En los primeros años de nuestra democracia la gente solía augurar una brillante carrera política a los que hablaban bien. Es cierto que también se valoraba la imagen, si el candidato tenía más o menos “appeal”, pero no lo es menos que los escaños se ganaban por el oído. Y estaba bien, pero se acabó exagerando hasta convertir a los políticos en “falabaratos”.
Actualmente parece abrirse paso un cambio de tendencia. Hoy para ser político lo determinante no es solo hablar bien sino escuchar con atención a los votantes.
Lo acaba de confirmar Carlos Moedas el nuevo alcalde de Lisboa, el cual declaró “soy el símbolo de una nueva forma de hacer política, la gente conecta con mi estilo de hablar menos y escuchar más”.
Y es que tiene todo el sentido: si los políticos son los representantes de los ciudadanos, que son los representados, no parece que se enfoquen bien las cosas sí para elegir a los candidatos solo se escuchan las ofertas de los representantes: hay que oír a los votantes-representados y saber lo que quieren. No digo que el político deba gobernar a la vista de las encuestas, sino que hay que ir transformando poco a poco el monólogo del político en un diálogo con la ciudadanía que vota.
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