Y es que hoy cuanto más civilizado es un país más amplios suelen ser los derechos y libertades reconocidas a los que habitan en sus territorios. Con esto quiero decir que si al inmigrante subsahariano se le cierra hoy el paso en los países civilizados es porque, gracias al desarrollo que han experimentado los derechos del hombre y del ciudadano, el inmigrante que entra en uno de estos países recibe de golpe una “mochila” repleta de de derechos y libertades que impiden que pueda ser impunemente explotado por cualquiera. Por lo tanto, no es que los inmigrantes no sean necesarios. Si vinieran como los antiguos esclavos, sin más derechos que el de comida y habitación, me atrevo a decir que sería recibidos muy calurosamente por las sociedades opulentas. Lo que antecede puede llevar a pensar que a la larga fue el propio progreso político el que ha acabado por perjudicar a los subsaharianos, pero nada más lejos de la realidad. Los derechos fundamentales de la persona no tienen precio; son, con la vida, lo mejor que puede tener el ser humano, aunque es posible que solo se sepa de verdad lo que son cuando uno deja de disfrutarlos. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 24 ago, 2015